Temblaba y tenía escalofríos. A ratos se me nublaba la vista. La sala de estar estaba en el piso superior. Subí tambaleándome sin ninguna certeza de que llegaría. En el último escalón me desplomé. Inmóvil, traté de superar el mareo y las náuseas. No sé cómo, logré llegar hasta el sofá, y ahí me quedé acostada. Me temblaban todos los músculos. Tuve convulsiones. Hice un esfuerzo por dejar de temblar; pero cuando trataba de controlar las piernas, los brazos y el pecho, me castañeteaban los dientes y sentía que la cabeza me iba a estallar. Traté de aguantar hasta que se me pasara.
En vez de mejorar, empeoré, aunque me figuraba que peor no podía estar. Para colmo, me encontraba sola en casa. Me quedé una hora acostada. Las convulsiones eran tan fuertes que casi me caí del sofá. No lograba componer una oración. Ni siquiera era capaz de pensar. Tenía la mente concentrada en soportar el dolor.
Entonces oí una voz que decía: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos» (Hebreos 13:8; RV95). No fue una oración, ni un pensamiento, y estoy segura de que tampoco una alucinación. No vino de mi interior. Era una voz; y en el instante en que la oí, todo el cuerpo se me tranquilizó. Dejé de temblar.
Me quedé acostada sin moverme. Estaba semiinconsciente. Casi esperaba que empezaran de nuevo las convulsiones, pero no fue así. ¡Me había curado por completo, en un momento! Al poco rato me levanté y seguí con mis quehaceres como si no me hubiera pasado nada.
Desde entonces he estado enferma en otras ocasiones y el alivio no llegó con la misma rapidez que aquel día; sin embargo, ahora entiendo que la curación es un regalo. Aquel día en que estuve más enferma que nunca, tanto que ni conseguía formular una oración, recibí ese regalo. Cuando no podía ni levantar una mano en dirección a Jesús, Él extendió la Suya y tomó la mía.
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Marcos 14:4 (NVI) Algunos de los presentes comentaban indignados: —¿Para qué este desperdicio de perfume?
Lucas 2:22 (NVI) Así mismo, cuando se cumplió el tiempo en que, según la ley de Moisés, ellos debían *purificarse, José y María llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor.
Lucas 5:17 (NVI) Un día, mientras enseñaba, estaban sentados allí algunos *fariseos y *maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea y Judea, y también de Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para sanar a los enfermos.
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