sábado, 30 de abril de 2016

ESTUDIO Hebreos 7:1-28

Este Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios Altísimo, salió al encuentro de Abraham, que regresaba de derrotar a los reyes, y lo bendijo. Abraham, a su vez, le dio la décima parte de todo. El nombre Melquisedec significa, en primer lugar, «rey de justicia» y, además, «rey de Salén», esto es, «rey de paz». No tiene padre ni madre ni genealogía; no tiene comienzo ni fin, pero a semejanza del Hijo de Dios, permanece como sacerdote para siempre.
Consideren la grandeza de ese hombre, a quien nada menos que el patriarca Abraham dio la décima parte del botín. Ahora bien, los descendientes de Leví que reciben el sacerdocio tienen, por ley, el mandato de cobrar los diezmos del pueblo, es decir, de sus hermanos, aunque éstos también son descendientes de Abraham. En cambio, Melquisedec, que no era descendiente de Leví, recibió los diezmos de Abraham y bendijo al que tenía las promesas. Es indiscutible que la persona que bendice es superior a la que recibe la bendición. En el caso de los levitas, los diezmos los reciben hombres mortales; en el otro caso, los recibe Melquisedec, de quien se da testimonio de que vive. Hasta podría decirse que Leví, quien ahora recibe los diezmos, los pagó por medio de Abraham, ya que Leví estaba presente en su antepasado Abraham cuando Melquisedec le salió al encuentro.
Si hubiera sido posible alcanzar la perfección mediante el sacerdocio levítico (pues bajo éste se le dio la ley al pueblo), ¿qué necesidad había de que más adelante surgiera otro sacerdote, según el orden de Melquisedec y no según el de Aarón? Porque cuando cambia el sacerdocio, también tiene que cambiarse la ley. En efecto, Jesús, de quien se dicen estas cosas, era de otra tribu, de la cual nadie se ha dedicado al servicio del altar. Es evidente que nuestro Señor procedía de la tribu de Judá, respecto a la cual nada dijo Moisés con relación al sacerdocio. Y lo que hemos dicho resulta aún más evidente si, a semejanza de Melquisedec, surge otro sacerdote que ha llegado a serlo, no conforme a un requisito legal respecto a linaje humano, sino conforme al poder de una vida indestructible. Pues de él se da testimonio:
«Tú eres sacerdote para siempre,
según el orden de Melquisedec.»
Por una parte, la ley anterior queda anulada por ser inútil e ineficaz, ya que no perfeccionó nada. Y por la otra, se introduce una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios.
¡Y no fue sin juramento! Los otros sacerdotes llegaron a serlo sin juramento, mientras que éste llegó a serlo con el juramento de aquel que le dijo:
«El Señor ha jurado,
y no cambiará de parecer:
“Tú eres sacerdote para siempre.” »
Por tanto, Jesús ha llegado a ser el que garantiza un pacto superior.
Ahora bien, como a aquellos sacerdotes la muerte les impedía seguir ejerciendo sus funciones, ha habido muchos de ellos; pero como Jesús permanece para siempre, su sacerdocio es imperecedero. Por eso también puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos.
Nos convenía tener un sumo sacerdote así: santo, irreprochable, puro, apartado de los pecadores y exaltado sobre los cielos. A diferencia de los otros sumos sacerdotes, él no tiene que ofrecer sacrificios día tras día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo; porque él ofreció el sacrificio una sola vez y para siempre cuando se ofreció a sí mismo. De hecho, la ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles; pero el juramento, posterior a la ley, designa al Hijo, quien ha sido hecho perfecto para siempre

viernes, 29 de abril de 2016

ALGO MÁS QUE UNA ILUSIÓN




Tenía ocho años cuando perdí a mi abuelo, que por aquel entonces rondaba los 65. Somos una familia muy unida, y aquello fue un golpe duro para todos.
Recuerdo que besé la fría mejilla de Nanu y le dije adiós. Pero algo por dentro me decía que no sería una despedida permanente. Siempre he tenido la ferviente esperanza de volver a estar con él. Cada vez que visitábamos el cementerio lloraba por no poder verlo, tocarlo, hablarle; pero en el fondo tenía la certeza de que nos volveríamos a encontrar. En preparación para esa eventual reunión, pensaba: «Cuando vuelva a ver a Nanu le pediré que me cuente cómo fue esa vez que lo persiguieron unos ladrones armados», o: «Cuando vuelva a ver a Nanu lo retaré por no haberse hecho a tiempo la operación de los riñones». No obstante, con el paso de los años me acostumbré a su ausencia.
Después de la muerte de Nanu, mi abuela, Nana, se convirtió en el corazón de nuestra gran familia. Ahora ella también ha partido. Murió hace poco. Cuando nos reunimos para desalojar su casa, pasé la mano por la colcha de su cama y no pude evitar llorar. En la iglesia a veces miraba el asiento donde ella se sentaba y le preguntaba a Jesús: «¿Por qué?»
Después de unas semanas el dolor se fue disipando y se volvió menos constante, aunque aún estaba presente. Hasta que un día me puse a pensar: «Cuando vuelva a ver a Nana le diré cuánto la echamos todos de menos. Le daré el abrazo que no pude darle en el hospital…»
Entonces me di cuenta de que la promesa de vida eterna no es solo para alimentar las ilusiones de una niña de ocho años, sino que nos brinda consuelo a lo largo de toda la existencia. Los cristianos tenemos una esperanza y una fe imperecedera en que la muerte no es el fin. Dios envió a Su Hijo, Jesús, a la Tierra para que pudiéramos tener vida eterna con Él. Lo único que necesitamos es una fe infantil para creer esa promesa divina.
No sé exactamente cómo continuarán en el Cielo las relaciones que tanto disfrutamos en la Tierra, pero sí sé que nos aguarda vida eterna con Dios. La muerte no es sino la puerta que trasponemos para alcanzarla.
1 Juan 1:9 (NVI) Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.
Apocalipsis 21:8 (NVI) Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican artes mágicas, los idólatras y todos los mentirosos recibirán como herencia el lago de fuego y azufre. Ésta es la segunda muerte.»
Gálatas 6:7-8 (NVI) No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra. El que siembra para agradar a su naturaleza pecaminosa, de esa misma naturaleza cosechará destrucción; el que siembra para agradar al Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

