sábado, 27 de agosto de 2016

La carrera



Mientras paseaba un domingo por la ribera del río, estuve observando los cisnes y las demás aves. Le conferían un toque de belleza a aquella tarde asoleada que había decidido dedicar a mí mismo.
Los últimos años habían sido una pesadilla. Los efectos del alcoholismo se dejaban notar. El sentimiento de culpa, el pesimismo y el abatimiento pendían sobre mí como nubarrones. Me había separado de mi mujer y había perdido mi empleo. También había perdido el respeto de todos mis amigos y compañeros de trabajo. Me sentía inútil y fracasado.
Unas cuantas personas pasaron trotando junto a mí. Un grupo de jóvenes ciclistas hizo lo propio a toda velocidad. Casi ni les presté atención. Andaba abstraído en mis pensamientos, repasando los sucesos de los últimos años. No acertaba a entender en qué punto había tomado las decisiones erróneas que me habían conducido a la penosa situación en que me encontraba.
En ese momento oí una vocecita que decía:
—¡No te rindas! ¡Sigue! ¡No te rindas!
Aquellas palabras retumbaron en mis oídos.
Me di la vuelta y vi a un niño como de siete años que venía corriendo hacia mí, seguido de su hermana menor, que tendría unos cinco años. Me imagino que ésta tenía ganas de abandonar la carrera que habían acordado entre los dos, por lo que al pasar a mi lado él volvió a gritarle:
—¡No pares ahora! ¡Tienes que llegar a la meta!
Me recordó una escena de la película Carrozas de fuego (1981) en la que Eric Liddell —uno de los participantes en una carrera de 440 yardas clasificatoria para las Olimpíadas de 1924— sufre un empujón de otro corredor y cae fuera de la pista. Me imagino lo que debió de pensar en ese momento mientras los demás velocistas lo adelantaban. «¡Date por vencido! ¡Has perdido! ¿Para qué terminar la carrera?» Pero Liddell se levantó, volvió a la pista, corrió como si estuviera destinado a ganar y, en efecto, ganó.
Por primera vez en mucho tiempo esbocé una sonrisa. Un haz de luz atravesó mis tinieblas. Había tocado fondo. ¿Y qué? No tenía más remedio que incorporarme y echar para adelante. Me convencí a mí mismo de que podía levantarme. Podía volver a la pista y ponerme a correr. Tal vez no gane tan dramáticamente como Liddell, pero puedo terminar la prueba, la gran carrera de la vida.
Ha pasado el tiempo. Sigo corriendo y he hecho avances importantes. Soy un alcohólico en rehabilitación y he encontrado renovada ilusión y satisfacción dedicándome una vez más a dar a conocer el amor de Dios y la esperanza que Él nos infunde. Nunca es tarde para levantarse y hacer otro intento.
Filipenses 4:12-13 Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Gálatas 6:9 No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.
Romanos 5:5 Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.

¿Por qué tengo que perdonar?



Pregunta: ¿Por qué tengo que perdonar a quienes me han herido? Eso sería absolverlos de toda culpa, ¿o no? ¿Por qué dejar que se salgan con la suya?
Respuesta: Por muy difícil que te resulte perdonar, tu situación no mejorará hasta que des ese paso trascendental. Para empezar hay que entender que el perdón no es algo que se practique entera o siquiera primordialmente para beneficio del otro.
Por tu propio bienestar emocional y espiritual debes perdonar a la persona que te agravió; es condición imprescindible del proceso de sanación. Hay tres razones para ello:
En primer lugar, te ayuda a neutralizar el efecto tóxico que tiene una actitud rencorosa en la persona que la adopta. La negativa a perdonar a quienes te han ofendido abona tu mente y tu espíritu para que proliferen toda suerte de sentimientos malos y destructivos, tales como el odio, el resentimiento, la ira y la sed de venganza. Con ese estado de ánimo nunca llegarás a ser feliz. El antídoto es el perdón, un agente de cambio que con el tiempo contrarresta el daño sufrido.
En segundo lugar, aunque esos sentimientos te parezcan justificados a la luz de las circunstancias, si actúas motivado por la hostilidad o incluso si te empeñas en revivir la injuria mentalmente, te vuelves tan culpable como la persona que te hirió. Dos malas no hacen una buena.
Por último, en el Padrenuestro Jesús nos enseña a pedir perdón y ser clementes. «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. […] Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:12,14,15). El perdón no altera el pasado, pero sí propicia un futuro mucho más dichoso.
Lucas 6:37 No juzguen, y no se les juzgará. No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará.
Juan 8:7 Y como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo:—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Lucas 23:33-34 Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda.—Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús.

