Calificar de demoledora la experiencia que viví hace cuatro años sería un eufemismo. Fue como si toda una serie de circunstancias que escapaban a mi control conspiraran contra mí. Me habían despedido de un trabajo en el que lo había dado todo durante casi catorce años. No puedo decir que me lo tomé bien inicialmente. Oscilaba entre el enojo y la depresión. No lograba ver qué camino seguir ni cómo me las arreglaría para mantener a mi familia sin las entradas a las que nos habíamos acostumbrado. Ni siquiera recuerdo si el sol llegó a brillar aquel verano.
El rey David de la Antigüedad también tuvo que lidiar con ese sentimiento de desesperación. Algunas de sus luchas interiores han quedado registradas en el libro de los Salmos. Yo me identifiqué con su angustia. «De lo profundo, oh Señor, a Ti clamo. Señor, oye mi voz» (Salmo 130:1,2). «Desde el cabo de la tierra clamaré a Ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo» (Salmo 61:2). Había una roca a la que podía asirme y sobre la que podía reconstruir mi vida. Esa roca era Jesucristo.
La cesantía me dejaba bastante tiempo libre. Me sumergía en la Palabra de Dios, meditaba en Sus promesas y reflexionaba sobre Él mientras paseaba, trabajaba en el jardín o descansaba. Poco a poco fui recobrando la paz interior. Una vez que fijé mi atención en las verdades y valores eternos, mis apuros dejaron de verse tan graves. Finalmente pude coincidir con la afirmación del apóstol Pablo: «Las dificultades del tiempo presente no son comparables con los buenos tiempos que se avecinan» (Paráfrasis de Romanos 8:18). Poco a poco fui ocupándome en una cosa y otra. Conseguí un empleo de media jornada, lo que implicaba un menor nivel de ingresos y por ende mudarnos a una casa más pequeña. Aunque nos costó un poco apretarnos el cinto, eso también tuvo su lado beneficioso: una vida más sencilla, menos presiones y complicaciones, y la oportunidad de dedicarme a nuevos intereses.
Entonces, gracias a un encuentro providencial, asistí a un curso de capacitación que me abrió el camino a una carrera completamente nueva para mí, oportunidad que no se me habría presentado de no haber perdido mi antiguo empleo. Me siento más contento y realizado con mi nueva situación, y mi familia está mejor hoy que entonces. Fue un cambio de rumbo importante por el que yo probablemente no habría optado de no haberme visto en la necesidad de hacerlo. Lo que parecía ser el fin terminó siendo un nuevo comenzar. Me subí a la Roca, y Él me sostuvo.
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1 Corintios 3:11 – porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo.
Efesios 2:20 – edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular.
Mateo 7:24 – »Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca.
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