jueves, 28 de abril de 2016

PAISAJE CAMBIADO



Hoy iba conduciendo hacia casa y me pasé de donde tenía que virar. Aunque conozco bien el vecindario y he tomado esa calle miles de veces, me confundió el cambio en el paisaje.
Están demoliendo un pequeño centro comercial en desuso, y las topadoras llevan toda la semana trabajando. De golpe, el edificio de la esquina ya no estaba, y me pasé de largo. No me di cuenta de lo acostumbrada que estaba a doblar a la izquierda donde el edificio.
Me puse a pensar en el paisaje de mi vida y en lo difícil que es adaptarse a los cambios. Me gusta transitar por caminos conocidos. Me siento bien cuando sé por dónde voy. Me agrada conducir distendida sin necesidad de hacer un gran esfuerzo mental. Estoy agradecida por las nuevas tecnologías que me guían paso a paso cuando tengo que meterme por lugares desconocidos, pues no siempre llevo en el auto a un copiloto que me lea el plano y me ayude a ver los letreros de las calles. Sin embargo, el conocer bien una zona viene a ser como un sistema de navegación.
Me crié en el campo y aprendí a tomar los árboles y las lomas como puntos de referencia en lugar de guiarme por semáforos y letreros. Casi nunca leo los letreros, salvo que me encuentre en un sitio que desconozco. Prefiero seguir automáticamente la ruta que he recorrido miles de veces fijándome en el paisaje.
He vivido experiencias en que, a raíz de cambios repentinos, mi paisaje espiritual se transformó por completo. Me costó descubrir las pautas y aprender los vericuetos de mi nueva situación. La única forma de orientarme fue escuchar la voz de Dios, como si fuera un GPS diciéndome: «En 10 metros, doble a la izquierda por la calle…»
Por mucho que cambie el paisaje, Dios puede guiarnos y llevarnos a casa. Basta con que acudamos a Él y le pidamos ayuda. Él entonces nos da instrucciones detalladas para que arribemos a nuestro destino. Los cambios nos obligan a romper nuestra rutina, prestar atención a dónde vamos y leer cuidadosamente los letreros.
Ahora mismo la demolición que se realiza cerca de aquí ha producido un desbarajuste; pero alguien sabe lo que hace. Alguien tiene un plan, y a larga agradeceremos que en el vecindario haya algo nuevo y mejor. La única forma de hacer mejoras es modificar las cosas. Mientras tanto, debo prestar un poco más de atención cuando regreso a casa en automóvil y acordarme de dónde tengo que virar. No puedo seguir dependiendo de mi piloto automático.
Juan 14:26 (NVI) Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho.
Lucas 10:27 (NVI) Como respuesta el hombre citó:
—“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente”, y: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.”
Mateo 26:52-54 (NVI) —Guarda tu espada —le dijo Jesús—, porque los que a hierro matan, a hierro mueren. ¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?