Café y perdón



Una espesa capa de niebla que cubría la pista había retrasado tres horas mi vuelo. Cuando por fin subimos al avión me acomodé, cansada, en el asiento que tenía asignado. No veía la hora de estar otra vez en casa con mi familia. En la mitad del vuelo, me encontraba conversando con un pasajero llamado Robert cuando una joven pasó junto a mí por el pasillo, zarandeando el bolso que llevaba colgado del hombro. Sin darse cuenta golpeó con el bolso mi taza de café y me la volcó encima. El café se me derramó por las piernas de los pantalones y me salpicó también la chaqueta.
Tomé tantas servilletas como encontré, limpié lo que pude y me resigné a lucir las manchas de café hasta llegar a casa. Luego vi al final del pasillo a la causante del percance, que esperaba a la puerta del baño, totalmente ajena a la pequeña catástrofe que había provocado en el asiento 25C.
Robert me estaba contando lo difícil que le resultaba perdonar a cierta persona que había agraviado a su familia. Sus palabras reflejaban el enojo y encono que llevaba dentro. Me puse a pensar en algún argumento que darle para ayudarlo a superar aquello.
—¿Sabes? Esa chica ni se dio cuenta de lo que hizo —le comenté—. Así que de más estaría esperar que se disculpe. Ante eso tengo dos opciones: dejar que este incidente me amargue el viaje; u olvidarlo y no permitir que domine mis pensamientos y emociones. En cualquier caso, hasta que llegue a casa, me duche y me cambie de ropa voy a estar incómoda. Sin embargo, Dios puede ayudarme a sobreponerme a las circunstancias si se lo pido. Eso voy a hacer.
Robert miró hacia el techo, asintió con la cabeza y tímidamente dijo:
—Eso tiene mucho sentido. Cae como anillo al dedo.
El feliz desenlace fue que Robert oró para aceptar a Jesús como Su salvador. Desde entonces Él se ha hecho presente en su vida. Lo ha ayudado a comprender más a la gente y le está infundiendo más amor y compasión. El primer paso que dio Robert para liberarse del resentimiento fue aceptar a Jesús. Y lo maravilloso es que esa misma liberación está al alcance de todo el que se la pida.
Mateo 6:14-15 Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas.
Mateo 18:21-22 Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: —Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces? —No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete veces —le contestó Jesús.
2 Corintios 2:5-8 Si alguno ha causado tristeza, no me la ha causado sólo a mí; hasta cierto punto —y lo digo para no exagerar— se la ha causado a todos ustedes. Para él es suficiente el castigo que le impuso la mayoría. Más bien debieran perdonarlo y consolarlo para que no sea consumido por la excesiva tristeza. Por eso les ruego que reafirmen su amor hacia él.

Enseña a los niños a manejar sus emociones negativas



Criar hijos no es nada fácil. No hay atajos. El cambiante mar de emociones en que navegan los niños en las diversas etapas de la infancia puede presentar grandes desafíos a los padres. A continuación detallo algunas estrategias que me han resultado útiles para enseñar a mis hijos a manejar sus emociones negativas. Estimular a temprana edad rasgos positivos como la bondad, el aprecio, la gratitud, la integridad y la generosidad los prepara para hacer frente a las situaciones adversas con las que se toparán más adelante.
Es recomendable que lean libros o vean películas clásicas que muestren el buen efecto de ser optimistas y tener una actitud orientada a la búsqueda de soluciones. Títulos por el estilo de El padrecito, Pollyanna o Heidi —por dar algunos ejemplos— imparten enseñanzas importantes de forma amena y memorable.
Ser su amigo y confidente en los buenos momentos hace que resulte más fácil conversar y encontrar soluciones juntos cuando surgen conflictos.
A los niños mayores se les puede mostrar que nada sacan con sucumbir a emociones negativas. Conviene contrapesar los argumentos racionales con bastantes palabras de aliento y un toque de humor cuando la situación lo amerite.
Siempre que advierto tendencias negativas en mis hijos empiezo por preguntarme si son un reflejo de algo que ven en mí. En caso afirmativo, lo conversamos desde esa perspectiva y convenimos en solucionarlo juntos. Por ejemplo, yo soy propensa al estrés, que puede derivar en pesimismo. El hecho de explicárselo a ellos ha contribuido a evitar situaciones problemáticas. Ahora los niños entienden que quedarse levantados hasta muy tarde o no asear sus cuartos genera una reacción negativa en mí. Eso los motiva a cooperar más conmigo en los momentos críticos.
Cuando me siento abrumada, me detengo y hago una oración. Eso tiene al menos cuatro efectos positivos: Reduce mi frustración, me ayuda a ver las cosas objetivamente, le concede a Dios la oportunidad de sacarme del enredo en que estoy y les enseña a mis hijos a manejar situaciones de crisis.
Mi marido y yo procuramos no apresurarnos a dar a los niños soluciones para las dificultades y contrariedades que les causan disgusto. Más bien los ayudamos a determinar qué es lo que les ha causado molestia y a buscar sus propias soluciones. Los juegos que enseñan a resolver problemas también son muy útiles.
La mayoría de las situaciones adversas tienen también su lado bueno. Cuando los niños se desaniman o adoptan una perspectiva pesimista sobre algo que les sucedió, procuremos dirigir sus pensamientos hacia los aspectos positivos. Ese ejercicio también es mucho más eficaz si los niños llegan por sí mismos a las conclusiones acertadas en lugar de presentárselas nosotros.
Proverbios 4:23 Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida.
Isaías 26:3 Al de carácter firme lo guardarás en perfecta paz, porque en ti confía.
Filipenses 4:8-9 Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. Pongan en práctica lo que de mí han aprendido, recibido y oído, y lo que han visto en mí, y el Dios de paz estará con ustedes.

