El autobús iba atestado. Yo estaba de pie, con el rostro encendido. El corazón me latía con fuerza. En alguna parte había leído que una mujer encinta en posición de descanso consume más energías que una persona común y corriente trepando una montaña. En todo caso, no era precisamente por estar descansando que tenía el corazón acelerado y la cara al rojo vivo.
Estaba que echaba chispas. Imagínate. Barrigona como estaba, con más de siete meses de embarazo, y nadie tenía la decencia de ofrecerme un asiento. Había sido una de las últimas en abordar el vehículo, pues prácticamente todos los demás se habían adelantado a empellones para asegurarse un puesto.
Desde hacía varios años trabajaba como voluntaria en cierto país asiático. Luego de una agotadora jornada colaborando en un programa para los desfavorecidos, el único medio de transporte a mi alcance era el autobús municipal, de aire irrespirable y atiborrado de pasajeros. Comprendía que se sintieran fatigados al final del día, pero no su grosera descortesía. ¿Quién no le ofrecería su asiento a una mujer encinta? Me quedé inmóvil, contrariada, hasta que llegué a mi paradero.
Al día siguiente le conté sin remilgos mi molestia a una compañera. Se mostró comprensiva y me contó un par de experiencias que ella había tenido con pasajeros maleducados. Estuvimos largo rato perorando sobre la descortesía y desconsideración con que se comporta a veces la gente.
Mi marido nos escuchó varios minutos sin comentar nada, pero luego manifestó algo que nos ayudó a ver las cosas más objetivamente.
—Queremos que nuestros programas y obras sociales ayuden a la gente. No obstante, en los buses es donde realmente se pone a prueba nuestro amor.
Tenía razón. Dedico la mayor parte del tiempo a ayudar al prójimo; sin embargo, en la comodidad de mi casita, con todas mis necesidades satisfechas, yo andaba criticando a las mismas personas que pretendía ayudar. ¿Quiénes se merecen mi amor y empatía? ¿Solo las personas que demuestran cierto grado de urbanidad que yo considero elemental?
A veces hace bien viajar en un autobús asfixiante, repleto de gente, para sentir en carne propia las incomodidades que otras personas sufren a diario, entender lo afortunada que soy y recordar que todo el mundo precisa y merece cariño, respeto y consideración.
Lentitud y presteza
Lento para sospechar; presto para confiar.
Lento para censurar; presto para justificar.
Lento para ofender; presto para defender.
Lento para comprometer; presto para escudar.
Lento para desdeñar; presto para apreciar.
Lento para exigir; presto para compartir.
Lento para provocar; presto para ayudar.
Lento para el rencor; presto para el perdón.
—Anónimo
Lento para sospechar; presto para confiar.
Lento para censurar; presto para justificar.
Lento para ofender; presto para defender.
Lento para comprometer; presto para escudar.
Lento para desdeñar; presto para apreciar.
Lento para exigir; presto para compartir.
Lento para provocar; presto para ayudar.
Lento para el rencor; presto para el perdón.
—Anónimo
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Tito 2:7 – Con tus buenas obras, dales tú mismo ejemplo en todo. Cuando enseñes, hazlo con integridad y seriedad.
2 Corintios 2:17 – A diferencia de muchos, nosotros no somos de los que trafican con la palabra de Dios. Más bien, hablamos con sinceridad delante de él en Cristo, como enviados de Dios que somos.
Filipenses 1:10 – Para que disciernan lo que es mejor, y sean puros e irreprochables para el día de Cristo.
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