lunes, 30 de mayo de 2016

¿Estresado?



Cuando tenemos mucho que hacer en muy poco tiempo, es fácil caer en el agobio. Nos parece que no estamos rindiendo lo suficiente o que nuestros avances son muy lentos, así que nos exigimos más. Lo cierto es que cuando nos dejamos apremiar de esa manera, por lo general merman aún más nuestra eficacia y productividad. Lo que empezó como una actividad positiva, para la que nos sentíamos motivados, termina siendo estresante.
El estrés entorpece nuestro progreso de múltiples maneras. Somete a una mayor tensión nuestro sistema nervioso, con lo que disminuye nuestra agilidad mental. Nos lleva a forzar la marcha, lo que nos hace propensos a actuar con menos prudencia y oración y, por tanto, a cometer más errores. Nos resta inspiración. Nos pone de mal humor y nos impide relacionarnos armoniosamente con los demás. ¡Nos quita la dicha de vivir! Dejarnos abrumar por la presión resulta contraproducente desde todo punto de vista.
¿Estrés o serenidad? – Aprender a detectar el momento en que el estrés empieza a afectarnos y tomar entonces medidas sanas para contrarrestarlo es probablemente uno de los hábitos de trabajo más importantes que podemos cultivar. La mejor forma de hacerlo es pedir ayuda a Dios.
Debemos pedirle que nos ayude a detectar las primeras señales. En segundo término, debemos aprender a encomendarle nuestras cargas y preocupaciones y confiar en que Él realizará la labor a través de nosotros, a Su manera y en Su momento. «Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias. Y la paz de Dios, que supera cualquier razonamiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos por medio de Cristo Jesús» (Filipenses 4:6,7 (Biblia didáctica)).
Lo primero es lo primero – ¡El estrés es el enemigo a vencer! Cuando los cristianos nos vemos agobiados por el trabajo, lo primero que solemos postergar es justamente lo que más falta nos hace: nuestros ratos de comunión con el Señor.
En cambio, cuando nos conservamos fuertes y saludables en espíritu, leyendo la Palabra de Dios, meditando en ella y tomándonos tiempo para amarlo y dejar que nos ame,  accedemos a uno de los mejores antídotos contra el estrés: la fe. La fe nos permite entender claramente a las personas y abordar las diversas situaciones desde la óptica sobrenatural de Dios. Y conscientes de que Dios es dueño de la situación, tenemos paz.
Acudir a Dios para pedirle ayuda es semejante a abrir la válvula de escape de nuestro espíritu. En cambio, si nos empeñamos en hacerlo todo a base de nuestro esfuerzo individual, la presión se acumula.
Dios se interesa por ti y desea tu felicidad. Quiere que lo incluyas en tus quehaceres. Quiere darte una mano con tu carga de trabajo, y lo hará en la medida en que se lo permitas. Si se lo pides, aligerará increíblemente los pesos que llevas a cuestas. Te calmará los nervios, te infundirá serenidad y te indicará qué hacer.
Dios tiene todas las soluciones – Obviamente, lo mejor es eliminar anticipadamente los factores que prevemos que nos van a generar presiones. Por eso es importante pedirle a Dios que nos ayude a organizar nuestro trabajo. Hazlo antes de empezar la jornada y cada vez que surjan nuevos factores. Él puede inspirarte ideas que te allanen el camino y te simplifiquen de tal modo las cosas que ni siquiera llegues a sentir mucha presión.
Te sorprenderá lo explícito que puede ser el Señor en Sus instrucciones sobre cómo gestionar tu tiempo y abordar tu trabajo. Te dará ideas para hacer las cosas con mayor eficiencia. Te recordará detalles que se te hayan olvidado o que hayas pasado por alto, y hasta te mostrará cosas que no tenías forma de saber, con lo que te ayudará a soslayar muchas complicaciones que te hacen perder tiempo y te causan tensión. Estará a tu lado en los buenos momentos, para brindarte mayor satisfacción y alegría, y también te ayudará a superar los malos dándote orientación y fuerzas.
Juan 14:27 La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.
Salmos 55:22 Encomienda al Señor tus afanes, y él te sostendrá; no permitirá que el justo caiga y quede abatido para siempre.
Romanos 8:31 ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?

domingo, 29 de mayo de 2016

Para que a prova da vossa fé


"Para que a prova da vossa fé, muito mais preciosa do que o ouro que perece e é provado pelo fogo, se ache em louvor, e honra, e glória, na revelação de Jesus Cristo." 1 Pedro 1:7

Pensamento: Muitas vezes servimos ao Senhor, porém não percebemos que o mais importante não é que façamos coisas e atividades para Ele, mas é que, enquanto fazemos coisas e atividades para Ele, nossa fé está sendo provada. Ela sim, provada, é muito mais preciosa que o ouro perecível! Em nenhum lugar é dito que a nossa obra é mais preciosa que o ouro. Portanto servimos ao Senhor com diligência cada vez maior, porém não percamos a visão que enquanto o servimos é a nossa fé que tem sido provada. Isto sim é o mais importante!

Oração: Pai querido, obrigado pela fé que o Senhor colocou em mim, ensina-me a crer cada dia mais no Senhor, aumenta minha fé todas as vezes que ela for provada. Ajuda-me a rejeitar toda dúvida, medo, incredulidade e ansiedade. Eu oro em nome de Jesus. Amém.