La ruta de la ira



Recientes investigaciones arrojan que nueve de cada diez conductores admiten haber sufrido ataques de ira de diversa intensidad mientras manejaban. Las reacciones iban desde tocar la bocina desenfrenadamente y hacer gestos obscenos, hasta atacar físicamente a otras personas. Las conductas agresivas al volante causan un tercio de los accidentes de tránsito. Es muy posible que el profeta Nahum viera este fenómeno de la era moderna en una visión que tuvo hace unos 2.600 años. En efecto él escribió: «Los carros se precipitarán a las plazas, con estruendo rodarán por las calles» (Nahum 2:4).
Naturalmente, la ira no es nada nuevo, ni se circunscribe al ámbito de la conducción de automóviles. Una molestia por una cuestión insustancial puede fácilmente causarnos irritación —a todos nos ha pasado—, luego enojo, y a la postre llevarnos a montar en cólera. Cuando eso sucede, normalmente no deriva en nada bueno, ni para nosotros ni para quienes nos rodean.
La Biblia narra un caso muy interesante de un patriarca que perdió mucho por motivo de la ira. Después que Moisés sacó a los israelitas de Egipto, estos se vieron obligados a sobrevivir durante años en el desierto. En cierta ocasión en que necesitaban agua con apremio, Dios le dio instrucciones a Moisés para que hablara a una roca y le prometió que de ella brotaría el agua. Moisés, sin embargo —corto de paciencia por las quejas incesantes de los israelitas a pesar de todos los milagros que Dios ya había obrado por ellos para protegerlos y proveer para sus necesidades—, no se limitó a pronunciar las palabras que Dios le había mandado que dijera, sino que golpeó la roca exasperadamente. El agua brotó tal como Dios había dicho, y todos pudieron saciar su sed. No obstante, aquel arranque intempestivo le costó caro a Moisés. Dios le dijo: «Por cuanto no creísteis en Mí —la impaciencia de Moisés puso de manifiesto su falta de fe en que todo resultaría bien si simplemente hacía lo que Dios le había ordenado—, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado». Como consecuencia, al final no se le permitió entrar a la Tierra Prometida; tuvo que contentarse con divisarla desde un monte cercano antes de morir (Números 20:7,8,10-12; Salmo 106:32).
El emperador y filósofo romano Marco Aurelio escribió: «¡Cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de cólera […] que aquellas mismas cosas por las que nos encolerizamos y afligimos!» Además de los conflictos que nos causan con nuestros semejantes, las investigaciones médicas demuestran que, entre otros perjuicios, las emociones negativas pueden dañar nuestro sistema vascular, aumentar las probabilidades de sufrir un infarto y reducir nuestra resistencia a las infecciones.
Lo bueno es que no tenemos por qué seguir transitando por la ruta de la ira. Es posible alcanzar la paz interior: sólo tenemos que hacer una pausa, rezar y conservar una actitud positiva.
¿Cuál es la alternativa?
1. Haz una pausa para ver las cosas objetivamente.
Yo diría que en alguna ocasión todos nos hemos sentido rechazados o heridos por palabras o actos de otra persona. Esos desplantes nos duelen o nos afectan más o menos según cuál sea nuestra cercanía con la persona en cuestión. Cuando nos sentimos muy dolidos, muchas veces nos cuesta pensar racionalmente. Por naturaleza tendemos a endurecernos, desanimarnos en extremo, desesperarnos, enojarnos con el otro o tomar represalias. La cuestión es que, como uno está dolido, con frecuencia no ve objetivamente la situación. Sin embargo, la forma en que reacciona en el momento influye mucho en las consecuencias a largo plazo.—María Fontaine
Cuando estés por perder los estribos a tal punto que tengas ganas de gritar, si puedes apártate de la situación unos momentos. Respira hondo, procura ver las cosas con objetividad y vuelve a hacerles frente cuando hayas recobrado la serenidad.—Perlas de Sabiduría
Procura tener en cuenta la transitoriedad de las cosas. Toda experiencia difícil a la que te enfrentes en este momento, toda circunstancia que tienda a enfadarte y amargarte, pasará con el tiempo.—Jim Henry
El mejor remedio para la ira es el tiempo.—Séneca el Joven
2. Pide ayuda a Dios.
Al final de cada jornada haz una pausa y reflexiona. Si albergas en tu corazón enojo o algún otro sentimiento negativo, desembarázate de él. Haz una oración y pide a Dios que te libre de ese disgusto. Lo hará.—Perlas de Sabiduría