HACIA LO DESCONOCIDO, BIEN ACOMPAÑADOS



Soy amigo de lo predecible. Supongo que en eso me parezco a la mayoría de la gente. Las más de las veces, los cambios implican un salto a lo desconocido. Significan salirse de lo habitual, de ese entorno en que uno se siente perfectamente a gusto, y eso a veces asusta.
Los cambios también nos obligan a ceder un poco el control, lo cual puede causar miedo. Aun cuando nos preparemos todo lo posible, son tantos los factores que entran en juego que se hace imposible tenerlo todo previsto.
«Los cambios son siempre portadores de regalos», escribió Price Pritchett. Sin embargo, ¿no nos hemos cuestionado todos alguna vez si esos regalitos valen la pena? ¿No sería mejor y más fácil eludirlos y ahorrarnos la incomodidad que producen? El caso es que a menudo no tenemos alternativa. Los cambios tienen la bendita manía de sobrevenirnos sí o sí, queramos o no.
Lo que no se puede negar —y eso bien lo sabe la gente de fe— es que es mucho fácil pasar por una etapa de inestabilidad acompañados por Dios que sin Él, por nuestros propios medios.
Dios todo lo sabe, incluido el futuro. Nos puede preparar en sentidos en que a nosotros nos resultaría imposible. Además, hace que todo redunde en nuestro bien. A Él nunca lo pilla por sorpresa un recodo del camino o un vuelco en los acontecimientos. Es capaz de orientarnos y equiparnos para lo que se avecina, por más que nosotros en el momento seamos incapaces de reconocer lo que sucede.
Dios es dueño de la situación. La certeza de que está de nuestro lado el Ser que nos creó y que cumplirá los designios que tiene para nosotros puede darnos una inyección de confianza para afrontar cualquier dificultad que se nos presente. Después de todo, «si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?»
Quizás una de las cosas más importantes que Dios nos lleva a entender en las épocas de cambios es que Él alberga por cada uno de nosotros un amor incondicional. Cuando los cambios cuestan, asustan o duelen, Él permanece a nuestro lado. Su amor no es voluble, y Él solo desea lo mejor para nosotros. Aunque pasemos por innumerables experiencias que nos moldean y en últimas modifican nuestro carácter, Él permanece constante, fiable, y nunca nos retira Su apoyo. Es el mejor amigo que podríamos tener, y eso no cambiará jamás: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre».
Hebreos 11:6 (NVI) En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
1 Juan 5:13 (NVI) Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.
1 Juan 4:18 (NVI) sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor.

martes, 26 de abril de 2016

LA ESPERANZA Y EL ÁRBOL DE VIDA



Es un hombre alto y enjuto de sesenta y tantos años, mayor que muchos de los otros puesteros del mercado de frutas y verduras. Siempre recibe a sus clientes con una sonrisa radiante.
Una calurosa mañana de julio, al acercarme a su puesto, vi que llevaba un grueso collar ortopédico que le cubría desde el mentón hasta los hombros. Aunque no se quejaba, sus ojos traslucían la incomodidad que le causaba. Me explicó que había sufrido un accidente automovilístico y se estaba recuperando de una operación.
En Taiwán, en pleno verano, la humedad del aire se dispara, y las temperaturas se elevan hasta niveles desagradables. Me estremecí de solo pensar en cómo debía de sentirse con aquel collarín de tejido plástico, aguantando el agobiante calor de un mercado al aire libre. Él se dio cuenta y me sonrió.
—Ya mejorará. Todas las lesiones se curan. Quejarme de lo molesto que es no me servirá de nada.
Pagué lo que había comprado y le prometí que oraría por él.
Cuando lo vi dos semanas después, todavía llevaba el collarín, pero su sonrisa seguía indemne.
—¿Le duele mucho? —le pregunté—. Ese collarín debe de ser incomodísimo.
—Me duele y es fastidioso 
—asintió—; pero lo que me ayuda a soportarlo es imaginarme ese día estupendo en que me lo sacarán y podré volver a moverme con libertad. Eso me ayuda un mundo a sobrellevar la incomodidad.
Pasó el tiempo, y parecía que ese día estupendo no llegaba nunca. No se recuperó tan rápidamente como se preveía, y tuvo que llevar el collarín más de un mes. Sin embargo, seguía aferrado a la esperanza, resuelto a no desfallecer, al tiempo que se esforzaba por mantener a flote su negocio.
Al fin llegó el día en que se vio libre de la opresión de aquel collarín. Aunque le había quedado una cicatriz roja bien visible en el cuello, tenía erguida la cabeza, y no daba señal alguna de sentirse cohibido, sino que contaba a todos lo contento que estaba de haberse librado finalmente del collarín. Su alegría me recordó el versículo: «La esperanza postergada aflige al corazón, pero un sueño cumplido es un árbol de vida».
Mi amigo es un modelo de lo que el apóstol Pablo denomina «constancia en la esperanza». Su esperanza no era un deseo difuso ni un idealismo romántico. Simplemente decidió creer que ningún dolor es para siempre y que toda herida sana. Poco le importaba lo largo o difícil que fuera el proceso; lo esencial para él era conservar la moral y aferrarse a la promesa de un futuro mejor. Al enfrentarme yo también a las tormentas de la vida, su ejemplo me inspira a aguantar cuando las cosas se ponen difíciles. Me aferraré a Aquel en quien pongo mi esperanza, «como segura y firme ancla del alma».
Santiago 1:2-4 (NVI) Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia. Y la constancia debe llevar a feliz término la obra, para que sean perfectos e íntegros, sin que les falte nada.
1 Corintios 10:13 (NVI) Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.
1 Juan 4:18 (NVI) sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor.

