sábado, 14 de mayo de 2016

En la tragedia aflora el amor



Madrugada del 27 de febrero de 2010: El mayor terremoto que ha azotado a Chile en 50 años —8,8 en la escala de Richter— y uno de los más fuertes de la historia de la humanidad. Se caen casas y edificios por toda la zona centro sur de Chile. Minutos después, un maremoto golpea la zona costera y deja cientos de víctimas. Testigos dicen que las aguas del tsunami resonaban como el rugido de 100 leones. A nosotros, como a millones de conciudadanos, nos resultó imposible abstraernos de la campaña de solidaridad convocada luego de la catástrofe.
Enseguida se organizó un grupo de voluntarios de La Familia Internacional. Mucha gente necesitaba ayuda urgente en todo sentido. En esos momentos el amor lo mueve a uno con una fuerza mayor que la de una sacudida telúrica.
Con la colaboración de diversos patrocinadores, en los días siguientes nos preparamos con víveres, agua, mantas y otros artículos de primera necesidad. Nos dirigimos a la ciudad de Constitución, una de las más asoladas. Al llegar repartimos lo que llevábamos, reiterándoles a todos que Dios los ama, que está a su lado, que los acompañó en la catástrofe y los acompañará en la reconstrucción. Les dábamos abrazos; llorábamos y orábamos con ellos.
Nos impresionó la solidaridad de los chilenos, que viajaron en masa a ayudar a los desamparados. Muchos camiones y vehículos particulares se agolpaban en la carretera, portando ayuda para los afectados, banderas y letreros que rezaban: «¡Fuerza, Chile!» En un país que aún no supera sus divergencias políticas, el nuevo presidente expresó en su discurso de posesión: «La naturaleza volvió a recordarnos la importancia de la unidad nacional. Todos somos sobrevivientes de esta tragedia».
Unidad, ese era el lema imperante. Así como amor y solidaridad. Si bien hubo desmanes y saqueos, fueron muchas más las historias de fraternidad, adhesión y respaldo. Numerosas personas nos confidenciaron que antes escasamente se relacionaban con la gente de las casas vecinas, pero que luego del siniestro se unieron como nunca. La primera reacción de muchos fue averiguar cómo se encontraban sus seres queridos y de ahí salir a la calle a indagar por su prójimo. Vecinos de un mismo barrio que casi ni se conocían terminaron consolándose, preocupándose unos por otros y brindándose protección. Las familias estrecharon sus vínculos. Hubo incluso personas que estaban enemistadas y luego de la tragedia se avinieron y dejaron atrás viejas rencillas.
El amor en momentos así adquiere incluso un perfil de heroísmo, como en el caso de unos pescadores que rescataron a numerosos veraneantes que habían quedado incomunicados en una isla y trabajaron sin cesar hasta que el maremoto, en una de sus arremetidas, arrasó también con ellos. No esperemos a que haya una catástrofe. Anticipémonos. Seamos más amables hoy.
Proverbios 18:24 – Hay amigos que llevan a la ruina, y hay amigos más fieles que un hermano.
Juan 15:13 – Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos.
Proverbios 20:6 – Son muchos los que proclaman su lealtad, ¿pero quién puede hallar a alguien digno de confianza?

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