Es importante que no te cierres a los demás ni a la vida, y que eches esas ansiedades sobre Jesús (1 Pedro 5:7). Cuéntaselo todo a Él, desahoga tu corazón. Deja que Él lleve la carga, los problemas, los pecados, los errores ajenos, todo. No puedes llevar a cuestas el peso del mundo. Encomiéndaselo todo a Jesús y pídele que te fortalezca y te ayude a superar la tónica negativa con la que por naturaleza respondes a las circunstancias adversas. Una vez que lo hagas, sanará tu corazón y revitalizará tu espíritu.—David Brandt Berg
¿Te da a veces la impresión de haber caído en un profundo hoyo? Peor aún, ¿te da la sensación de que te están echando tierra encima? Puedes darle la vuelta a la situación levantando la vista al Cielo. Verás que el Señor te acompaña en todo momento. Toma Su mano. Pídele que te saque del hoyo y que te ayude a entender lo que se propone lograr con lo ocurrido. Jesús puede ayudarte a ver desde Su perspectiva lo que sucede a tu alrededor. Puede brindarte tranquilidad y evitar que se apodere de ti el pánico. Luego puede ayudarte a dar con soluciones para salir triunfante de la fosa en que caíste y emprender la marcha hacia un mañana más prometedor.—Chloe West
Al presentarte ante Dios, tranquilízate y despreocúpate de todo. Puedes hacer eso precisamente porque Dios está presente. En Su presencia nada más importa; todo está en Sus manos. La tensión, la ansiedad, la inquietud, las contrariedades, todo eso se desvanece delante de Él como la nieve bajo el sol.—James Borst
Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera; porque en Ti ha confiado.—Isaías 26:3
3. Esfuérzate por adoptar una actitud positiva.
Ojalá logre olvidar todo lo que debo olvidar, y recordar sin falta todo lo que debo recordar, todo detalle bondadoso, desechando lo que pueda producirme escozor.—Mary Carolyn Davies
Al momento de perdonar debo abstenerme de guardar algunas balas para más adelante. Debo deshacerme de todos mis explosivos, de todos mis cartuchos de ira y venganza. No debo guardar ningún rencor (Levítico 19:17,18).
Me resulta imposible cumplir esta exigencia. Supera mi fuerza de voluntad. Puedo pronunciar palabras de perdón, pero no logro hacer gala de un despejado cielo azul sin que en alguna parte se esté formando una tormenta.
Sin embargo, el Dios de la gracia puede hacer lo que a mí me está vedado. Es capaz de mejorar la condición del tiempo. Puede crear un nuevo clima. Puede renovar un espíritu recto dentro de mí (Salmo 51:10), y en esa nueva atmósfera no sobrevivirá nada que pretenda envenenar o destruir. Los rencores morirán, y la venganza será desplazada por la buena voluntad, esa fuerte presencia cordial que se aloja en el nuevo corazón.—J.H.Jowett
La batalla se libra en el terreno de la mente. «Cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Proverbios 23:7), dice la Biblia. Por supuesto, los que recalcan la importancia de tener una mentalidad positiva llegan bastante lejos con esa actitud, pero no tanto como si pidieran a Dios que los transformara mediante Su poder milagroso. «Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).—María Fontaine
Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.—Efesios 4:31,32
4. Traduce tus pensamientos positivos en buenas acciones.
Existe una estrecha relación entre pensar como corresponde y obrar como corresponde. Hay que obrar y vivir con una actitud victoriosa, y dejar que el cambio se manifieste en las acciones de uno, no solo en sus pensamientos. Si uno ha orado para librarse de la ira, por ejemplo, debe aceptar la victoria no solo albergando pensamientos positivos, sino también actuando en consecuencia. Aunque actuar de esa manera nos resultara imposible antes, si ejercitamos nuestra fe intentándolo, Jesús sale a nuestro encuentro. Lo que antes no podíamos hacer se vuelve posible, porque el Señor obra en nosotros la transformación. Si hacemos lo que Él nos indique día tras día para vivir de una manera nueva, el cambio se evidenciará cada vez más en nuestra forma de obrar y reaccionar y nuestra vida cotidiana.
No basta con tener una mentalidad positiva. Hay que convertir los pensamientos en hechos. Hay que traducirlos en actos positivos. Nuestra nueva mentalidad combinada con una conducta que refleje la victoria que nos da el Señor nos permite ir de poder en poder.—María Fontaine
Si sabéis esto, felices seréis si lo practicáis.—Juan 13:17 (LBLA)
Salmos 37:8 Refrena tu enojo, abandona la ira; no te irrites, pues esto conduce al mal.
Santiago 1:20 Pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.
Proverbios 15:1 La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego.

