Hay un día que nunca olvidaré. Fue hace siete años, aproximadamente una semana antes de cumplir yo los 12. Empezó como cualquier otro.
La inminencia de cumplir 12 años me tenía un poco desconcertada. Es más, me daba miedo. En las semanas anteriores me asaltaron diversos interrogantes y aprensiones. ¿Cumplir 12 años implicaba que ya no podría hacer ciertas cosas de niña que me gustaban? ¿Tendría que conducirme de otra manera, crecer y madurar de golpe? Ni siquiera sabía muy bien qué querían decir esos términos. No tenía ni idea de cómo responder a ese alud de preguntas. Estaba confusa.
Por la tarde papá y yo salimos a dar un paseo, y finalmente me armé de valor para plantearle aquellos grandes interrogantes. Sus respuestas —que fueron simples, pero atinadas— hicieron mucho más que disipar mis aprensiones cumpleañeras; contribuyeron a moldear mi carácter.
Papá me aseguró que cumplir 12 años no significaba que tendría que crecer de golpe ni que ya no podría disfrutar de los juegos de la infancia. Me explicó que gozar de las cosas sencillas de la vida y apreciarlas es un rasgo de la infancia que nunca deberíamos perder, independientemente de la edad que tengamos. Además, me sorprendió que me dijera que la madurez no tiene nada que ver con aparentar ser mayor o querer impresionar a los demás. La verdadera madurez consiste en aprender a pensar más en el prójimo que en mí misma; significa mirar el mundo sin egoísmo, contribuir al desarrollo de los demás, ejercer una influencia positiva en ellos, ponerme en su lugar, procurar entenderlos y ser capaz de compadecerme. En resumidas cuentas, es manifestar amor y anteponer sus necesidades a las mías.
He aquí el verdadero goce de la vida: servir para un propósito que uno mismo reconoce como noble; constituirse en una fuerza de la naturaleza en vez de ser un amasijo febril de malestares y molestias que se queja de que el mundo no se consagra a hacerlo a uno feliz. Soy de la opinión de que mi vida pertenece a toda la sociedad y que mientras viva es un honor hacer todo lo que pueda por ella. Es una suerte de antorcha espléndida que por el momento sostengo con fuerza y quiero que arda con el mayor brillo posible antes de entregarla a las generaciones futuras.—George Bernard Shaw
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Efesios 6:2 (NVI) «Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa—
1. Corintios 6:12 (NVI) «Todo me está permitido», pero no todo es para mi bien. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine.
Proverbios 27:9 (NVI) El perfume y el incienso alegran el corazón; la dulzura de la amistad fortalece el ánimo.
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