martes, 23 de agosto de 2016

Las nubes no apagan el sol



Desde que tengo uso de razón no me gustan los días nublados, y menos en invierno. Se me hacen eternos y deprimentes, y me enfrían el cuerpo y el alma. De todos modos, son parte de la vida. Así que me puse como meta aprender a disfrutarlos. En los últimos años han llegado a gustarme más. ¿Cuál es el secreto? En realidad tengo varios. A veces aprovecho esos días para preparar un pastel, unas galletas o alguna otra delicia para acompañar el café. Toda la casa huele a café y a lo que se está horneando.
Eso crea un ambiente cálido y agradable. También he aprendido que puedo dar una nota de alegría con lo que me pongo, por ejemplo con un suéter de un color vivo o algunos abalorios. Más que nada, he aprendido a dar gracias a Dios por esos días. Siguen sin entusiasmarme, pero gozo de buena salud, vivo en una casa sin goteras, duermo en una cama cómoda, no me falta comida, y tengo a alguien con quien compartir las bendiciones que Dios me da.
Hace poco salí en un día nublado. Aunque el cielo estaba encapotado, no me imaginé que fuera a llover; por eso no llevé paraguas. Sin embargo, a media mañana me sorprendió un aguacero estando a 25 cuadras de mi casa. Al llegar, me pareció que tenía más agua en la ropa y en el pelo de la que quedaba en las nubes. Tras una ducha caliente y un rico almuerzo, quedé como nueva. Me sentí en la gloria.
Mientras soportaba la lluvia, oré por las víctimas de catástrofes. No de catástrofes como quemar la comida, o teñirse el pelo y no quedar satisfecha con el color. Hablo de auténticas catástrofes, como quedarse sin casa a causa de un terremoto y no tener agua corriente, ropa seca, ni comida caliente.
Cuando te deprima el mal tiempo u otra circunstancia, ora por alguien que esté en peor situación que tú. Eso te ayudará a ver las cosas más objetivamente, y le hace bien al alma. Tiene en ella el mismo efecto revitalizante que una ducha caliente después que te pilló un aguacero, o el olor de pastel casero en un día gris. No debemos olvidar que tenemos un Dios poderoso, que lo ve y lo sabe todo, que nos ama y nunca nos someterá a ninguna prueba que no podamos superar con Su ayuda (1 Corintios 10:13). Eso es tan reconfortante como el aroma de café recién hecho.
Aun cuando el cielo esté de color plomizo, por encima de las nubes sigue brillando el sol. Eso es innegable. Puede que las nubes nos impidan verlo, pero sigue ahí, tan redondo y radiante como cualquier otro día. Cuando la oscuridad nos envuelve, el sol del amor de Dios sigue emitiendo sus rayos, hasta disipar las nubes y llenar de calor nuestra alma.
Romanos 15:13 Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo.
Romanos 8:24 Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?
Jeremías 17:7 Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él.

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