jueves, 16 de junio de 2016

Un borracho frente a mi ventana




Era casi medianoche cuando lo oí. Me estaba cepillando los dientes, medio dormida. El hombre gritaba y balbuceaba al mismo tiempo. Me imaginé que sería un borracho llamando a su compañero de tranca.
Media hora más tarde seguía gritando palabras ininteligibles. No pude más: decidí llamar a la policía.
Al pasar junto a la ventana vi que el hombre estaba de pie bajo una luz del alumbrado público. Era mayor de lo que me había imaginado. Aunque hacía frío, tenía el torso desnudo, y gritaba en dirección a mí.
Un joven se detuvo a hablar con él. Un rato después se quitó la chaqueta y se la puso al hombre. Me quedé atónita. Los dos se abrazaron, y me di cuenta de que el joven estaba rezando por él. Pasó una pareja que se los quedó mirando; pero al joven poco parecía importarle lo que pensaran. Al cabo de un rato aquel samaritano moderno le echó un brazo a la espalda al hombre mayor, como diciendo: «Te llevo a casa». Y así ambos partieron.
Me quedé unos minutos junto a la ventana, pensando. ¿Qué tan consecuente soy con mis principios cristianos? Tuve que reconocer que mi reacción ante aquel borracho incómodo distaba bastante de la que hubiera tenido Jesús. Él no habría llamado a la policía; se hubiera detenido a hablar con él. Le hubiera dado Su abrigo. Lo habría escuchado y consolado, y habría orado por él. De esa manera tal vez habría cambiado la vida de aquel hombre.
Finalmente, cuando volví a la cama, le agradecí a Dios que hubiera enviado a aquel joven a ayudar al pobre borracho y ayudarme también a mí. Además rogué que me enseñara a reaccionar mejor la próxima vez que Él pusiera una persona necesitada delante de mí.
Entonces el Rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de Mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a Mí. […] En cuanto lo hicisteis a uno de estos Mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicisteis.—Jesús, en Mateo 25:34-36,40
Lucas 10:30-37 – Jesús respondió:—Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones. Le quitaron la ropa, lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Resulta que viajaba por el mismo camino un sacerdote quien, al verlo, se desvió y siguió de largo. Así también llegó a aquel lugar un levita, y al verlo, se desvió y siguió de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, se compadeció de él. Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos monedas de plata y se las dio al dueño del alojamiento. “Cuídemelo —le dijo—, y lo que gaste usted de más, se lo pagaré cuando yo vuelva.” ¿Cuál de estos tres piensas que demostró ser el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?—El que se compadeció de él —contestó el experto en la ley.—Anda entonces y haz tú lo mismo —concluyó Jesús.
Lucas 10:27 – Como respuesta el hombre citó:—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.”

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