No necesito luz propia



Hace varias noches mi esposa y yo estuvimos contemplando el atardecer desde la terraza. Nos quedamos hasta que se empezaron a ver estrellas. Como suele suceder, la primera en aparecer fue el lucero de la tarde. Al cabo de una hora o más todavía era la más brillante en aquella noche sin Luna. No había otra que la igualara. Se podría decir que el lucero de la tarde está en una injusta situación de ventaja sobre las demás estrellas, pues en realidad se trata del planeta Venus, que se hace pasar por estrella. Al igual que la Luna, no emite luz propia; se limita a reflejar la del sol.
Me vino de pronto que si Venus y la Luna —que tienen una superficie mate y carecen de luz propia— relucen con tanta intensidad, yo no tengo por qué preocuparme de mi propia capacidad para reflejar a Dios, es decir, de mi grado de bondad o de piedad según mi propia percepción o la de los demás. En realidad lo único que tengo que hacer es reflejar la luz de Dios cuando Él me ilumine. Evidentemente eso no me da licencia para ser un abandonado y caer en una suerte de letargo espiritual; pero es liberador entender que no tengo que tratar de ser algo que no soy.
Luego de esa experiencia, un conocido versículo de la Biblia cobró para mí nuevo significado: «Ahora vemos por espejo, oscuramente» (1 Corintios 13:12). Siempre lo había aplicado a mi percepción de Dios y de las realidades espirituales; pero ahora me doy cuenta de que también se aplica a cómo los demás ven a Dios cuando yo lo reflejo. Por mucho que me esfuerce, no puedo cambiar mi forma de ser, así como un planeta o una luna es incapaz de transformarse en estrella. La transformación se produce cuando Dios me baña con Su luz. Tal vez mi superficie no sea de las más brillantes o reflectantes que hay; Su luz, sin embargo, tiene suficiente intensidad para convertirme en una estrella.
Salmos 28:7 El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias.
Juan 14:26 Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho.
Hebreos 10:35 Así que no pierdan la confianza, porque ésta será grandemente recompensada.

sábado, 28 de mayo de 2016

Alguien más poderoso que yo



Todavía recuerdo el día en que descubrí el maravilloso efecto de pasar unos momentos en contacto con la creación de Dios. Yo estaba en primaria, y andaba buscando como loca un cuaderno que necesitaba para la clase del día siguiente. Mientras más lo buscaba, más confundida y contrariada me sentía. Estaba por estallar en lágrimas cuando entró mi madre a la alcoba. Al verme en ese estado me aconsejó que saliese a tomar un poco de sol y aire fresco.
—Te despejará la cabeza, y recuperarás las energías —me aseguró.
A mis nueve años esa solución no parecía tener sentido, pero decidí intentarlo. Recorrí el jardín respirando profundamente. Todo tenía fragancia a primavera. Me dejé acariciar por el sol. Me detuve a oler las flores que acababan de abrirse, y luego me senté al borde del estanque de nenúfares, con los pies en el agua, a observar los bruscos movimientos de los peces de colores. Me di la vuelta para mirar hacia la casa y de pronto me acordé de que había dejado el cuaderno entre los cojines del sofá mientras veía la televisión la noche anterior. ¡Qué alivio sentí! Me volvieron las energías. Mi madre tenía razón.
Ahora, ya siendo adulta, sigo aplicando esa pequeña enseñanza de mi niñez. Cuando las exigencias de la vida me dejan abatida, o cuando mi trabajo resulta estresante y la presión apabullante, me encanta pasar unos minutos en contacto con la naturaleza. A veces me quedo mirando unas plantas en maceta en el alféizar de una ventana; otras tengo la oportunidad de contemplar un paisaje espectacular desde la cumbre de una montaña. En cualquier caso, las obras de Dios, con toda su diversidad y colorido, ejercen un extraordinario poder sobre mí. Me renuevan el espíritu y me despejan los pensamientos.
Es increíblemente reconfortante recordar que, al igual que toda la espléndida creación de Dios, mi vida está en manos de Alguien más poderoso que yo.
Colosenses 1:16 Porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él.
1 Crónicas 29:11 Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, la victoria y la majestad. Tuyo es todo cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo también es el reino, y tú estás por encima de todo.
Éxodo 14:14 Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes.

viernes, 27 de mayo de 2016

Cada uno labra su propia felicidad



Hay quienes dicen que la felicidad está en la actitud que uno adopte ante la vida. Cada vez me convenzo más de ello. Luego de prestar asistencia a mucha gente que quedó desamparada tras el feroz terremoto y maremoto que devastó numerosas poblaciones de Chile en el 2010, me he dado cuenta de que, como reza el dicho, tu actitud determina tu altitud. Hay gente positiva que sabe sacar el mejor provecho de cualquier situación, aun cuando le toca la peor parte.
En el primer viaje que realicé con varios compañeros a la zona de desastre, conocimos a una señora, peluquera de profesión, que lo perdió todo cuando una de las olas del tsunami arrasó con su negocio. Al día siguiente de la catástrofe, se puso a escarbar en el barro donde antes tenía su local, y buscando buscando encontró unas tijeras, una capa y su máquina de cortar pelo. Además, descubrió que el mar había perdonado su espejo. Lavó sus implementos y poco después retomó su profesión con optimismo y gran espíritu de superación. Cuando la conocimos, nos abrazó con una sonrisa y un entusiasmo inverosímiles. Nos mostró la mediagua (casita temporal levantada por voluntarios) donde habitaba. Ya le había hecho una ventana para poder contemplar el bello bosque que rodea el campamento de damnificados. Obviamente supo tornar su desventura en ventura.
Como ella hay muchos. Por ejemplo el pescador que luego de abrazarnos largamente en medio de un paisaje desolado me dijo:
—Caballero, ¿ve ese árbol que está allá en medio de la nada? Pues ahí quedaba mi casa. Lo perdí todo. Pero doy gracias a Dios que todavía tengo a mi familia. Él me dio buenos hijos y los hemos podido criar bien. Para qué me voy a quejar.
Su fe, optimismo y gratitud tuvieron su paga, pues dos meses más tarde lo volví a ver y se me acercó apresuradamente para contarme que, después que oramos para que consiguiera trabajo, un empresario lo había contratado, y ahora ganaba el doble que antes.
Mucha gente en esas circunstancias se amargaría y culparía a Dios de sus males. No es el caso de estos nobles amigos y otros miles de sobrevivientes que se han concentrado en lo positivo y en salir adelante a pesar de los pesares.
Si quieres ser feliz en la vida, compañero,
pon la mira en la rosquilla y no en el agujero.
Eclesiastés 3:12 Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva;
Isaías 12:3 Con alegría sacarán ustedes agua de las fuentes de la salvación.
Filipenses 4:4 Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!

