Hace poco tomé conciencia de que me daba a mí misma licencia para quejarme cuando me ocurrían ciertas cosas. En general eran cuestiones triviales, como tener que recoger un cuarto cuando estaba cansada, o que mi marido llegara tarde, incidentes que habría podido superar fácilmente de no haber decidido de antemano que tenía derecho a ponerme cascarrabias en esas circunstancias. Jesús dice: «Bástate mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Corintios 12:9).
Me di cuenta de que se trataba de algo que yo podía controlar. Podía optar por echar mano de la gracia que Jesús me ofrecía gratuitamente y conectarme a Su infinito poder; o bien podía rezongar y arreglármelas por mi cuenta como pudiera. Cuando me decía a mí misma que una situación me superaba, en efecto me superaba. Y si me daba permiso para quejarme, se ponía todavía más difícil. En cambio, si me aferraba a la postura de que la gracia de Jesús me bastaba, así era. Él siempre acudía en mi ayuda, la situación se tornaba llevadera y a veces hasta llegaba a disfrutar de ella.
Hay momentos en que el concepto de confiar en la gracia y fortaleza de Jesús —lo que se conoce también como reposar en el Señor— llega a ser bastante abstracto. Se me ocurrió que sería genial contar con un sillón que me hiciera reposar en el Señor por el solo hecho de sentarme en él.
Pues bien, hay un lugar al que pueden acudir las personas quejumbrosas como yo, un estupendo salón de belleza en el que me arreglan tan bien que si lo visitara con suficiente frecuencia casi ni te darías cuenta de lo horrible que soy en realidad. Las mujeres saben a qué me refiero. Piensa en lo distendida que te sientes cuando estás en manos de tu estilista preferido. Sabes que es capaz de arreglarte el pelo por muy inmanejable que lo tengas. Casi no necesitas mirarte al espejo cuando te dice que ha terminado. Tienes la seguridad de que te ves estupenda. Así es.
A mí lo que me da mejor resultado es levantarme tempranito, y antes que eche a correr el día y me atropelle una de esas situaciones espinosas, cierro los ojos, me transporto a ese spa bendito y le digo a mi estilista: «Jesús, estoy en un estado lamentable. Pero me basta Tu gracia. Arréglame». Lo doy entonces por hecho y sigo adelante sin más.
Claro que unos días son mejores que otros, pero ya sé dónde replegarme cuando las cosas marchan mal. El salón de belleza de Jesús permanece abierto las 24 horas.
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Salmos 62:5 Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza.
1 Pedro 5:7 Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.
Salmos 62:5 Sólo en Dios halla descanso mi alma; de él viene mi esperanza.
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