martes, 23 de agosto de 2016

Vivir para alabar



(Entrevista con Merlin Carothers)
En su larga trayectoria —tiene 85 años—, Merlin Carothers ha tenido tanto títulos honrosos como deshonrosos: desertor, contrabandista, perito en demoliciones, guardaespaldas presidencial, instructor de paracaidismo, pastor metodista, capellán castrense, piloto civil. Sirvió en el ejército de los EE.UU. en Europa, Corea, Vietnam y la República Dominicana.
Ha saltado 90 veces en paracaídas. A pesar de este impresionante currículum, afirma que descubrir la eficacia de la oración combinada con la alabanza fue una de las experiencias más emocionantes de su vida. Ha escrito más de una docena de libros en los que describe cientos de sanaciones físicas y mentales, casos de relaciones deterioradas que se arreglaron y otras situaciones imposibles que dieron lugar a milagros, todo ello gracias al poder divino liberado por medio de la alabanza a Dios.
Me reuní con Merlin en su oficina de San Diego, California, para que me contara sus experiencias.
Julia Kelly: Después de conocer a Jesús, ¿cómo descubrió lo que, a su entender, Él quería que usted hiciera en la vida?
Merlin Carothers: En el momento en que abracé el cristianismo supe que mi llamamiento era difundir la Palabra, dar a conocer el poder y el amor de Dios. No tenía la menor idea de cómo, ni dónde, ni cuándo hacerlo, pero sabía que ese era mi cometido.
¿Recuerda alguna ocasión en que la alabanza no parecía dar resultado, y sin embargo Dios lo sorprendió?
Junto con Mary —mi señora— estuve a cargo de una iglesia en California durante cuatro años. Luego las circunstancias nos obligaron a partir. Me costó aceptarlo. ¿Por qué nos había llevado el Señor a trabajar allí para después quitárnoslo? ¿Cómo podía ser esa la voluntad de Dios? Al cabo de dos semanas me llamó un hombre que dirigía un canal de televisión en Los Ángeles. Dijo que quería producir unos programas sobre la alabanza y que los haría gratuitamente. Después de grabar 10 programas quiso hacer más, hasta que finalmente filmamos 200. Yo nunca hubiera tenido los medios para producirlos por mi cuenta. Dios tomó una situación que parecía ser un revés para obrar otra de Sus maravillas.
¿Su relación con el Señor ha cambiado sustancialmente a medida que se ha hecho mayor?
He llegado a entender cada vez más la gracia de Dios. Naturalmente, siempre tuve la convicción de que Dios nos perdona; pero no lograba comprender cómo era posible que el amor que nos tiene no mermara cuando lo defraudamos. Si una mujer hiere a su marido, puede que este le diga sinceramente que la perdona. Así y todo, lo que ella hizo siempre estará en su memoria, y probablemente él abrigará la duda de que ella podría volverlo a hacer. Dios no es así. Cuando perdona, olvida.
¿Cuánto tiempo tardó en aprender a aplicar los principios de la alabanza?
Aprender a alabar toma toda una vida. Yo llevo tantos años haciéndolo que se ha vuelto un poco más automático, pero al principio no me resultó fácil: era un concepto totalmente desconocido para mí. Había estudiado la Biblia a lo largo de mi vida cristiana; no obstante, me llevó tiempo entender por qué Dios siempre estaba repitiendo: «Confía en que Yo procuro tu bien. No lo dudes nunca, ni tengas miedo, y Yo haré mucho más de lo que podrías pedir o esperar» (Romanos 8:28; Deuteronomio 31:8; Efesios 3:20). Y así ha sido.
¿A qué se ha dedicado desde que se jubiló?
Ya no ejerzo como pastor, pero estoy convencido de que debo seguir trabajando para el Señor hasta el día que muera. Eso hizo John Wesley (1703-1791), de quien soy un gran admirador; tenía 88 años cuando murió. Se levantaba a las 4 de la mañana a orar. Luego se montaba en su caballo y salía a predicar. Yo más que nada escribo. El Señor me habla sobre determinados temas. Me dice: «Esto preocupa a muchas personas. Escribe algo al respecto». Algunos de mis escritos son extremadamente sencillos y, sin embargo, esos son los que más conmueven a la gente. Mary dice que no dejaré de escribir ni cuando vaya camino de la morgue.
¿Qué consejo daría a quienes afrontan penurias, por ejemplo a los que han perdido su empleo y temen por su futuro?
Es muy difícil saber qué decir a los que pasan apuros económicos. Nunca les digo que den gracias al Señor por sus dificultades. Eso desanima a cualquiera. Lo que les recomiendo es que primero oren para que Dios cuide de ellos. Luego procuro ayudarlos a tener fe en que lo hará.
Salmos 147:1-2 ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! ¡Cuán bueno es cantar salmos a nuestro Dios, cuán agradable y justo es alabarlo! El Señor reconstruye a Jerusalén y reúne a los exiliados de Israel;
Salmos 136:1-2 Den gracias al Señor, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre. Den gracias al Dios de dioses; su gran amor perdura para siempre.
Salmos 96:1 Canten al Señor un cántico nuevo; canten al Señor, habitantes de toda la tierra.

