jueves, 8 de septiembre de 2016

Nunca es tarde si la dicha es buena


Jamás imaginé que sufriría una dolencia potencialmente mortal, así que hace seis años, cuando me descubrieron que tenía la enfermedad de Crohn —un mal autoinmune que afecta al tracto digestivo y que no es curable ni con fármacos ni con intervenciones quirúrgicas—, me costó mucho aceptarlo. En aquel entonces yo tenía 24 años y un hijo de cuatro. Todos los remedios naturales que probé poco hicieron para mitigar el deterioro. Sufría dolores tan intensos que tuve que guardar cama casi cuatro años.
Llegué a perder el 40% de mi peso. Quedé con 35 kilos y pude haber muerto de desnutrición.
La enfermedad me fue consumiendo también emocionalmente. Me sentía inútil, fracasada, y me veía como una carga enorme para mi familia. Me preguntaba: «¿Por qué habrá permitido Dios que me sobrevenga esto? ¿De qué le puede servir una persona postrada en cama, tan delicada de salud e inestable como soy ahora?»
En los momentos en que me sentía más débil física y emocionalmente, mi familia y amigos me ayudaron a no rendirme. También me hicieron ver que todavía podía ayudar a los demás por medio de mis oraciones. Así que dejé de pedirle al Señor que me curara y más bien le rogué que se valiera de mí con todo lo enferma que estaba. Eso marcó el principio de mi recuperación. No me curé físicamente de la noche a la mañana, pero tenía paz interior y estaba dispuesta a aceptar lo que Dios tuviera para mí.
Varios meses después se dio a conocer un nuevo tratamiento clínico para esta enfermedad. Cuando le pregunté a Jesús si debía someterme a él, me dijo que me serviría para restablecerme por completo. Poco a poco mis intestinos empezaron a funcionar mejor. A lo largo del siguiente año recuperé paulatinamente mi peso normal. El tratamiento, junto con una buena dieta y mucha oración, hizo entrar en remisión la enfermedad de Crohn y me rescató de la muerte, lo cual me llena de gratitud.
El continuo amor del Señor, los cuidados que me prodigó y la ayuda que me prestaron unas personas maravillosas me permitieron sobrevivir a esos difíciles cinco años. Además, creo que por lo que sufrí, hoy soy mejor persona. Lo mejor del caso es que la experiencia me acercó mucho a Jesús, más de lo que jamás había creído posible.
Hoy puedo decir, al igual que el apóstol Pablo: «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Romanos 8:18).
Romanos 8:28 (NVI) Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.
Romanos 8:31 (NVI) ¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?
Romanos 8:38-39 (NVI) Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.

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