jueves, 26 de mayo de 2016

Hoy y para hoy

Una de las oraciones más sublimes que se hayan enseñado data de hace dos mil años y contiene un sencillo principio que me ayuda a concentrarme en el presente: «Danos hoy nuestro pan de cada día».
Durante 25 años mi dependencia del alcohol y de las drogas me privó completamente de la dicha de vivir. Tenía tal cargo de conciencia y miedo del futuro que estaba siempre aterrorizado por lo que pudiera suceder cada día. Pero en esa frase de la Biblia descubrí un concepto totalmente nuevo de la vida. Cuando vivo en el presente me libero del temor y el tormento.
No puedo esperar tener ahora todo lo que me va a hacer falta la próxima semana, mes o año; solo es preciso que tenga lo que necesito hoy. Por eso debo esforzarme por no pensar sino en el día de hoy.
He llegado a entender que el único espacio de tiempo del que dispongo es hoy. No tengo ninguna garantía del mañana; y el ayer, con todos sus errores y desgracias, se ha ido para siempre. Hoy —el momento presente— es valiosísimo. Aunque ahora tengo eso claro, igual puedo malgastar el día de hoy reviviendo el pasado o preocupándome por el futuro.
El efecto que mi adicción tuvo en mí fue que me tomaba muy a la tremenda mi situación y mis sórdidas circunstancias, muchas veces hasta tal punto que perdía contacto con la realidad. Nada de lo que hacía me proporcionaba alegría, buen humor o auténtica satisfacción. Todo mi mundo se tornó oscuro y lúgubre.
Hoy aparecen señales positivas de renacimiento en mi vida. Cada día tengo más energía espiritual y entusiasmo por la vida. Encuentro gozo en los demás y en mí mismo. He redescubierto el placer de reír.
Sé que todos los días no serán miel sobre hojuelas y que siempre tendré que hacer frente al dolor y a la desilusión. El haberme liberado de la carga de mis errores y del temor al futuro no siempre me escudará del dolor del presente ni de las consecuencias de los actos que cometí en el pasado. Lo mejor que puedo hacer es detenerme, mirar profundamente dentro de mí, afrontar los problemas de hoy con determinación y franqueza, y tomar las decisiones del caso, sabiendo que Dios está conmigo.
La carga de mi pasado a veces se hace muy onerosa para llevarla solo. Y si pienso en todo lo que tengo que hacer mañana, la semana entrante o el año que viene, me siento abrumado por el peso de la inquietud que eso suscita en mí. Cuando noto que me estoy aproximando a uno de esos dos estados de ánimo, debo pedirle a Dios que me devuelva al presente, en el que las cargas son más llevaderas y además con Su ayuda normalmente puedo hacer algo para encontrar una solución, salvo cuando no queda más remedio que aceptar la situación.
Para la mayoría de las personas, hacer planes es una función normal y saludable; para mí es un arma de doble filo. Un buen plan me sirve para mantener mi vida encauzada y ayudarme a lograr lo que me he propuesto. Pero cuando mis planes me llevan a condicionar mi felicidad a la obtención de ciertos resultados, estoy perdido. Eso se debe a que por mi historial soy más propenso a esperar dificultades que resultados positivos, me imagino más tragedias que triunfos.
El presente puede ser tan interesante y tan amplio que ocupe toda mi atención, siempre y cuando logre concentrarme en él. Si pienso solo en el ahora y me abro a los demás, a Dios y a lo bueno que hay a mi alrededor, puedo llevar una vida feliz hoy.
Marcos 9:23 ¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible.
Santiago 2:18 Sin embargo, alguien dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo obras.» Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras.
2 Timoteo 4:7 He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe.


Porque a palavra do SENHOR é reta

"
Porque a palavra do SENHOR é reta, e todo o seu proceder é fiel. Ele ama a justiça e o direito; a terra está cheia da bondade do SENHOR." Salmos 33:4-5

Pensamento: Texto curto e direto, e ao mesmo tempo muito precioso. Nunca duvide da palavra do Senhor, não pense que o Senhor esqueceu de você. Se Deus prometeu Ele é fiel para cumprir, e JAMAIS vai te abandonar. A ansiedade muitas vezes toma conta de nós. Mas Deus é bom, Ele ama a justiça, e Ele tem prazer em fazer milagres, e certamente Ele vai nos socorrer e satisfazer nossas necessidades.

Oração: Pai querido, tenho visto seus milagres em minha vida, e na vida dos meus irmãos em Cristo. Sei que o Senhor é fiel, perdoa por as vezes ficar ansioso e até mesmo chateado, pensando que o Senhor desistiu de mim. Mas cada dia mais, eu vejo que o Senhor tem prazer em atender nossa vontade. Obrigado Pai. Eu oro em nome de Jesus, amém.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Entrega o teu caminho ao Senhor

"

Entrega o teu caminho ao Senhor; confia nele, e ele tudo fará." Salmos 37:5

Pensamento: Quantas vezes nos pegamos preocupados com as nossas necessidades físicas, financeiras, familiares, sentimentais, entre outras, e esquecemos que existe um Deus no controle de nossas vidas. Quando entregamos o nosso caminho ao senhor devemos confiar e ter a certeza de que Ele tudo fará, como não podemos fazer sozinho, devemos deixar tudo no controle das Suas mãos. O segredo é não tomar de volta a preocupação, pois quando é difícil ainda podemos fazer, mas quando se torna impossível Deus começa a agir.