TENGO FE EN LA FE



A algunos les resulta de lo más natural depositar su fe y confianza en Dios. Se las arreglan para descubrir el aspecto positivo de las circunstancias y personas difíciles. Siempre ven el vaso medio lleno de agua. Suelen decir cosas como: «Dios proveerá», «No te preocupes, todo saldrá bien». Cuando uno traba conocimiento con una persona así, podría suponer que lleva una vida color de rosa, que tiene muy pocos problemas y que todo le sale a pedir de boca.
No obstante, tal vez te sorprenda enterarte de que quienes despliegan ese tipo de personalidad ejemplar no necesariamente adquirieron tanta fe y llegaron a ser así de optimistas porque todo en su vida haya ido como una seda. Muchos se han vuelto así después de vivir experiencias muy difíciles, a veces incluso dolorosas, desgarradoras, en las que optaron por conservar la esperanza de que el Señor los sacaría a flote, aunque a veces ese rescate tomó un tiempo.
Algunos han librado batallas por su salud; otros han visto a sus hijos sufrir un enfermedad tenaz o han perdido a un ser querido. El caso es que esas personas tan llenas de fe se fortalecieron y se volvieron más valientes y compasivas a raíz de esas experiencias. Siento un profundo respeto por ellas. La palabra fe cobra vida y sentido en seres de ese talante. Me han enseñado que, por muy terrible que se torne la situación, el Señor se hará presente para ayudarme. Lo único que debo hacer es aferrarme a Él y a la fe que me ha dado Su Palabra, a fin de ahuyentar las dudas y el desaliento.
La Biblia dice que todas las cosas redundan en bien para los que aman a Dios. Tardé años en percatarme de que ese versículo no dice: «Todas las cosas les salen bien», sino: «Todas las cosas los ayudan a bien». A mi entender significa que, aunque a todos nos pasan cosas malas, Dios las entrelaza en la historia de nuestra vida para que redunden en bien, ya sea ahora o en la eternidad. Cuando adopto ese enfoque me doy cuenta de que no tiene sentido que le agradezcamos a Dios todos los favores que nos concede y acto seguido le echemos la culpa de nuestros reveses. Ese versículo nos enseña que podemos confiar en Él aun en medio de las desgracias y tener la plena seguridad de que tornará nuestras dificultades en algo bueno, o de algún modo hará que nos beneficien.
En la Biblia abundan los ejemplos de ese principio, y creo que es porque Dios quería que lo captáramos bien.
Uno de mis favoritos es el caso del rey David. Imagínate por un momento que todas tus perspectivas profesionales estuvieran centradas en el pastoreo de ovejas. Según mis amplios conocimientos —y mi fértil imaginación—, el pastoreo consiste en observar a las ovejas pastar hora tras hora, enfrentarse a una que otra bestia feroz y tocar el arpa. De repente saltas a la fama: te ungen rey, matas a un gigante a la vista de dos ejércitos, el rey y tus hermanos mayores, y te vuelves íntimo amigo del príncipe heredero. Si en ese momento David hubiera dicho: «Sí, claro, Dios es genial», todo el mundo habría considerado que en su situación le resultaba muy fácil decir eso.
No obstante, la realidad lo golpeó más adelante cuando casi perdió el reino (varias veces), fue traicionado por su propio hijo y tuvo que acatar los castigos divinos por algunas decisiones bien malas que tomó. Después de todo eso, es evidente que cuando alababa a Dios lo hacía con pleno conocimiento de lo que es confiar en Él en medio de los altibajos de la vida.
Estaba leyendo el pasaje en que el rey David le dice a Dios: «Tú eres grande, y haces maravillas; ¡solo Tú eres Dios! Señor mi Dios, con todo el corazón te alabaré, y por siempre glorificaré Tu nombre. Porque grande es Tu amor por mí: me has librado de caer en el sepulcro». En ese salmo David vuelve a rogarle fervientemente a Dios que lo libre de sus enemigos, pero también indica que confía en la protección y los cuidados de Dios. Su fe no se ha visto afectada, sino que está más fuerte que nunca.
La Biblia compara la fe con el oro. Al igual que el metal precioso, la fe tiene gran valor. Una fe que se debilita cuando es sometida a prueba es como una moneda devaluada: no sirve de mucho. Pero al igual que el oro, la fe auténtica es muy estimable, poco común, costosa, y dura toda la vida.
Recuerdo vivencias y situaciones que no me resultaron fáciles de sobrellevar, o por las cuales definitivamente no me gustaría volver a pasar. Sin embargo, me doy cuenta de que si no hubiera atravesado esos momentos difíciles me habría perdido algunas de las extraordinarias enseñanzas que me dejaron. Ese conocimiento y esas experiencias han fortalecido mi fe. Ahora tengo la certeza de que, por muy intensas que sean las tormentas emocionales que me azoten, Jesús está detrás de los nubarrones, aguardando el momento de irrumpir con Su luz y darme justo lo que necesito para avanzar con gracia y fuerza, lista para encarar lo que me depare la vida.
Hebreos 11:6 (NVI) En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
Efesios 2:8-9 (NVI) Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.
Proverbios 3:5-6 (NVI)
Confía en el Señor de todo corazón,
y no en tu propia inteligencia.
Reconócelo en todos tus caminos,
y él allanará tus sendas.

