Hace varias noches mi esposa y yo estuvimos contemplando el atardecer desde la terraza. Nos quedamos hasta que se empezaron a ver estrellas. Como suele suceder, la primera en aparecer fue el lucero de la tarde. Al cabo de una hora o más todavía era la más brillante en aquella noche sin Luna. No había otra que la igualara. Se podría decir que el lucero de la tarde está en una injusta situación de ventaja sobre las demás estrellas, pues en realidad se trata del planeta Venus, que se hace pasar por estrella. Al igual que la Luna, no emite luz propia; se limita a reflejar la del sol.
Me vino de pronto que si Venus y la Luna —que tienen una superficie mate y carecen de luz propia— relucen con tanta intensidad, yo no tengo por qué preocuparme de mi propia capacidad para reflejar a Dios, es decir, de mi grado de bondad o de piedad según mi propia percepción o la de los demás. En realidad lo único que tengo que hacer es reflejar la luz de Dios cuando Él me ilumine. Evidentemente eso no me da licencia para ser un abandonado y caer en una suerte de letargo espiritual; pero es liberador entender que no tengo que tratar de ser algo que no soy.
Luego de esa experiencia, un conocido versículo de la Biblia cobró para mí nuevo significado: «Ahora vemos por espejo, oscuramente» (1 Corintios 13:12). Siempre lo había aplicado a mi percepción de Dios y de las realidades espirituales; pero ahora me doy cuenta de que también se aplica a cómo los demás ven a Dios cuando yo lo reflejo. Por mucho que me esfuerce, no puedo cambiar mi forma de ser, así como un planeta o una luna es incapaz de transformarse en estrella. La transformación se produce cuando Dios me baña con Su luz. Tal vez mi superficie no sea de las más brillantes o reflectantes que hay; Su luz, sin embargo, tiene suficiente intensidad para convertirme en una estrella.
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Salmos 28:7 El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias.
Juan 14:26 Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho.
Hebreos 10:35 Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada.
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