Estaba por hacer unos trámites legales cuando, al revisar la documentación, descubrí asombrada que había discrepancias entre varios papeles. Lo que inicialmente parecía fácil de rectificar terminó tomándome varias semanas y requirió numerosas gestiones. En una de las dependencias administrativas donde me mandaron me encontré en un cara a cara con Olga. Me dio la impresión de que era una funcionaria muy eficiente, pero un poco seca.
Nuestro primer intercambio fue áspero. La mía probablemente era una de las muchísimas complicaciones con las que había tenido que lidiar aquel día, y no parecía que fuera a tener contemplaciones conmigo. Para colmo, su computadora se quedó atascada, así que tuvo que reiniciarla. Murmuró que iba a tomarse una aspirina y volvería en un minuto.
En su ausencia pedí a Dios que me diera buen tino para abordar la situación. De golpe lo vi todo desde otra perspectiva. Por un momento procuré no pensar en lo irritada que me sentía con todo aquel papeleo y traté de imaginarme cómo sería estar del otro lado de aquel escritorio.
Mientras esperábamos que se reiniciara el computador, le pregunté a Olga si alguna vez se había topado con una complicación como la mía. Aquello dio comienzo a un diálogo entre dos mujeres agotadas y hastiadas de la situación.
Olga me explicó que apenas llevaba unos meses trabajando en aquel lugar. El año anterior se había divorciado y había pasado por una etapa muy difícil de adaptación. Me mostré comprensiva y le conté que era misionera y que estaba en Argentina para compartir el amor de Dios con la gente del país, a la que le he tomado mucho cariño.
Al cabo de un rato pudo volver a entrar en el sistema e ingresar los datos correctamente.
En los días que siguieron hablamos varias veces por teléfono, pues tenía que verificar cómo iba el trámite. Cada vez que lo hacíamos nuestra comunicación se tornaba más amistosa y menos tensa. Cuando pasé finalmente a retirar la documentación, Olga se tomó la molestia de verificar que estuviera todo en orden. Nos despedimos como buenas amigas.
Cuando salí sonriendo a la calle, el viento de la tarde me golpeó el rostro. El haberme interesado en los problemas de una persona había transformado una situación conflictiva para ambas en una experiencia positiva.
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Mateo 5:42 – Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda.
Lucas 3:10-11 – ¿Entonces qué debemos hacer? —le preguntaba la gente. El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna —les contestó Juan—, y el que tiene comida debe hacer lo mismo.
Lucas 12:33-34 – Vendan sus bienes y den a los pobres. Provéanse de bolsas que no se desgasten; acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrón que aceche ni polilla que destruya. Pues donde tengan ustedes su tesoro, allí estará también su corazón.
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