ENCUENTROS CON MARIPOSAS



Buscando documentación para un cuento sobre un comerciante de antigüedades que coleccionaba mariposas exóticas, di con un portal de Internet que me facilitó abundantes recursos narrativos sobre esas fascinantes criaturas.
Me quedé asombrado con la enorme cantidad de relatos que la gente ha enviado a ese portal —cientos de experiencias—, y me llamó la atención la gran influencia que han tenido las mariposas en la vida de los mortales de todas las épocas. Hace más de 2.000 años los antiguos griegos ya empleaban la transformación de la mariposa —el paso del estado de larva al de adulto— como metáfora de la resurrección e inmortalidad del alma.
Un tema recurrente en los encuentros con mariposas publicados en ese portal es el consuelo que proporcionan esas magníficas criaturas a personas que están pasando por momentos particularmente difíciles. Después de leer muchos de esos relatos tuve curiosidad por saber si las mariposas podrían intervenir también mágicamente en mi vida. Estaba viviendo una temporada complicada. Extrañaba especialmente a mi hija mayor, fallecida siete años antes.
Una noche le pedí a Dios que me enviara una mariposa como señal de que nuestra hija todavía estaba con nosotros en espíritu; después me olvidé del asunto. Sin embargo, al día siguiente estuvimos en una remota zona rural, y mientras empacábamos nuestros equipos y los cargábamos en el vehículo después de una actuación, hubo una colorida mariposa que no dejó de revolotear a mi alrededor. Más tarde, mientras le comentaba eso a un amigo al detenernos en un semáforo, otra mariposa pasó frente al parabrisas, como diciendo: «Todavía estoy contigo».
No obstante, el encuentro más notable que tuve con una mariposa se produjo el día de Navidad. Cuando nos hallábamos reunidos en torno al árbol, abriendo los regalos y disfrutando de estar en familia, entró una mariposa en la sala y se posó cerca de la lámpara. Se quedó con nosotros todo el día y toda la noche. A la mañana siguiente no estaba, como si ya hubiera cumplido su misión. Esa visita nos reconfortó mucho y nos llenó de gratitud, pues la interpretamos como una señal, como un recordatorio de la presencia de nuestra hija en esa fecha tan especial.
Naturalmente que nuestro ánimo y consuelo no deberían depender de esas señales. Aun así, uno las agradece. La Palabra de Dios promete que el que pide, recibe. Cuando necesites consuelo u orientación, Dios puede enviarte mensajeros bajo diversas apariencias, con o sin alas.
Josué 1:9 (NVI) Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas.»
2 Timoteo 1:7 (NVI) Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.
Salmos 37:4 (NVI)
Deléitate en el Señor,
y él te concederá los deseos de tu corazón.

VOLVER A EMPEZAR


Al cabo de 30 años de residir en el extranjero, mi marido y yo volvimos a Canadá. Durante todo ese lapso, había estado viviendo, trabajando y viajando por el continente americano, pero no había vuelto a mi país sino por breves periodos.
El proceso de repatriación me produjo hasta cierto punto un shock cultural. No obstante, muy pronto aprendí a querer a este país que promueve la diversidad y acoge a inmigrantes de todo el mundo. Ello da lugar a un mestizaje racial y étnico que destila tolerancia y que además nos enseña a tener paciencia con la cantidad de gente que lucha por abrirse camino, aprender un idioma y adaptarse a una nueva cultura. De pronto me di cuenta de que este planeta está lleno de personas que se esfuerzan por reconstruir su vida, buscar vivienda, aprender una nueva lengua y oficio y recomenzar de cero. Se trata de un fenómeno moderno; pero Dios ha dotado al ser humano de la versatilidad que se requiere para volver a empezar.
Mientras me entregaban los resultados de unos análisis médicos, me puse a conversar con una radióloga, una mujer agradable y amable de mirada paciente y sufrida que me contó su historia. Nacida en la Unión Soviética, estudió allí medicina. Tras la caída del comunismo, emigró a Israel. Allí se enteró de que tendría que volver a hacer casi toda la carrera de medicina para poder ejercer su profesión. Por considerar que su vocación era la pediatría, dedicó ocho arduos años a repetir sus estudios hasta que finalmente pudo ejercer. La vida en Israel, tanto para ella como para su familia, no resultó como se imaginaban, por lo que decidieron emigrar de nuevo, esta vez a Canadá. Una vez más, le informaron que si deseaba practicar la pediatría tendría que volver a pasarse ocho años estudiando la carrera. En ese momento renunció a ser médica y se convirtió en radióloga, pues consideró que teniendo hijos propios no le sería posible volver a la universidad.
Me relató su vida con alegría, sin quejarse. Había evaluado las opciones que se le presentaban, cambiado de planes y vuelto a empezar de cero. No me cabe duda de que se ha ganado a pulso su jovialidad y paciencia. Al manifestarle mi admiración, me respondió con una sonrisa.
Sobra decir que no envidio a los que tienen que empezar de nuevo en la mediana edad. Con todo y con eso, es algo que en la actualidad les pasa a muchos. Al parecer son muy pocas las carreras, profesiones o empleos que tengan garantía de por vida, y la nueva realidad del mundo contemporáneo exige ante todo versatilidad y adaptabilidad. Felizmente, son cualidades que la Palabra de Dios siempre nos ha recomendado que cultivemos. Lo dejan muy claro los siguientes versículos:
«Hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar;
un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir;
un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto;
un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse;
un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir; un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar;
un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser; un tiempo para callar, y un tiempo para hablar.
Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin. […] Dios lo hizo así para que se le tema».
La Biblia contiene numerosos relatos sobre personas que cambiaron de carrera, de lugar de residencia o de rumbo conforme Dios las fue guiando, ya fuera por medio de instrucciones directas o por las circunstancias. Es más, empezar de cero es tan común en la Biblia que cuesta encontrar en ella algún personaje que no tuviera que hacerlo. Pensemos en Abraham, Isaac, José, Moisés, Ester, Rut, Daniel, los discípulos de Jesús, Pablo, y bueno, paremos de contar.
Vivo en una zona poblada por numerosos inmigrantes de primera generación. Ello me ha ayudado a comprender que empezar de cero es una realidad para muchos en el mundo contemporáneo, ya que al cambiar la dinámica del entorno hay poblaciones que emigran y viajan por el mundo en busca de nuevas oportunidades y una vida mejor. Optan por convertirse en extranjeros y peregrinos con el ánimo de proporcionar una vida más digna a su familia y a sus hijos, y se aventuran con increíble valor —y a menudo pocos recursos—, dejando atrás parientes, carreras y títulos. Imaginan un futuro más próspero que justificará los riesgos y obstáculos que se les presenten.
Gracias a Dios, los cristianos esperamos «con confianza una ciudad de cimientos eternos, una ciudad diseñada y construida por Dios», de forma que «ahora vivimos con gran expectación y tenemos una herencia que no tiene precio, […] que no puede cambiar ni deteriorarse. [Nos] espera una alegría inmensa, aun cuando tenga[mos] que soportar muchas pruebas por un tiempo breve. Estas pruebas demostrarán que [nuestra] fe es auténtica».
Aun así, volver a empezar no es poca cosa. A veces los retos parecen insalvables. En todo caso, cuando miro a mi alrededor y veo el coraje de esas personas que han atravesado mares y tierras en busca de mejores oportunidades, mi confianza crece, y se me confirma que Dios jamás nos pone en una situación en la que no podamos crecer y desarrollarnos. Así que «corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe».
Hebreos 11:10 (NVI) porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor.
1 Pedro 1:3-4 (NVI) ¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes,
1 Pedro 1:6-7 (NVI) Esto es para ustedes motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora han tenido que sufrir diversas pruebas por un tiempo. El oro, aunque perecedero, se acrisola al fuego

