Soy amigo de lo predecible. Supongo que en eso me parezco a la mayoría de la gente. Las más de las veces, los cambios implican un salto a lo desconocido. Significan salirse de lo habitual, de ese entorno en que uno se siente perfectamente a gusto, y eso a veces asusta.
Los cambios también nos obligan a ceder un poco el control, lo cual puede causar miedo. Aun cuando nos preparemos todo lo posible, son tantos los factores que entran en juego que se hace imposible tenerlo todo previsto.
«Los cambios son siempre portadores de regalos», escribió Price Pritchett. Sin embargo, ¿no nos hemos cuestionado todos alguna vez si esos regalitos valen la pena? ¿No sería mejor y más fácil eludirlos y ahorrarnos la incomodidad que producen? El caso es que a menudo no tenemos alternativa. Los cambios tienen la bendita manía de sobrevenirnos sí o sí, queramos o no.
Lo que no se puede negar —y eso bien lo sabe la gente de fe— es que es mucho fácil pasar por una etapa de inestabilidad acompañados por Dios que sin Él, por nuestros propios medios.
Dios todo lo sabe, incluido el futuro. Nos puede preparar en sentidos en que a nosotros nos resultaría imposible. Además, hace que todo redunde en nuestro bien. A Él nunca lo pilla por sorpresa un recodo del camino o un vuelco en los acontecimientos. Es capaz de orientarnos y equiparnos para lo que se avecina, por más que nosotros en el momento seamos incapaces de reconocer lo que sucede.
Dios es dueño de la situación. La certeza de que está de nuestro lado el Ser que nos creó y que cumplirá los designios que tiene para nosotros puede darnos una inyección de confianza para afrontar cualquier dificultad que se nos presente. Después de todo, «si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?»
Quizás una de las cosas más importantes que Dios nos lleva a entender en las épocas de cambios es que Él alberga por cada uno de nosotros un amor incondicional. Cuando los cambios cuestan, asustan o duelen, Él permanece a nuestro lado. Su amor no es voluble, y Él solo desea lo mejor para nosotros. Aunque pasemos por innumerables experiencias que nos moldean y en últimas modifican nuestro carácter, Él permanece constante, fiable, y nunca nos retira Su apoyo. Es el mejor amigo que podríamos tener, y eso no cambiará jamás: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre».
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Hebreos 11:6 (NVI) En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
1 Juan 5:13 (NVI) Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.
1 Juan 4:18 (NVI) sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor.
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