Oração: Pai. Peço que me ajudes á entregar todas as minhas ansiedades em Tuas mãos e descansar na certeza de que o Senhor sabe o que faz, embora, eu não entenda. Quero confiar plenamente em Teu poder e ter a certeza que podes fazer mais do que eu peço, penso ou sonho. Tudo o que sou, entrego em Tuas mãos, cumpra-se em mim o Teu querer!

El enigma de la Trinidad




En plena clase de matemáticas, uno de mi alumnos de segundo grado hizo una afirmación que me dejó perpleja:
—¡Dios no existe!
Dado que se trata de un colegio cristiano y que Martín es hijo de un pastor, no entendía cómo había llegado repentinamente a esa conclusión en mi clase. Cuando se lo pregunté, exclamó:
—Mi papá dice que está Dios, está Jesús y está el Espíritu Santo; pero a la vez dice que hay un solo Dios. No tiene sentido.
¿Qué hacer? Estaba segura de que antes de Martín otros grandes pensadores habían examinado la cuestión de la Santísima Trinidad y se habían topado con el mismo dilema. En ese momento, sin embargo, yo prefería seguir adelante con las multiplicaciones.
—Martín, estamos en clase de matemáticas. Podemos hablar de ese tema después.
—Es que es un problema matemático  —replicó el chiquillo—. No es lo mismo tres que uno.
¿Qué padre o docente no ha sufrido una emboscada de ese tipo? De la boca de los niños surgen difíciles interrogantes. He aprendido que lo mejor que puedo hacer en esos casos es pedirle a Dios que me dé buen tino, pues lo que yo podría interpretar como altanería o ganas del niño de llevar la contraria bien pudiera ser curiosidad inspirada por Dios y además una extraordinaria oportunidad de transmitirle una valiosa enseñanza. La verdad es que no me sentía muy preparada para presentar el concepto teológico de la Trinidad a Martín y sus compañeros de curso.
Sonó el timbre del recreo. ¡Estaba salvada!
Los diez minutos siguientes, mientras los niños jugaban, los dediqué a orar. Y me vino una respuesta. Era un poco simplista, y probablemente no hubiera sido la explicación que habrían dado San Agustín u otros pensadores cristianos. Pero resultó satisfactoria para Martín y los demás cuando reanudamos la clase de matemáticas.
—La Biblia llama a Jesús la Rosa de Sarón (Cantares 2:1) —les dije—. Dios es como quien dice la raíz del rosal. Aunque está oculto, de Él procede la rosa. Jesús es la flor, la parte más vistosa del amor de Dios, la parte quevemos y percibimos. El Espíritu Santo es la savia que fluye por el rosal y lo mantiene vivo. Aunque tiene tres aspectos, el rosal es uno solo. ¿Entienden?
Me imagino que Martín planteará preguntas más difíciles en el futuro, y huelga decir que yo misma tengo muchos interrogantes. Menos mal que Dios siempre nos responde cuando le planteamos algo con sinceridad. Puede que nos dé una explicación sencilla y directa, como la que me indicó para Martín, o una que sea más compleja. Otras veces simplemente nos da paz para aceptar lo que aún no entendemos.
Hebreos 11:7 Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe.
2 Corintios 5:7 Vivimos por fe, no por vista.
Lucas 17:5 Entonces los apóstoles le dijeron al Señor:—¡Aumenta nuestra fe!

martes, 24 de mayo de 2016

Mi paseo por el Gran Orme


El día que escogí para dar un paseo por el Gran Orme —un cabo de piedra caliza en la costa septentrional de Gales— amaneció espléndido. Partí llena de ánimo bajo un sol maravilloso, con mi mapa en la mano. El Gran Orme se veía firme, inalterable. El camino que tomé me condujo por el borde del cabo. Inicialmente la suave brisa me resultó estimulante. Sin embargo, al poco tiempo se levantó viento sobre el mar, y se arremolinaron nubes de tormenta. En breves minutos la lluvia tornó pesado mi abrigo. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Aunque mi entusiasmo ya no era tan boyante, albergaba la esperanza de que el tiempo mejorara. Mi optimismo obtuvo recompensa. Después de un rato me colgué el abrigo del brazo y volví a deleitarme en la calidez del sol matinal. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Guiándome por el mapa, me aparté del camino y tomé un estrecho sendero que serpenteaba entre praderas y bosques. Tuve que subir por unos trechos pedregosos bastante escarpados, y comenzaron a dolerme las piernas. Las ovejas pastaban en campos de hierba áspera. Las gaviotas se juntaban en las rocas que había al pie del acantilado antes de remontarse hacia el cielo impulsadas por las suaves corrientes ascendentes. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
El tiempo fue transcurriendo gratamente hasta que coroné la cima. La vista era magnífica: de un lado las montañas galesas, del otro el inmenso mar. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Retorné por otro sendero. A pesar de haber estudiado el mapa, después de un rato comprobé desconcertada que en lugar de descender estaba dando vueltas en círculo. Además ya estaba empezando a sentir cansancio, y me preocupaba que no alcanzara a llegar al hotel antes de la puesta del sol. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Me crucé con un caminante más experimentado, un lugareño que había salido con sus perros. Me mostró un camino corto y directo. El cansancio no me abandonó, pero la esperanza de regresar antes que oscureciera me renovó los ánimos. El Gran Orme permanecía firme, inalterable.
Los altibajos de la senda de la fe se parecen mucho a mi excursión por el Gran Orme. Nuestra fe alcanza a veces grandes alturas; otras, desciende a profundos valles. En ocasiones nos zarandean las tormentas de la vida, o nos sentimos agotados por el viaje. No obstante, independientemente de cómo nos sintamos, la Palabra de Dios, el cimiento sobre el que descansa nuestra fe, permanece firme, inalterable.
Hebreos 11:6 En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
Marcos 11:22-24 Tengan fe en Dios —respondió Jesús—. Les aseguro que si alguno le dice a este monte: “Quítate de ahí y tírate al mar”, creyendo, sin abrigar la menor duda de que lo que dice sucederá, lo obtendrá. Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán.
1 Corintios 2:5 Para que la fe de ustedes no dependiera de la sabiduría humana sino del poder de Dios.