viernes, 22 de abril de 2016

CONVERSACIÓN POR LOS DUCTOS



La casa que tenían mis abuelos en el campo era de los años veinte. Tenía pisos y acabados de madera maciza de roble. También tenía registros, unas rejillas graduables en los pisos con las que se regulaba el paso del aire caliente que venía por unos tubos desde la caldera del sótano. Mi prima y yo nos divertíamos mucho conversando por esos ductos.
—¿Estás ahí? —preguntaba una de los dos desde el piso de abajo.
—Sí. Aquí estoy—respondía la otra desde arriba—. ¿Cómo te va ahí abajo?
—Bien. Ahora cambiemos de lugar.
Rápidamente cambiábamos de cuarto, con cuidado para no toparnos con mi abuela, que se apresuraba a recordarnos que no corriéramos por las escaleras y nos dejáramos de risitas.
Cuando era niña, mi familia asistía a una pequeña iglesia en la que estaba mal visto jugar a las cartas, bailar y que las mujeres entraran en el templo con pantalones, eso por no decir nada de la lista casi interminable de faltas consideradas más graves por aquella y por muchas iglesias, faltas que en algunos casos claramente estaban censuradas por las Escrituras, y en otros no tanto.
En 1969 conocí a La Familia Internacional y me di cuenta de que había descubierto lo mío. Por fin había encontrado una religión con la que me identificaba y que se ajustaba a lo que yo en el fondo creía, a pesar de que chocaba con la educación y la crianza que había recibido. No me resultó fácil acostumbrarme, por ejemplo, a los aleluyas y los cultos con guitarra.
Recuerdo que un día estaba desesperada por saber si era bueno que adoptara las creencias y forma de vida de la Familia, y oré con fervor. De repente tuve la sensación de haber vuelto a la casa de campo de mis abuelos, y esta vez era mi abuelo, que había muerto unos años antes, el que se encontraba arriba y me hablaba por los ductos. Nuestra conversación discurrió más o menos así: —Hola, mi amor. ¿Estás bien?
—Sí, abuelo. ¿De verdad eres tú quien me habla? Estoy bien, pero me gustaría saber una cosa. ¿Hago bien al querer servir al Señor de esta manera? ¿Es esto lo que debo hacer? —¿Tú qué crees?
—Creo que está bien, pero me crié cantando himnos en la iglesia, no cantando en el parque canciones sobre Jesús a desconocidos. Es todo muy distinto.
—Aunque sea diferente de lo que se te enseñó, adoras al mismo Jesús. Cuando oras, te diriges al mismo Jesús, y cuando le cantas alabanzas, aunque sea con música rock, le estás expresando tu amor.
No era un sueño. Estaba bien despierta, era de día, y me encontraba en el jardín. No vi a mi abuelo, pero oí su voz en mi interior tan clara y nítidamente como oía la de mi prima cuando éramos niñas y hablábamos por los ductos. Esa experiencia me transformó y me dio más fe. De eso han pasado ya cuarenta años, y puedo afirmar sin asomo de duda que mi abuelo tenía razón: Lo que importa no es cómo amemos a Jesús, sino que lo amemos.
Proverbios 3:5-6 (NVI) Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia.  Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.
Salmos 32:8 (NVI) El Señor dice: «Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti.
Juan 16:13 (NVI) Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta sino que dirá sólo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir.

