En el lapso de una semana oí comentarios de tres personas que me llevaron a meditar sobre el grado de intervención de Dios en mi vida. La primera persona expresó que no sabía si a Dios realmente le interesa lo que hagamos los seres humanos, y que posiblemente no le importen mucho las decisiones que tomemos —excepto la de aceptar la salvación—, en particular las de menor trascendencia.
La segunda persona defendió la postura de que Dios solo interviene en nuestra vida después que hemos agotado todos los medios de descubrir Su voluntad; que antes de intervenir, Él espera que hagamos todo lo que está dentro de nuestras posibilidades.
La tercera persona expresó el punto de vista de que cuando Dios creó el mundo hizo como un relojero: armó y dio cuerda al reloj, pero después se retiró, dejándolo que funcionara solito. Dios concibió las leyes de la naturaleza que habían de gobernar y perpetuar Su creación; pero a partir de ese momento dejó que el universo funcionara sin ninguna intervención divina.
Estos planteamientos me turbaron, tanto es así que en los días siguientes hice una reflexión sobre el tema. Algo en mi interior se resistía a aceptar que Dios tuviera tan poco interés en participar en mi vida, o que para que me prestara atención yo tuviera que agotar primero todos mis recursos.
De ser cierta alguna de esas tres tesis, ¿qué podía yo esperar de Dios, salvo el perdón de mis errores y pecados? ¿Qué utilidad podía Él tener para mí? Lo que necesito cuando paso por una temporada turbulenta es socorro y orientación divinos, no andar preocupado de si a Dios le va a interesar ayudarme o si la situación reviste suficiente gravedad para que Él resuelva intervenir.
Ponderando estas tres hipótesis se me ocurrieron tres argumentos que las rebaten totalmente.
1. Mi experiencia personal – Dios ha intervenido en mi vida en varias ocasiones, demostrándome que a Él evidentemente le interesan las decisiones que tome.
Hace años, por ejemplo, tuve un sueño que me dio la respuesta a una disyuntiva antes siquiera de que se me presentara. Pocos días después del sueño me ofrecieron dos trabajos. El sueño me dejó muy claro cuál debía aceptar. Esa decisión me encaminó por la senda que me condujo al puesto que llevo desempeñando estos últimos 15 años como miembro del directorio de La Familia Internacional. Nada hice para obtener esa orientación, y desde luego no agoté todos los medios que tenía a mi alcance.
En numerosas ocasiones he solicitado la guía del Señor en oración y la he obtenido. Le he pedido respuestas y me las ha comunicado: en mis ratos de meditación, cuando me habla al corazón, a través de lo que leo en Su Palabra, con la sabiduría que me ha transmitido por medio de otras personas, y también a través de las circunstancias. Me ha dado asesoría y orientación muy claras, que cuando las he seguido, han dado buenos resultados. Sé por experiencia que Dios no es ajeno a mi realidad, que se interesa por mí y que, siempre que se lo permita, participará en mi vida.
2. La Palabra de Dios – Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento narran numerosos episodios en que Dios interactuó con las personas, interviniendo en distintos sucesos, ofreciendo orientación o avisando de algún peligro.
Dios ha participado también incontables veces en los procesos decisorios de Sus seguidores. En el libro de los Hechos encontramos un ejemplo sobresaliente:
«[Pablo y sus compañeros] atravesaron la región de Frigia y Galacia, ya que el Espíritu Santo les había impedido que predicaran la palabra en la provincia de Asia. Cuando llegaron cerca de Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces, pasando de largo por Misia, bajaron a Troas. Durante la noche Pablo tuvo una visión en la que un hombre de Macedonia, puesto de pie, le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Después de que Pablo tuvo la visión, en seguida nos preparamos para partir hacia Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado a anunciar el evangelio a los macedonios» (Hechos 16:6–10 (NVI)).
Dios evidentemente tenía claras preferencias en cuanto a los lugares a los que debían ir los apóstoles, y se lo hizo saber.
La Biblia dice explícitamente que al tomar decisiones debemos acudir a Dios y pedirle orientación. Explica además que si lo hacemos, Él nos encaminará: «Reconócelo en todos tus caminos y Él hará derechas tus veredas» (Proverbios 3:6 (RV95)). «Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré Mis ojos» (Salmo 32:8 (RV95)).
En el libro de los Salmos David proclamó su firme creencia en la guía divina cuando oró: «Hazme oír por la mañana Tu misericordia, porque en Ti he confiado. Hazme saber el camino por donde ande, porque hacia Ti he elevado mi alma» (Salmo 143:8 (RV95)).
Jesús dijo que cuando tuviéramos necesidad de algo debíamos acudir a Dios y confiar en que Él nos daría lo que nos hiciera falta: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7,8).
Jesús creía que Su Padre lo llevaría a tomar sabias decisiones, como consta cuando eligió a los 12 apóstoles de entre Sus discípulos: «Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a Sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que nombró apóstoles» (Lucas 6:12,13 (NVI)).
En la Sagrada Escritura se evidencia que cuando queremos que Dios interactúe con nosotros, Él con mucho gusto lo hace.
3. El Espíritu Santo – Además de mi propia experiencia y de los casos que figuran en la Palabra, tengo otro argumento: Jesús prometió que una vez que abandonara físicamente nuestro mundo, el Padre enviaría el Espíritu Santo para que habitara en los creyentes. Anunció que el Espíritu Santo moraría en nosotros.
«Yo le pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. En aquel día ustedes se darán cuenta de que Yo estoy en Mi Padre, y que ustedes están en Mí, y Yo en ustedes» (Juan 14:16,17,20 (NVI)).
Si Dios iba a enviar Su Espíritu para que habitara en mi interior eternamente, cabe inferir que Él no solo se interesa en mí como persona, sino también en lo que hago y en las decisiones que tomo. Yo iría más allá y argumentaría que Él no es un simple espectador de mi vida, sino que participa en ella.
Según las versiones de la Biblia, el vocablo griego parakletos —que se emplea para describir el Espíritu Santo— aparece traducido como Consolador, Consejero, Defensor o Intercesor. Me gustan esos conceptos, ya que para mí el Espíritu de Dios tiene todos esos atributos. Me encanta que Dios tome parte activa en mi vida, que se interese por mí, en quién soy y en lo que hago.
Para mí existen sobradas pruebas de que Dios desea formar parte de mi vida e interactuar conmigo. Él y yo trabajamos juntos. Su Espíritu —que vive en mí y me orienta cuando tengo que tomar una decisión— me ayuda en mi tránsito por la vida. Estoy muy agradecido de que Dios no se limitara a darme cuerda y echarme a andar, sino que me facilitara los medios para comunicarme con Él por medio de Su Palabra y Su Espíritu.
Si aún no te has conectado con ese Dios interactivo, hazlo ahora mismo aceptando a Su Hijo Jesús como tu Salvador. Basta con que repitas esta sencilla oración:
Jesús, deseo sentir en mi vida el amor de Dios y Su interés por mí. Él prometió que por medio de Ti, que eres «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6, (RV95)), podría llegar a conocerlo. Te abro mi corazón y te invito a entrar en él. Amén.
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Salmos 121:3 No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida.
Salmos 23:1 El Señor es mi pastor, nada me falta;
Mateo 10:30-31 y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones.
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