lunes, 23 de mayo de 2016

Remar hasta casa



Me encanta Reepicheep, el firme ratoncito que habla en Las Crónicas de Narnia, de C. S. Lewis. Decidido a llegar hasta el «extremo este» y unirse al gran león Aslan (símbolo de Cristo), Reepicheep declara: «Mientras pueda, navegaré hacia el este en el Viajero del Alba. Cuando me falle, voy a remar hacia el este en mi barquilla [que es un barco pequeño], y cuando ella se hunda, nadaré al este con mis cuatro patas. Y cuando ya no pueda nadar, si no he llegado al país de Aslan, me hundiré apuntando con mi nariz hacia la salida del sol».
Pablo lo expresó de otro modo: «prosigo a la meta» (Filipenses 3:14). Su meta era ser como Jesús. No le importaba otra cosa. Admitía que tenía mucho terreno que recorrer, pero que no abandonaría hasta que lograr aquello para lo que Jesús lo había llamado.
Nadie es lo que debería ser, pero, como el apóstol Pablo, podemos seguir esforzándonos y orando por alcanzar la meta. Como él, siempre diremos: «No que lo haya alcanzado ya»; sin embargo, a pesar de las debilidades, los fracasos y el agotamiento, debemos seguir avanzando (v. 12). Pero todo depende de Dios: ¡sin Él, no podemos hacer nada!
El Señor está contigo y te llama a avanzar. ¡Sigue remando!
Señor, que entendamos que llegar a la meta no depende de nuestro esfuerzo, sino de la oración y la guía del Espíritu Santo.

¿Por dónde empezar?



Apenas iniciada en la fe, siendo todavía una jovencita,me dijeron que debía leer la Biblia; pero no sabía por dónde empezar. Con otros libros estaba habituada a echar un vistazo a las últimas páginas para ver cómo terminaban. Sin embargo, en el caso de la Biblia eso implicaba sumergirme en el Apocalipsis, un libro al que no le encontraba ningún sentido. Afortunadamente, unos cristianos con más experiencia en la fe vinieron en mi auxilio y me dieron consejos muy útiles sobre la lectura de la Biblia: «Los Evangelios están escritos en un lenguaje sencillo.
Te ayudarán a entender la vida y las enseñanzas de Jesús. Para comprender el mensaje central de Jesús —me dijeron— lo mejor es empezar por el Evangelio de Juan». Me pareció interesante que el Evangelio de Juan fuera el que más palabras textuales de Jesús contiene. Cada capítulo revela un aspecto de Su personalidad, Su mensaje y Su vida.
Al cabo de poco tiempo, sin embargo, me topé con un obstáculo: leyendo los cuatro Evangelios encontré contradicciones. Si esos libros habían sido inspirados por Dios, ¿cómo se explicaba que hubiera discordancias en la narración de ciertos episodios y hasta en citas textuales? Alguien me dio una mano: «Cuando le describes una película a un amigo, no le refieres cada detalle de la trama, sino las partes que para ti tuvieron más relevancia. Tal vez otra persona recuerda otras escenas que para ella fueron más elocuentes. Lo mismo sucede con los autores de los Evangelios: cada uno cuenta ciertos aspectos y omite otros». Eso me pareció tener lógica.
Enseguida me recomendaron que leyera los Salmos y los Proverbios. Los Salmos son una inspirada colección de oraciones, súplicas, alabanzas, promesas y profecías. Los Proverbios a su vez son un tesoro de sabiduría popular. Curiosamente, el libro de los Proverbios consta de 31 capítulos, así que se pueden leer todos en un mes a razón de un capítulo por día.
Claro que si lo que buscas es un plan de acción —no solo crecer en la fe, sino aprender a transmitírsela a los demás—, es preciso que te embarques en los Hechos de los Apóstoles. Ese libro narra las actividades conjuntas que realizaron los primeros discípulos durante más de 30 años después de la resurrección de Cristo, todo con el fin de difundir la Buena Nueva.
Naturalmente que la Biblia se compone de muchos más libros que los que acabo de mencionar. Lo interesante es que esos fueron mi punto de partida, y siguen siendo mis preferidos hoy en día.
Josué 1:8 Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito.
Romanos 15:4 De hecho, todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza.
Hebreos 4:12 Ciertamente, la palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón.

