La Epístola a Diogneto se la escribió un cristiano anónimo a un pagano de encumbrada posición social, probablemente a fines del siglo ii. De las obras de apologética cristiana dirigidas a no creyentes, es quizá la más antigua de las que se han conservado hasta el día de hoy. Nos revela con sutil penetración la perspectiva del mundo que tenían los primeros cristianos y la función que desempeñaban en él. Los atributos que enumera el autor en los capítulos v y vi dan bastante que pensar a un lector moderno. Reproducimos enseguida algunos pasajes:
Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres. Porque ni habitan ciudades exclusivas suyas, ni usan una lengua extraña, ni llevan un género de vida singular […], sino que habitando ciudades griegas o bárbaras, según lo que a cada uno le tocó en suerte, y siguiendo los usos de cada región en lo que se refiere al vestido, la comida y las demás cosas de la vida, dan muestras de un tenor de conducta admirable y, por confesión de todos, extraordinario, acorde con su ciudadanía espiritual.
Residen en sus propios países, pero sólo como transeúntes; participan en todo como los ciudadanos, y soportan todas las opresiones como los forasteros. Todo país extranjero les es patria, y toda patria les es extraña. […] Viven en la carne, pero no según la carne. Están en la tierra, pero su ciudadanía es la del Cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida trascienden las leyes.
Aman a todos los hombres. […] Se les da muerte, y aun así están revestidos de vida. […] Tienen necesidad de todo y, sin embargo, en todo abundan. Se los deshonra y, pese a todo, se glorían en la misma deshonra. Se los calumnia y, aun así, son revindicados. Se los insulta, y ellos bendicen; se los injuria, y ellos muestran respeto. […] Hacen el bien, y se los castiga como malvados. Ante la pena de muerte, se alegran como si se les diera la vida. […] Los mismos que los odian no aciertan a explicar los motivos de su odio.
En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos, por las diversas ciudades del mundo. El alma tiene su morada en el cuerpo, y, con todo, no es del cuerpo. Asimismo, los cristianos tienen su morada en el mundo y, aun así, no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible; de igual modo a los cristianos se los reconoce como parte del mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible.
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Hechos 22:16 – Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, bautízate y lávate de tus pecados, invocando su nombre.
Hechos 2:38 – Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—, y recibirán el don del Espíritu Santo.
Efesios 4:29 – Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan.
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