¡Esto es bueno! Cuento folclórico africano



Érase una vez un rey que tenía un buen amigo con quien se había criado, el cual solía buscar el lado favorable de todas las situaciones. Siempre señalaba: «¡Esto es bueno!» Un día el rey salió de caza y le encomendó a su amigo la tarea de cargar las armas e ir pasándoselas. Se presume que en determinado momento el amigo tuvo un descuido, ya que una de las armas falló y al dispararse le cercenó el pulgar al rey.
—¡Esto es bueno! —comentó el amigo como de costumbre.
—¡No, esto no es bueno! —replicó el rey.
Y ordenó que se lo llevaran preso.
Cerca de un año después, el rey salió de caza y se internó en una zona de mucho riesgo. Lo capturaron unos caníbales y lo llevaron a su aldea. Le ataron las manos, lo amarraron a una estaca clavada en el suelo y colocaron una pila de leña a sus pies. A punto estaban de prenderle fuego cuando se percataron de que le faltaba un pulgar. Existía en aquella tribu de caníbales una superstición que les prohibía comerse a un prisionero que tuviera trunco algún miembro de su cuerpo. Así que lo desataron y lo liberaron.
En el camino de regreso el rey recordó el incidente que le había hecho perder el pulgar y se arrepintió de cómo había tratado a su amigo. Fue derecho a la carcel y lo soltó.
—Tenías razón —le dijo el rey—. Fue bueno que perdiera el pulgar.
Acto seguido le contó lo cercano a morir que había estado.
—Siento mucho haberte tenido en la cárcel tanto tiempo —añadió—. Estuvo muy mal de mi parte.
—¡No! —repuso su amigo—. ¡Esto es bueno!
—¿Cómo que esto es bueno? ¿Cómo podría ser bueno que haya tenido encarcelado a mi amigo un año entero?
—De no haber estado en la cárcel —replicó el amigo—, habría estado contigo.
Romanos 12:21 No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.
Salmos 37:3 Confía en el Señor y haz el bien; establécete en la tierra y manténte fiel.
Hebreos 13:16 No se olviden de hacer el bien y de compartir con otros lo que tienen, porque ésos son los sacrificios que agradan a Dios.

Las nubes no apagan el sol



Desde que tengo uso de razón no me gustan los días nublados, y menos en invierno. Se me hacen eternos y deprimentes, y me enfrían el cuerpo y el alma. De todos modos, son parte de la vida. Así que me puse como meta aprender a disfrutarlos. En los últimos años han llegado a gustarme más. ¿Cuál es el secreto? En realidad tengo varios. A veces aprovecho esos días para preparar un pastel, unas galletas o alguna otra delicia para acompañar el café. Toda la casa huele a café y a lo que se está horneando.
Eso crea un ambiente cálido y agradable. También he aprendido que puedo dar una nota de alegría con lo que me pongo, por ejemplo con un suéter de un color vivo o algunos abalorios. Más que nada, he aprendido a dar gracias a Dios por esos días. Siguen sin entusiasmarme, pero gozo de buena salud, vivo en una casa sin goteras, duermo en una cama cómoda, no me falta comida, y tengo a alguien con quien compartir las bendiciones que Dios me da.
Hace poco salí en un día nublado. Aunque el cielo estaba encapotado, no me imaginé que fuera a llover; por eso no llevé paraguas. Sin embargo, a media mañana me sorprendió un aguacero estando a 25 cuadras de mi casa. Al llegar, me pareció que tenía más agua en la ropa y en el pelo de la que quedaba en las nubes. Tras una ducha caliente y un rico almuerzo, quedé como nueva. Me sentí en la gloria.
Mientras soportaba la lluvia, oré por las víctimas de catástrofes. No de catástrofes como quemar la comida, o teñirse el pelo y no quedar satisfecha con el color. Hablo de auténticas catástrofes, como quedarse sin casa a causa de un terremoto y no tener agua corriente, ropa seca, ni comida caliente.
Cuando te deprima el mal tiempo u otra circunstancia, ora por alguien que esté en peor situación que tú. Eso te ayudará a ver las cosas más objetivamente, y le hace bien al alma. Tiene en ella el mismo efecto revitalizante que una ducha caliente después que te pilló un aguacero, o el olor de pastel casero en un día gris. No debemos olvidar que tenemos un Dios poderoso, que lo ve y lo sabe todo, que nos ama y nunca nos someterá a ninguna prueba que no podamos superar con Su ayuda (1 Corintios 10:13). Eso es tan reconfortante como el aroma de café recién hecho.
Aun cuando el cielo esté de color plomizo, por encima de las nubes sigue brillando el sol. Eso es innegable. Puede que las nubes nos impidan verlo, pero sigue ahí, tan redondo y radiante como cualquier otro día. Cuando la oscuridad nos envuelve, el sol del amor de Dios sigue emitiendo sus rayos, hasta disipar las nubes y llenar de calor nuestra alma.
Romanos 15:13 Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo.
Romanos 8:24 Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?
Jeremías 17:7 Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él.