domingo, 22 de mayo de 2016

Las crisis de fe



Creer puramente por fe, sin ninguna prueba tangible, no es la solución más natural para todo el mundo en todos los casos. Así como el Señor hizo a la gente muy distinta en cuanto a personalidad y aspecto físico, también existen diferentes tipos de fe. Puede que seas el tipo de persona que necesita tiempo y estudio para llegar a un convencimiento, o que por el contrario seas de los que abrazan diversos conceptos sin mayores cuestionamientos. En cualquier caso, lo que importa es el objetivo final: que tengas una fe viva.
No es extraño que todos pasemos por crisis de fe y que abriguemos dudas o pongamos en tela de juicio ciertos aspectos doctrinales y hasta principios cardinales del cristianismo. El Señor a menudo se sirve de tales batallas mentales y espirituales para fortalecernos. Se puede valer de esos procesos para ayudarnos a redescubrir los cimientos de nuestra fe, reafirmar nuestras creencias y adquirir mayor clarividencia. Todo eso nos puede llevar a entender por qué atribuimos veracidad a ciertos principios y a repasar el fundamento bíblico de nuestra fe.
Muchos cristianos han tenido crisis de fe o han batallado contra andanadas de dudas. Me vienen al pensamiento casos notables como el de la Madre Teresa, Martín Lutero, Adoniram Judson y otros grandes misioneros. Las crisis de fe que tuvieron y las batallas que libraron para llegar a un punto de comprensión y de fe están bien documentadas. No obstante, esas experiencias derivaron en una fe más fuerte, en un conocimiento más profundo de Dios y de la relación íntima que Él quiere entablar con cada uno de nosotros. Sus batallas y victorias han inspirado a muchos. Me atrevería a decir que sus debates internos también les infundieron una comprensión más profunda de las batallas que tienen las personas para definir su fe, y que en última instancia sirven para fortalecerla. Es posible que tú mismo hayas tenido experiencias similares.
En vez de ver las dudas y las crisis de fe como amenazas para nuestra fe que deben resistirse y eliminarse de la mente y del corazón, conviene tener en cuenta que los cuestionamientos, las dudas y el escepticismo también pueden ser peldaños que nos conduzcan a una fe cristiana fuerte y madura. Pueden llevarnos a reflexionar para entender nuestra fe, a investigar para determinar la veracidad de nuestras creencias (Hechos 17:11) y llegar a tener una fe razonada y de carácter personal. Una fe edificada sobre esas bases no se tambalea con facilidad cuando es cuestionada por posturas o creencias contrarias o por los argumentos intelectuales de los no creyentes. En última instancia, todo ello puede derivar en una fe más fuerte y curtida.
Marcos 11:22-24 Tengan fe en Dios —respondió Jesús—. Les aseguro que si alguno le dice a este monte: “Quítate de ahí y tírate al mar”, creyendo, sin abrigar la menor duda de que lo que dice sucederá, lo obtendrá. Por eso les digo: Crean que ya han recibido todo lo que estén pidiendo en oración, y lo obtendrán.
Hebreos 11:1 Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.
Efesios 2:8-9 Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, 9 no por obras, para que nadie se jacte.

sábado, 21 de mayo de 2016

¿Actúa Dios en nuestra vida?




