sábado, 24 de septiembre de 2016

Yo llegue primero


Mi hijo Manuel —que en aquella época tenía 3 años— estaba haciendo un juego educativo en la computadora cuando su hermana Alondra —entonces de 6— reclamó que la dejara jugar también a ella un rato. La respuesta de Manuel fue típica:
—Yo llegué primero.
No sé de dónde lo había aprendido él, pero me di cuenta de que ese es un principio de la sociedad humana, eso de que el que llega primero tiene más derechos por la sencilla razón de que llegó antes.
El que pisa por primera vez una tierra tiene derecho a tomar posesión de ella. El que primero encuentra una perla en el mar, o una mina de oro, o un yacimiento petrolífero, puede apropiarse de lo que encontró. El primero en inventar algo o hacer un descubrimiento científico puede patentar su hallazgo y lucrar con él. El que primero se sienta en una mesa de un restaurante tiene más derecho a ella que el que llega después. El que primero se instala en una parte de la playa se convierte en dueño de esos metros cuadrados hasta que los abandona.
En el caso de mis hijos, yo les enseño que si uno lleva media hora jugando en la computadora, ya es hora de que le deje un turno al siguiente. Me imagino que la mayoría de los padres hacen lo mismo. Pero menudo caos se produciría si aplicáramos ese principio a todo aspecto de la sociedad. Sería insólito que un propietario dijera: «He disfrutado de estas tierras durante un buen tiempo; ya es hora de que se las deje a otro». O que uno que tiene un buen empleo se lo cediera a otro que está cesante y justo de dinero.
Tales ejemplos son un tanto extremos, pero ¿qué hay de los pequeños actos de consideración? ¿Con qué frecuencia las personas que van sentadas en el bus o en el metro ceden su asiento a los que acaban de montarse y todavía no han tenido ocasión de descansar los pies? ¿Es mucho pedirnos que hagamos esos pequeños sacrificios? ¿Será que no los hacemos simplemente porque no vemos que otros los hagan y nadie nos los exige?
Bien pensado, actuamos así llevados por el egoísmo, por nuestra naturaleza pecaminosa. El amor de Jesús, en cambio, nos da fuerzas para romper con el inmovilismo. Jesús enseñó: «Dad, y se os dará; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir» (Lucas 6:38). Desde luego hoy en día esos son conceptos revolucionarios. ¡Cómo nos aferramos a nuestros derechos egoístas! Pero Dios desde un principio quiso que fuéramos generosos y altruistas, y con Su amor podemos ser así. Si practicáramos esa clase de amor, el mundo sería bien distinto.
1 Juan 4:8 (NVI) El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
Colosenses 3:14 (NVI) Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto.
Juan 15:13 (NVI) Nadie tiene amor más grande que el dar la *vida por sus amigos.

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