viernes, 19 de agosto de 2016

Así es la vida


Oración de gratitud
Gracias, Jesús, por la vida y todas sus complejidades. Cuando algo sale mal, solemos decir: «¡Así es la vida!» Sin embargo, la vida tiene muchas facetas más aparte de las pequeñeces que no salen como hubiéramos deseado.
¿Cómo es la vida?
Es despertarme cada mañana pudiendo ver y oír.
Es conversar con un niño y descubrir cómo se ve el mundo a través de sus ojos inocentes.
Es hacer una pausa en medio de una ajetreada jornada para observar a un pájaro levantar vuelo o a una mariposa revolotear entre las flores.
Es charlar con un viejo amigo y recordar lo mucho que significa para mí esa amistad con él.
Es escuchar unas palabras de aliento inesperadas.
Es sostener en brazos a un recién nacido y verlo sonreír por primera vez.
Es pasear por el campo, disfrutar del paisaje, prestar atención a los diferentes sonidos y respirar el aire fresco. Es acostarme a dormir por la noche y agradecerle a Dios todo lo bueno que me sucedió ese día.
1 Tesalonicenses 5:18 Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús.
Salmos 7:17 ¡Alabaré al Señor por su justicia! ¡Al nombre del Señor altísimo cantaré salmos!
Salmos 107:1 Den gracias al Señor, porque él es bueno; su gran amor perdura para siempre.

jueves, 18 de agosto de 2016

El efecto benéfico de la alabanza




Pregunta: He oído decir que algo que ayuda mucho cuando uno se encuentra en una situación difícil es pensar positivamente. Pero a veces no se me ocurre nada que se pueda ver con optimismo. ¿Qué puedo hacer para ponerme en vena positiva cuando todo me está saliendo mal?
Respuesta: Cuando tengas el corazón cargado de preocupaciones, temores, tristeza y dolor, en vez de pensar tanto en tus dificultades, piensa en Jesús y Su amor. Haz memoria de las cosas buenas con que has sido favorecido. Si no se te ocurre nada que sea motivo de alegría, al menos ten en cuenta todas las contrariedades que podrías estar padeciendo y que, sin embargo, no te han sobrevenido porque Dios te ha guardado de ellas.
Mira el lado radiante de la vida. Piensa en lo bueno. Agradécele a Dios todo lo que ha hecho. Ahuyenta los nubarrones con la luz de las Escrituras, la oración, la alabanza y las canciones. Haz todo lo que esté a tu alcance por llenarte la cabeza de pensamientos positivos.
Si meditas sobre la bondad del Señor y centras tu atención en ella, el Diablo —con todas sus dudas, mentiras y temores— queda desplazado hacia la periferia. No se puede ser optimista y pesimista al mismo tiempo. Llena tus pensamientos de la luz de la alabanza a Dios, y se disiparán las tinieblas.
Salmos 150:6 ¡Que todo lo que respira alabe al Señor! ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!
Salmos 30:11 Convertiste mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta.
Salmos 149:3 Que alaben su nombre con danzas; que le canten salmos al son de la lira y el pandero.