EN BRAZOS DE JESÚS



La felicidad se compone de muchos elementos: está en la sonrisa de un niño, en los destellos dorados de un amanecer, en el cálido abrazo de un ser querido, en la salud tras una enfermedad. Pero esa clase de felicidad es transitoria: los niños no siempre sonríen, y puede que haya nubarrones que oculten el amanecer, que un ser querido se vaya a otra parte o que la enfermedad no pase. Hay otra felicidad que es más profunda y duradera: es la que inunda el alma cuando uno alcanza a comprender la profundidad, la anchura y la altura del amor que Dios siente por cada uno de nosotros, un amor que Su Hijo Jesús personifica.
Al hallar a Jesús descubrimos que, sean cuales sean nuestras debilidades y defectos, por muy profundo que sea nuestro desaliento, tenemos una fuerza a la que recurrir, una esperanza en la que apoyarnos, un amor en el que refugiarnos. Ciertamente, «bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor» (Salmo 144:15).
En brazos de Jesús,
bajo Su tierna faz,
encontraré la dicha,
y mi alma tendrá paz.
Fanny Crosby (1820–1915)
Considera el amor de Dios. En todos los años que han pasado nunca ha dejado de ser. Cuando caímos, nos levantó; cuando nos desviamos, nos rescató; cuando desfallecimos, nos revivió; cuando pecamos, nos perdonó; cuando lloramos, nos consoló. En esos momentos de agonía e incertidumbre, casi de desesperación, que algunos recuerdan, fue más que suficiente. —Adaptación de un texto del Rev. Money
Dios que en los cielos sonríes
y surcas todo el mar,
dejando el mundo y sus conflictos, te vengo a invocar. Me aproximo desfallecido. Busco descanso en Ti. Me acosan las preocupaciones. Calma mi frenesí. –John Holmes
El eterno Dios es tu refugio y Sus brazos eternos son tu apoyo.  Deuteronomio 33:27 (rvr 95).
Señor, ayúdanos a no olvidar nunca Tu amor, sino a permanecer en él en todo lo que hagamos, ya sea que durmamos o estemos despiertos, que vivamos, que muramos o que resucitemos para la vida futura. Tu amor es vida eterna y reposo perenne. Que nunca se apague esa llama en nuestro corazón, sino que crezca y se torne más brillante, hasta que toda nuestra alma resplandezca e irradie luz y calor. –Adaptación de una oración de Johann Arndt (1551–1621)
Isaías 12:3 (NVI) Con alegría sacarán ustedes agua de las fuentes de la salvación.
Filipenses 4:7 (NVI) Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.
Eclesiastés 3:13 (NVI) y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes.

MI TESORITO


Me imagino que a todas las primerizas les sucede lo mismo: no hay nada que me entretenga más que observar a mi bebita. Sus expresiones faciales, la vivacidad que se refleja en sus ojos, su curiosidad… Casi todo lo que hace despierta mi amor maternal. Y un maravilloso día tomé conciencia de que así, ni más ni menos, me ve Jesús a mí, pues me ama incondicionalmente.
Observando a Ashley sentadita en la cama, que me miraba con sus brillantes ojos azules y una sonrisa de oreja a oreja, me puse a pensar: «¿Cómo no voy a quererla? Desde luego, a los seis meses es más activa que un cachorrito. A veces se ensucia, se queja, se despierta por la noche pidiendo que le dé de comer cuando yo quiero dormir. Pero haga lo que haga, ¡nunca dejaré de quererla y de velar por ella!»
Entonces me acordé de que el día anterior me había sentido muy deprimida y alejada de Dios. Había hecho tantas cosas mal que estaba convencida de que Jesús había dejado de amarme. Pero al mirar a los ojos a mi hijita sentí que Él me hablaba: «¿Cómo podría dejar de amarte? ¿Cómo se me ocurriría dejar de velar por ti? Eres la alegría de Mi vida. Claro que no eres perfecta y que a veces armas enredos y metes la pata; pero todo eso forma parte de tu aprendizaje. El amor que abrigo por ti es permanente; no es un sentimiento veleidoso. ¡Puedes tener la tranquilidad de que siempre serás Mi tesorito!»
Cuando se tiene necesidad de algo grande, algo infinito, algo que nos haga tomar conciencia de Dios, no hace falta ir lejos a buscarlo. Me parece que he visto algo más profundo, más infinito, más eterno que el océano en la expresión de los ojos de un niño pequeño cuando se despierta por la mañana y gorjea o se ríe al ver brillar el sol en su cuna.  –Vincent van Gogh (1853–1890)
Tus hijos son el mayor regalo que Dios te ha dado, y sus almas la mayor responsabilidad que pondrá en tus manos. Dedícales tiempo, infúndeles fe en Él. Sé una persona en la que puedan confiar. Cuando llegues a la vejez, de todo lo que hayas hecho eso habrá sido lo más importante.  –Lisa Wingate
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Salmos 127:3 (NVI) Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa.
Proverbios 22:6 (NVI) Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará.
Efesios 6:4 (NVI) Y ustedes, padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor.