En el lapso de una semana oí comentarios de tres personas que me llevaron a meditar sobre el grado de intervención de Dios en mi vida. La primera persona expresó que no sabía si a Dios realmente le interesa lo que hagamos los seres humanos, y que posiblemente no le importen mucho las decisiones que tomemos —excepto la de aceptar la salvación—, en particular las de menor trascendencia.
La segunda persona defendió la postura de que Dios solo interviene en nuestra vida después que hemos agotado todos los medios de descubrir Su voluntad; que antes de intervenir, Él espera que hagamos todo lo que está dentro de nuestras posibilidades.
La tercera persona expresó el punto de vista de que cuando Dios creó el mundo hizo como un relojero: armó y dio cuerda al reloj, pero después se retiró, dejándolo que funcionara solito. Dios concibió las leyes de la naturaleza que habían de gobernar y perpetuar Su creación; pero a partir de ese momento dejó que el universo funcionara sin ninguna intervención divina.
Estos planteamientos me turbaron, tanto es así que en los días siguientes hice una reflexión sobre el tema. Algo en mi interior se resistía a aceptar que Dios tuviera tan poco interés en participar en mi vida, o que para que me prestara atención yo tuviera que agotar primero todos mis recursos.
De ser cierta alguna de esas tres tesis, ¿qué podía yo esperar de Dios, salvo el perdón de mis errores y pecados? ¿Qué utilidad podía Él tener para mí? Lo que necesito cuando paso por una temporada turbulenta es socorro y orientación divinos, no andar preocupado de si a Dios le va a interesar ayudarme o si la situación reviste suficiente gravedad para que Él resuelva intervenir.
Ponderando estas tres hipótesis se me ocurrieron tres argumentos que las rebaten totalmente.
1. Mi experiencia personal – Dios ha intervenido en mi vida en varias ocasiones, demostrándome que a Él evidentemente le interesan las decisiones que tome.
Hace años, por ejemplo, tuve un sueño que me dio la respuesta a una disyuntiva antes siquiera de que se me presentara. Pocos días después del sueño me ofrecieron dos trabajos. El sueño me dejó muy claro cuál debía aceptar. Esa decisión me encaminó por la senda que me condujo al puesto que llevo desempeñando estos últimos 15 años como miembro del directorio de La Familia Internacional. Nada hice para obtener esa orientación, y desde luego no agoté todos los medios que tenía a mi alcance.
En numerosas ocasiones he solicitado la guía del Señor en oración y la he obtenido. Le he pedido respuestas y me las ha comunicado: en mis ratos de meditación, cuando me habla al corazón, a través de lo que leo en Su Palabra, con la sabiduría que me ha transmitido por medio de otras personas, y también a través de las circunstancias. Me ha dado asesoría y orientación muy claras, que cuando las he seguido, han dado buenos resultados. Sé por experiencia que Dios no es ajeno a mi realidad, que se interesa por mí y que, siempre que se lo permita, participará en mi vida.
2. La Palabra de Dios – Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento narran numerosos episodios en que Dios interactuó con las personas, interviniendo en distintos sucesos, ofreciendo orientación o avisando de algún peligro.
Dios ha participado también incontables veces en los procesos decisorios de Sus seguidores. En el libro de los Hechos encontramos un ejemplo sobresaliente:
«[Pablo y sus compañeros] atravesaron la región de Frigia y Galacia, ya que el Espíritu Santo les había impedido que predicaran la palabra en la provincia de Asia. Cuando llegaron cerca de Misia, intentaron pasar a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces, pasando de largo por Misia, bajaron a Troas. Durante la noche Pablo tuvo una visión en la que un hombre de Macedonia, puesto de pie, le rogaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Después de que Pablo tuvo la visión, en seguida nos preparamos para partir hacia Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado a anunciar el evangelio a los macedonios» (Hechos 16:6–10 (NVI)).
Dios evidentemente tenía claras preferencias en cuanto a los lugares a los que debían ir los apóstoles, y se lo hizo saber.
La Biblia dice explícitamente que al tomar decisiones debemos acudir a Dios y pedirle orientación. Explica además que si lo hacemos, Él nos encaminará: «Reconócelo en todos tus caminos y Él hará derechas tus veredas» (Proverbios 3:6 (RV95)). «Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré Mis ojos» (Salmo 32:8 (RV95)).
En el libro de los Salmos David proclamó su firme creencia en la guía divina cuando oró: «Hazme oír por la mañana Tu misericordia, porque en Ti he confiado. Hazme saber el camino por donde ande, porque hacia Ti he elevado mi alma» (Salmo 143:8 (RV95)).
Jesús dijo que cuando tuviéramos necesidad de algo debíamos acudir a Dios y confiar en que Él nos daría lo que nos hiciera falta: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7,8).
Jesús creía que Su Padre lo llevaría a tomar sabias decisiones, como consta cuando eligió a los 12 apóstoles de entre Sus discípulos: «Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a Sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que nombró apóstoles» (Lucas 6:12,13 (NVI)).
En la Sagrada Escritura se evidencia que cuando queremos que Dios interactúe con nosotros, Él con mucho gusto lo hace.
3. El Espíritu Santo – Además de mi propia experiencia y de los casos que figuran en la Palabra, tengo otro argumento: Jesús prometió que una vez que abandonara físicamente nuestro mundo, el Padre enviaría el Espíritu Santo para que habitara en los creyentes. Anunció que el Espíritu Santo moraría en nosotros.
«Yo le pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes. En aquel día ustedes se darán cuenta de que Yo estoy en Mi Padre, y que ustedes están en Mí, y Yo en ustedes» (Juan 14:16,17,20 (NVI)).
Si Dios iba a enviar Su Espíritu para que habitara en mi interior eternamente, cabe inferir que Él no solo se interesa en mí como persona, sino también en lo que hago y en las decisiones que tomo. Yo iría más allá y argumentaría que Él no es un simple espectador de mi vida, sino que participa en ella.
Según las versiones de la Biblia, el vocablo griego parakletos —que se emplea para describir el Espíritu Santo— aparece traducido como Consolador, Consejero, Defensor o Intercesor. Me gustan esos conceptos, ya que para mí el Espíritu de Dios tiene todos esos atributos. Me encanta que Dios tome parte activa en mi vida, que se interese por mí, en quién soy y en lo que hago.
Para mí existen sobradas pruebas de que Dios desea formar parte de mi vida e interactuar conmigo. Él y yo trabajamos juntos. Su Espíritu —que vive en mí y me orienta cuando tengo que tomar una decisión— me ayuda en mi tránsito por la vida. Estoy muy agradecido de que Dios no se limitara a darme cuerda y echarme a andar, sino que me facilitara los medios para comunicarme con Él por medio de Su Palabra y Su Espíritu.
Si aún no te has conectado con ese Dios interactivo, hazlo ahora mismo aceptando a Su Hijo Jesús como tu Salvador. Basta con que repitas esta sencilla oración:
Jesús, deseo sentir en mi vida el amor de Dios y Su interés por mí. Él prometió que por medio de Ti, que eres «el camino, la verdad y la vida» (Juan 14:6, (RV95)), podría llegar a conocerlo. Te abro mi corazón y te invito a entrar en él. Amén.
Salmos 121:3 No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida.
Salmos 23:1 El Señor es mi pastor, nada me falta;
Mateo 10:30-31 y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza. Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones.

viernes, 20 de mayo de 2016

Záfate de las arenas movedizas



Mucho antes de la película Tiburón, antes de que Indiana Jones se viera atrapado en trampas mortales y antes de que la animación por computadora hiciera revivir a los zombis, las arenas movedizas protagonizaban algunas de las escenas más aterradoras que se veían en la pantalla grande. Casi no había película de Tarzán en la que no rescatara de esas arenas a un pobre inocente, o en la que no se viera borbotear hasta la superficie del lodo el último soplido de algún villano.
Las adversidades, como las arenas movedizas, también amenazan con aprisionarnos. Cuanto más nos agitamos, más nos hundimos. Sin embargo, la situación rara vez es tan terrible como parece. Según las leyes de la física, es prácticamente imposible que una persona se hunda más allá de la cintura en arenas movedizas. Puede que zafarse sea difícil y tome un rato, pero la persona atrapada no se hundirá del todo. Análogamente, quienes tienen verdadera fe en Dios no se hunden más allá de cierto punto ni permanecen mucho tiempo enredados en sus problemas.
Buscando en Google, uno encuentra diversos consejos para escapar de las arenas movedizas. Si trasladamos esas recomendaciones al ámbito de la resolución de problemas por la vía de la fe, la estrategia sería la siguiente:
• No te dejes dominar por el pánico. El miedo hará que te hundas más rápido. Procura relajarte. Controla tu espíritu y confía en que Dios se hará cargo de todo.
• Ora. Dios siempre tiene un plan mejor que el que tú puedas idear por tu cuenta.
• Libérate de pesos innecesarios. Los apuros tienen la particularidad de hacernos ver en su real dimensión las cosas que no tienen tanta importancia.
• Recuéstate y distribuye tu peso. Apóyate en Dios. «Por siempre te sostiene entre Sus brazos» (Deuteronomio 33:27, NVI).
• Ten paciencia. Los movimientos pausados dan mejores resultados que las reacciones histéricas.
• Descansa periódicamente. Despeja tu mente y renueva tu espíritu meditando sobre enseñanzas positivas y edificantes de la Palabra de Dios.
Juan 14:1 No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí.
Juan 16:33 Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo.
2 Corintios 7:1 Como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación.

