La dadivosidad nos lleva a disfrutar de una relación más saludable con lo que poseemos y con el mundo material en que vivimos. Aunque nos gusta ganar dinero, también gozamos de otras cosas, entre ellas el amor de nuestra familia, el sentido de pertenencia a la comunidad y de trascendencia, la satisfacción de alcanzar nuestras metas, de contribuir y de servir. Nos agrada influir positivamente en la vida de otras personas. El asunto es cómo mantener un equilibrio y una perspectiva adecuados. ¿Cómo podemos cubrir bien nuestras necesidades elementales de alimentación, techo, educación y salud, y a la vez dar sentido a nuestra vida?
¿Cómo podemos hacer para no preocuparnos tanto de cosas que en última instancia no nos satisfacen y cultivar más bien aquellas que sí nos gratifican? La práctica intencional de la generosidad contribuye a darnos una buena escala de prioridades.
La dadivosidad es un reflejo de la naturaleza divina. Damos porque hemos sido formados a imagen y semejanza de Dios, cuya naturaleza esencial es generosa. Fuimos creados con la impronta de la naturaleza divina en el alma. Estamos hechos para ser sociables y compasivos, vincularnos afectivamente, amarnos unos a otros y ser generosos. La esplendidez de Dios es parte inherente de nuestra naturaleza. Así y todo, caemos en la ansiedad y el temor, influidos por una cultura que nos lleva a creer que nunca tenemos suficiente. Dios envió a Jesucristo para reconciliarnos consigo mismo y con nuestra sencillez original. Al adoptar ese «sentir que hubo también en Cristo Jesús» (Filipenses 2:5), nos liberamos. Crecer en la gracia de la dadivosidad es parte del peregrinaje cristiano por la vida, en respuesta al llamado de Dios a dejar huella en este mundo.
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Eclesiastés 5:10 Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo!
2 Corintios 9:7 Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría.
Malaquías 3:8 ¿Acaso roba el hombre a Dios? ¡Ustedes me están robando! Y todavía preguntan: “¿En qué te robamos?” En los diezmos y en las ofrendas.
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