Cambio de óptica



Durante una época particularmente tensa tuve un cambio de óptica que mejoró mi manera de abordar las cosas. En aquel tiempo estaba metido en varios trabajos de envergadura, tenía muchísimo que hacer y estaba cansadísimo, por no decir agotado. El versículo que me llevó a cambiar mi actitud frente a las circunstancias fue: «Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Romanos 12:1).
Llegué a la conclusión de que las muchas horas de trabajo, el cansancio y las difíciles decisiones que debía tomar formaban parte de mi «culto racional». La mayoría tenemos obligaciones que a veces se tornan difíciles y pesadas, o nos vemos en situaciones espinosas que nos afectan personalmente. Por momentos nos sentimos tan cansados que pensamos que no podemos más.
Algunos personajes que dedicaron su vida a servir a Dios, algunos de nuestros antepasados en la fe —como Abraham, Moisés, San Pedro, San Pablo y otros cristianos sobresalientes como David Livingstone y la Madre Teresa— hicieron grandes sacrificios y soportaron muchas penurias y desgracias. En numerosas ocasiones no gozaron de buena salud, muchos sufrieron de soledad, otros batallaron contra la depresión, y a veces trabajaron largos años sin lograr grandes resultados. Cuando comparamos nuestra situación con la suya, nuestra perspectiva cambia.
El versículo que viene justo después de «presentad vuestros cuerpos en sacrificio vivo» es «transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). Ese versículo da a entender que no debemos perder de vista la verdadera dimensión de los sacrificios que hacemos. Una actitud de alabanza, que sea realista y a la vez positiva, puede ayudarnos mucho. Cuando nuestra perspectiva se renueva y se ajusta a la del Señor, se produce una auténtica transformación en nosotros.
De modo que cuando te venga la tentación de pensar que la tienes muy difícil, examina desde ese nuevo punto de vista los sacrificios que te toca hacer. No podrás evitar verlos de forma más positiva.
2 Corintios 4:18 Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.
Isaías 55:8 Porque mis pensamientos no son los de ustedes, ni sus caminos son los míos —afirma el Señor.
1 Pedro 5:10 Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables.

martes, 16 de agosto de 2016

Programación positiva


En algún momento de la vida, la mayoría de las personas adoptamos actitudes negativas. Nos culpamos por faltas y debilidades reales o imaginarias, o adquirimos complejos de inferioridad. Existe una técnica de probada eficacia para superar esa negatividad: repetirse interiormente afirmaciones positivas.
Lo que pensamos determina nuestra actitud; y ésta, nuestras acciones, que a su vez condicionan también nuestro futuro.
Un cambio de mentalidad es requisito ineludible para un cambio de vida. La Biblia nos enseña: «Transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (Romanos 12:2). Ese proceso se gesta alimentándose de ideas que sean positivas y armonicen con los principios divinos. «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. […] Y el Dios de paz estará con vosotros» (Filipenses 4:8,9).
La clave está en creer que lo que uno afirma es posible. Una vez que uno tiene el convencimiento de que es posible, se vuelve posible. «Si puedes creer, al que cree todo le es posible» (Marcos 9:23). Esmerarse por ver el lado bueno de las cosas exige práctica, pero con el tiempo los resultados se hacen patentes, y uno disfruta de una vida más feliz y segura.
La Biblia abunda en afirmaciones positivas.Cuando aprendemos a aplicarlas a las situaciones que vivimos todos los días y a nosotros mismos, cambia nuestra perspectiva de la vida y de lo que somos. Empezamos a verlo todo desde la óptica divina, y eso se ve reflejado en nuestra forma de pensar y en nuestro comportamiento.
A continuación presento unos pocos ejemplos como punto de partida. Todos somos diferentes, y cada cual tiene sus necesidades particulares. Elige, pues, las frases que a tu parecer se apliquen más a tu caso. También puedes prepararte otras.
• Aunque no me sienta capaz de realizar esta tarea, voy a poner todo mi empeño y confiar en que Jesús hará lo demás. «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).
• Hoy metí la pata, pero me he propuesto aprender de ello. No voy a quedarme abatido, sino que voy a hacer otro intento. «Por el Señor son ordenados los pasos del hombre, y Él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque el Señor sostiene su mano» (Salmo 37:23,24).
• Puede que las cosas no marchen como esperaba —al menos de momento—, pero voy a seguir confiando en que Dios tiene un as en la manga. «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados» (Romanos 8:28).
• Aunque yo no sea perfecto, valgo mucho a los ojos de Dios, pues me dotó de una mente, una personalidad y unas habilidades singulares, y ha trazado mi destino. «¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas!» (Salmo 139:14, NVI).
• Nada puede apartarme del amor de Dios. «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8:38,39).
• No tengo nada que temer, pues Dios es amor y siempre está mi lado. «El perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4:18).
• Dios espera que sea feliz y disfrute de la vida. «Estas cosas os he hablado, para que Mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido» (Juan 15:11).
• Hoy voy a pensar más en el prójimo y menos en mí mismo, y voy a alegrarle la vida a alguien. «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35).
• No voy a rendirme. Me niego a desistir. Jesús prometió que siempre nos daría fuerzas si seguimos luchando. «No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gálatas 6:9).
• Puede que no tenga tantos bienes materiales como algunas personas, pero cuento con lo más importante: integridad y paz interior. «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6).
• Dios desea guiarme en esta jornada y ayudarme a sacarle el máximo provecho. «Clama a Mí, y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jeremías 33:3).
• Dios me ayudará a decidir con acierto. «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5).
Esas afirmaciones no son simples expresiones gratuitas de buenos deseos sin fundamento alguno. Cada una de ellas se basa en una infalible promesa de Dios; y recordemos que Él cumple lo que promete (Romanos 4:21). Para Dios no existen límites.

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