jueves, 19 de mayo de 2016

Los ángeles de Vanessa




El sol se deslizaba bajo el horizonte mientras conducía por una estrecha carretera de dos carriles del centro de México. Miré a mi esposa, Amber, que dormía a mi lado. Por el espejo retrovisor vi a nuestras tres hijas: Tory, una niña muy viva para sus cuatro años; Shelly, que acababa de cumplir dos y hablaba sin parar como una cotorrita; y la bebita, Vanessa. Las tres dormían profundamente. Pensé en hacer una parada para tomar un café, pero deseché la idea. Si me detenía, todas se despertarían. Además estábamos en una carrera contra el tiempo. Me gustaba conducir de noche, mientras las niñas dormían, con el vehículo más fresco, aparte que así tenía oportunidad de reflexionar. Lo necesitaba. Había sido un año agitado.
Mis pensamientos me llevaron a la época en que Amber estaba embarazada de Vanessa. Habíamos viajado a la Costa Oeste de los EE.UU. a visitar a su familia, y luego a la Costa Este a visitar a la mía. Después nos habíamos incorporado a un centro misionero del sur de México, a donde habíamos llegado tres semanas antes de la fecha prevista del parto. Amber había presentido que algo no andaba del todo bien con la criatura. Yo le dije que se preocupaba demasiado; pero ella tenía razón. Poco después de nacer Vanessa, nos informaron que tenía una afección cardiaca que requería cirugía. No estaba del todo clara la gravedad de la dolencia. En todo caso, los médicos nos instaron a regresar a los EE.UU. para que se le diera la atención médica que precisaba. Unos amigos de Dallas habían aceptado acogernos por un mes. Hacia allá nos dirigíamos en ese momento.
Llegamos a la casa de nuestros amigos en la madrugada. Nos tenían preparada una hermosa habitación. Las niñas quedaron fascinadas al enterarse de que dormirían en dos camitas hechas a su medida.
—Mamá, ¿cuánto tiempo podemos quedarnos en este hotel? —preguntó Tory con cara de asombro.
Nuestra primera visita al cardiólogo terminó con un viaje en ambulancia a la unidad de cuidados intensivos del hospital infantil. La nena estuvo internada más de dos meses allí. Su cuerpecito luchaba por sobreponerse a la cirugía cardiaca, a la debilidad de sus pulmones, a las intubaciones y a las infecciones estreptocócicas. Amber y yo nos turnábamos para quedarnos con Vanessa en el hospital; uno de los dos permanecía a su lado a toda hora. Mientras tanto, nuestros queridos amigos cuidaban de nuestras otras hijas, nos preparaban la comida, nos lavaban la ropa, nos prestaron un auto cuando el nuestro se descompuso y hasta nos pagaron los peajes de la autopista a fin de que pudiéramos tomar la ruta más corta para ir y volver al hospital.
Cuando finalmente pudimos llevar a Vanessa a casa para la recuperación, nos cedieron su propio dormitorio, donde cabían mejor todos los equipos médicos necesarios para atenderla. Durante todo ese tiempo no dijeron ni una sola palabra sobre el costo que todo aquello tenía para ellos.
Seis semanas más tarde, Vanessa entró en coma y fue trasladada de urgencia al hospital. Los tres meses que siguieron, un equipo de médicos continuó tratando de diagnosticar el mal que padecía. Los resultados fueron llegando de uno en uno, y eran apabullantes: había sufrido daños cerebrales; estaba sorda y ciega; su dolencia cardiaca iba a requerir múltiples cirugías. La declararon enferma terminal. Los médicos le dieron un año de vida —tal vez dos— y la entregaron a nuestro cuidado.
Durante meses nuestros amigos lo habían compartido todo sin pedir nada a cambio. Estábamos seguros de que de ninguna manera podrían seguir manteniéndonos. Encontramos un pequeño departamento cerca del hospital y nos dispusimos a trasladarnos allí.
Ellos entonces reaccionaron de la manera más inesperada: nos pidieron que nos quedáramos. ¿Sabían en qué atolladero se estaban metiendo? ¿Habían tenido en cuenta que Amber y yo tendríamos que turnarnos con la nenita las 24 horas del día? ¿Y que Vanessa necesitaría constante atención médica y visitas semanales de enfermeras? Todo aquello alteraría el normal funcionamiento de su hogar. Para colmo, no sabíamos bien con cuánto íbamos a poder contribuir, ya fuera económicamente o de otra manera. ¿Eran conscientes de que esa situación podía dilatarse y durar años?
Pues sí lo habían tomado en cuenta, y nos respondieron serenamente:
—Estamos a su disposición para cualquier cosa que les haga falta todo el tiempo que sea necesario.
Unos meses más tarde, mientras descansaba tranquilamente, Vanessa pasó de los brazos de su madre a los de Jesús. De eso hace ocho años. Al día de hoy, la actitud de nuestros amigos sigue siendo el ejemplo más vívido de generosidad y sacrificio que he visto en toda mi vida: fue puro amor incondicional y bondad. Estuvieron dispuestos a dar hasta que les dolió y más, a sabiendas de que no podríamos devolvérselo jamás. Nuestros amigos no se limitaron a decir que deseaban seguir el ejemplo de Cristo; ¡lo hicieron!
Hebreos 13:16 No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos son los sacrificios que agradan a Dios.
Romanos 12:1-2 Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.
Oseas 6:6 Lo que pido de ustedes es amor y no sacrificios, conocimiento de Dios y no holocaustos.

Devocional Diário

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