¡Pasar ratos con el Señor rinde tantos beneficios! ¿Cómo podríamos prescindir de ello? Él puede ayudarnos a resolver nuestros problemas, responder a nuestros interrogantes, aliviar nuestras penas, consolarnos cuando estamos tristes, alegrarnos la vida, transportarnos al Cielo y muchísimo más.
La oración cambia las circunstancias. Es uno de los medios de los que se vale Dios para satisfacer las necesidades y deseos de Sus hijos, siempre y cuando lo que le pidan sea beneficioso para ellos y para los demás. «Todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22 (RV95)).
El tiempo que dedicamos a la reflexión nos proporciona una fortaleza interior que nos ayuda a superar las etapas más difíciles de la vida. «El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma» (Salmo 138:3).
Cuando nuestro espíritu flaquea y se nos turban los pensamientos, la oración nos proporciona descanso y nos renueva. «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga» (Mateo 11:28-30).
Una vez que hemos encomendado un asunto a Dios en oración, podemos tener la certeza de que Él se hará cargo del mismo conforme a Su voluntad. «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28).
La oración nos consuela en los momentos de tristeza; nos infunde ánimo cuando estamos abatidos y valor para seguir adelante cuando ya no podemos más. Jesús nos ayuda a ver nuestras dificultades objetivamente —como las ve Él— y nos da sosiego. «Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas» (Salmo 147:3). «En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, Tú me das consuelo y alegría» (Salmo 94:19 (DHH)).
A medida que vamos aceptando y aplicando lo que el Señor nos indica, adquirimos sabiduría. «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5).
Jesús nos conduce por el laberinto de la vida. Nos indica qué hacer en situaciones de apuro, cuando nos enfrentamos a decisiones difíciles. Ha prometido darnos instrucciones, aclararnos los pensamientos y guiar nuestros pasos. «Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:6).
Otras veces nos inspira ideas geniales. «Clama a Mí, y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que Tú no conoces» (Jeremías 33:3). También nos evita complicaciones poniéndonos sobre aviso, o nos da las soluciones a nuestros problemas. «El que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal» (Proverbios 1:33).
Por medio de la oración podemos curarnos de nuestras dolencias físicas. «La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará» (Santiago 5:15 (NVI)).
Por ella también podemos obtener el perdón de las faltas que cometemos. «Dije: “Confesaré mis transgresiones al Señor”; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5).
La oración nos sirve para adquirir un conocimiento más profundo tanto del mundo natural como de la dimensión espiritual. «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2:9,10).
Al orar nos beneficiamos de la energía divina, de modo que logramos mejor rendimiento y se nos facilitan las cosas. «Él fortalece al cansado, y acrecienta las fuerzas del débil. […] Los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas; correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán» (Isaías 40:29,31 (NVI)).
La oración potencia la paz interior. «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6,7).
Por medio de la oración le recordamos a Dios que satisfaga nuestras necesidades materiales. «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7,8).
Jesús nos abre los tesoros de Su Palabra cuando se lo pedimos, como lo hizo el rey David: «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de Tu ley» (Salmo 119:18).
Podemos obtener asistencia divina aun cuando no sepamos qué pedir. «Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Romanos 8:26).
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Juan 15:7 Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá.
Mateo 18:19-20 Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Lucas 18:1 Jesús les contó a sus discípulos una parábola para mostrarles que debían orar siempre, sin desanimarse.
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