El día que escogí para dar un paseo por el Gran Orme —un cabo de piedra caliza en la costa septentrional de Gales— amaneció espléndido. Partí llena de ánimo bajo un sol maravilloso, con mi mapa en la mano. El Gran Orme se veía firme, inalterable. El camino que tomé me condujo por el borde del cabo. Inicialmente la suave brisa me resultó estimulante. Sin embargo, al poco tiempo se levantó viento sobre el mar, y se arremolinaron nubes de tormenta. En breves minutos la lluvia tornó pesado mi abrigo. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Aunque mi entusiasmo ya no era tan boyante, albergaba la esperanza de que el tiempo mejorara. Mi optimismo obtuvo recompensa. Después de un rato me colgué el abrigo del brazo y volví a deleitarme en la calidez del sol matinal. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Guiándome por el mapa, me aparté del camino y tomé un estrecho sendero que serpenteaba entre praderas y bosques. Tuve que subir por unos trechos pedregosos bastante escarpados, y comenzaron a dolerme las piernas. Las ovejas pastaban en campos de hierba áspera. Las gaviotas se juntaban en las rocas que había al pie del acantilado antes de remontarse hacia el cielo impulsadas por las suaves corrientes ascendentes. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
El tiempo fue transcurriendo gratamente hasta que coroné la cima. La vista era magnífica: de un lado las montañas galesas, del otro el inmenso mar. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Retorné por otro sendero. A pesar de haber estudiado el mapa, después de un rato comprobé desconcertada que en lugar de descender estaba dando vueltas en círculo. Además ya estaba empezando a sentir cansancio, y me preocupaba que no alcanzara a llegar al hotel antes de la puesta del sol. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Me crucé con un caminante más experimentado, un lugareño que había salido con sus perros. Me mostró un camino corto y directo. El cansancio no me abandonó, pero la esperanza de regresar antes que oscureciera me renovó los ánimos. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Los altibajos de la senda de la fe se parecen mucho a mi excursión por el Gran Orme. Nuestra fe alcanza a veces grandes alturas; otras, desciende a profundos valles. En ocasiones nos zarandean las tormentas de la vida, o nos sentimos agotados por el viaje. No obstante, independientemente de cómo nos sintamos, la Palabra de Dios, el cimiento sobre el que descansa nuestra fe, permanece firme, inalterable.
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Hebreos 11:6 En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
Marcos 11:22-24 Tengan fe en Dios —respondió Jesús—. Les aseguro que si alguno le dice a este monte: “Quítate de ahí y tírate al mar”, creyendo, sin abrigar la menor duda de que lo que dice sucederá, lo obtendrá. Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán.
1 Corintios 2:5 Para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios.
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