martes, 19 de abril de 2016

POSTAL DE VERONA



Nací en el norte de Italia, en la ciudad de Romeo y Julieta. Cuando iba al colegio, pasaba todos los días por debajo del famoso balcón donde, en la obra de Shakespeare, la pareja intercambia apasionadas promesas después de una fiesta. Hace poco regresé a Verona y volví a pasar por allí; pero era tal el enjambre de turistas que prácticamente me fue imposible acercarme al balcón. Noté que las paredes estaban cubiertas de firmas. Por lo visto la municipalidad tiene que repintarlas cada tanto para que otros turistas fascinados puedan inscribir en ellas su nombre. En esa calle hay también varias tiendas que venden souvenirs relacionados con el amor.
No sé lo que pensaría Shakespeare de las incontables recreaciones y adaptaciones que se han hecho de su obra dramática. Lo que es indudable es que nunca había sido tan célebre como ahora. Cada vez que alguien me pregunta de dónde soy, mi respuesta suscita sonrisas y suspiros: «¡Romeo y Julieta!»
A mí también, cuando era jovencita, me atraía mucho la tragedia de los dos enamorados. Si bien durante años anhelé en secreto que se apareciera mi romeo y cumpliera los deseos de mi corazón, la vida —y 38 años de altibajos matrimoniales— me ha enseñado mucho.
Hace poco leí una excelente frase: «Entre enamorarse y amar hay una gran diferencia. Uno se enamora porque sí. En cambio, para amar de verdad a alguien es necesario sudar, sufrir, reír, perder sueño, entregarse. El amor auténtico no se da así como así. Es algo que se construye».
Aunque me encantan las novelas románticas, he aprendido que el amor genuino es bastante distinto. Es algo que supera la prueba del tiempo, que implica dar sin recibir a cambio y que es, por sobre todas las cosas, un compromiso. Shakespeare mismo dijo: «El curso del amor verdadero nunca ha estado exento de dificultades». Todo un desafío.
1 Pedro 3:7 (NVI) De igual manera, ustedes esposos, sean comprensivos en su vida conyugal, tratando cada uno a su esposa con respeto, ya que como mujer es más delicada, y ambos son herederos del grato don de la vida. Así nada estorbará las oraciones de ustedes.
Cantares 7:6 (NVI) Cuán bella eres, amor mío, ¡cuán encantadora en tus delicias!
Cantares 6:3 (NVI) Yo soy de mi amado, y mi amado es mío; él apacienta su rebaño entre azucenas.

EL MULTIFACÉTICO AMOR DE DIOS


El amor es como un río. Hay días de abundancia en que fluye caudalosamente; otros corre apenas como un hilo, y vemos el agua rebotar en las piedras del fondo. Pero aun cuando el amor merma y pierde su fuerza hasta casi secarse sobre el lecho cenagoso, luego vuelve a fluir.
Nos viene a la memoria cómo amó Jesús, cómo perdonó, como tendió los brazos para expresar Su compasión. Al adoptarlo a Él como fuente de amor, podemos reabastecer nuestro cauce. La vida cobra una nueva dimensión en Jesucristo. Él es la máxima autoridad en materia de amor. Jesús ama cuando cuesta hacerlo, cuando el amor es rechazado, cuando tiene escaso sentido. Ama cuando los demás se dan por vencidos. Ama aun cuando se portan feo, cuando actúan con frialdad. Ama aun a los indignos.
Y cuando el amor parece haberse secado, acudimos a Jesús y reaprendemos lo que es amar.
Anónimo
Nada que hagas aumentará el amor que Dios te tiene ahora mismo; no lo conseguirás ni con tremendos logros, ni con mayor belleza, ni alcanzando más amplio reconocimiento, ni con una mayor espiritualidad y obediencia. Y nada que hayas hecho puede mermar Su amor por ti, ningún pecado, ningún fracaso, ninguna culpa, ningún remordimiento.  John Ortberg (n. 1957)
¿Crees que alguien podría abrir una brecha entre nosotros y el amor que Cristo alberga por nosotros? ¡De ninguna manera! No lo harán las tribulaciones, ni las dificultades, ni el odio, ni el hambre, ni la indigencia, ni las amenazas, ni las traiciones. Ni siquiera los peores pecados que se mencionan en las Escrituras. Nada de eso nos afecta, porque Jesús nos ama. Estoy totalmente convencido de que nada —vivo o muerto, angélico o demoníaco, presente o futuro, alto o bajo, imaginable o inimaginable—, absolutamente nada podrá interponerse entre nosotros y el amor de Dios. Romanos 8:35,37–39 (MSG)
El amor de Dios es una de las grandes realidades del universo, un pilar sobre el que descansa la esperanza del mundo. Con todo, también es algo personal e íntimo. Dios no ama a poblaciones, sino a personas. Él no ama a las masas, sino a seres humanos. Él nos ama a todos con un amor extraordinario que no tuvo principio y no puede tener fin. –A. W. Tozer (1897–1963)
El amor de Dios refleja Sus principios eternos y absolutos. Es un amor eterno, como lo es Él: más perdurable que el tiempo, más ancho y profundo que las incalculables dimensiones del cosmos. Él mismo nos dice: «Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad». –David Jeremiah (n. 1941)
 Jeremías 29:11 (NVI) Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor —, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.
Romanos 5:8 (NVI) Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
1 Juan 4:18 (NVI) sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor.

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