martes, 5 de julio de 2016

Plan de paz


Decálogo de la serenidad
Uno de los «frutos del Espíritu» (Gálatas 5:22,23) es la paz, bendición que la Biblia promete a quienes se esfuerzan por vivir cerca de Dios. El término hebreo traducido como paz en el Antiguo Testamento tenía el significado de plenitud, solidez y bienestar integral. En el Nuevo Testamento, la palabra denota serenidad, una combinación de esperanza, confianza y sosiego mental y espiritual (Nelson’s Bible Dictionary, 1986). En los tiempos que corren, una paz así puede ser esquiva. No existe una fórmula mágica para alcanzar la paz interior, pero hay ciertas cosas que podemos hacer para cultivarla.
Confiar en Dios – La confianza no surge de la nada. En la infancia aprendemos a confiar en nuestros padres porque sentimos su amor y nos beneficiamos de su atención y su concepción madura de la vida. Confiamos en amigos que nos han apoyado en las buenas y en las malas. Confiamos en socios comerciales que consideramos honrados y dignos de esa confianza. En resumidas cuentas, confiamos en una persona por las experiencias que hemos tenido con ella. Lo mismo sucede con Dios. Cuanto más le abrimos nuestro corazón, más nos hacemos cargo del amor y los cuidados que nos prodiga. Cuanto más estudiamos la Biblia y textos basados en ella, mejor entendemos la vida y más apreciamos la sabiduría y la bondad de Dios. Cuanto más ponemos a prueba las promesas de Dios, más fe adquirimos en ellas. Cuanto más acudimos a Él con nuestras contrariedades y problemas, más aprendemos a depender de Él para que los resuelva. Cuanto más profundamente llegamos a conocerlo, más confiamos en Él; y cuanto más confiamos en Él, mayor paz interior tenemos.
Seguir los caminos de Dios – Cuando reflexionamos sobre lo que complace a Dios y hacemos lo posible por actuar en consecuencia, contamos con Su bendición. «Gracia y gloria da el Señor; nada bueno niega a los que andan en integridad» (Salmo 84:11 (NBLH)). Eso no significa que todo vaya a resultar fácil o que jamás tendremos contrariedades. El trabajo arduo y las dificultades forman parte de la vida. Sin embargo, hasta en los momentos difíciles podemos tener paz interior, pues Dios nos ha prometido que al final todo se arreglará. En muchos casos la turbación interior que sentimos es consecuencia de empeñarnos obstinada o egoístamente en llevar a efecto nuestros planes cuando muy adentro sabemos que Dios tiene otros designios para nosotros o para los demás. Esa obstinación es siempre infructuosa.
Encomendarle a Dios nuestros problemas por medio de la oración – Rezar para poner en manos de Dios lo que nos preocupa nos beneficia por partida doble. En primer lugar obtenemos Su ayuda, lo que representa una diferencia enorme. Pero además nos liberamos de la presión de tener que resolver las cosas por nuestros propios medios. «No os inquietéis por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presentad vuestras peticiones a Dios y dadle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará vuestros corazones y vuestros pensamientos» (Filipenses 4:6,7 (BAD)).
Tiempo al tiempo – Cualesquiera que sean las contrariedades a las que nos enfrentemos y los factores que las causen, podemos tener la certeza de que Dios desea lograr un bien mayor por medio de ellas. A la larga, «a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28). Entretanto, nuestra fe se fortalece y aprendemos paciencia. Es difícil hallar paz cuando nos falta fe o paciencia. Por eso la Biblia nos exhorta a pensar positivamente y soportar la prueba: «Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales,  sin que os falte cosa alguna» (Santiago 1:2-4).
El pasado, pasado está – Es imposible que estemos en paz con nosotros mismos o con Dios si seguimos arrastrando la carga de los errores que hemos cometido. Aunque hagamos votos de arrepentimiento y penitencia hasta que nos duelan las rodillas, no lograremos sentir auténtica paz mientras no aceptemos que Dios nos perdonó cada falta en el momento en que se lo pedimos. Decimos: «Es que soy demasiado malo». Pero Dios dice: «Yo soy el que por amor a Mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados» (Isaías 43:25 (NVI)). «Tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Romanos 5:1).
Ver que la adversidad es sinónimo de oportunidad – En uno de sus escasos momentos de buen ánimo, Friedrich Nietzsche dio con una verdad esperanzadora: «Lo que no me mata, me fortalece». En su libro Gratitud, Louise Hay fue más concreta: «Ocurra lo que ocurra a nuestro alrededor, podemos elegir reaccionar de una manera que nos sirva para aprender y crecer. Cuando vemos las dificultades como oportunidades de crecimiento, entonces podemos agradecer las lecciones que estamos aprendiendo de esas experiencias difíciles. Siempre hay un regalo en toda experiencia. Expresar gratitud nos permite descubrirlo». Cuando adoptamos esa mentalidad vemos más objetivamente nuestros problemas, nos libramos de la carga negativa que suscitan y hallamos paz.
Cultivar el contentamiento – «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6:6). A todos nos gusta lo de gran ganancia. Lo que muchos malinterpretamos y miramos con recelo es lo de piedad y contentamiento. No hay que confundir la piedad con la beatería o la perfección. No se trata de alcanzar un estado de pureza inmaculada, sino que es un proceso que dura toda la vida. Es reconocer que deberíamos ser más como Cristo y pedirle que haga de nosotros mejores personas. A su vez, el contentamiento no consiste en fingir que somos felices ni en resignarnos a nuestra actual situación si debiéramos procurar mejorarla. Es amar a Dios y confiar en que Él compondrá las cosas. Es estar «persuadido de esto, que el que comenzó en [n]osotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Filipenses 1:6).
Ratos tranquilos de reflexión – «Da tiempo a Dios para que se te manifieste. Date un tiempo para guardar silencio ante Él y sosegarte. Espera hasta recibir por medio del Espíritu la certeza de Su presencia, de Su poder que obra en ti. Deja que cree en tu interior un ambiente sagrado, una sagrada luz celestial en la que se renueve y se fortalezca tu alma para acometer las tareas de la vida diaria»*. En esos momentos de quietud Dios puede restaurar tu espíritu y hacerte más como Él (Efesios 4:23; 2 Corintios 3:18).
Gratitud – Dar gracias a Dios por cada cosa que tenemos nos pone en una vena positiva. Aunque no nos libre de todas las contrariedades, sí nos distrae de lo que nos altera e inquieta. «Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad» (Filipenses 4:8).
Buscar una relación más profunda con Jesús – Al despedirse de Sus discípulos, sabiendo que sería detenido y crucificado, Jesús les dijo: «Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Cuanto más llegues a conocer a Jesús a través de la lectura de Su Palabra —sobre todo los Evangelios— y más interactúes con Él por medio de la oración y la meditación, más te convencerás de que Él y Su Padre lo gobiernan todo, independientemente del cariz que tenga a primera vista una situación.
2 Tesalonicenses 3:16 Que el Señor de paz les conceda su paz siempre y en todas las circunstancias. El Señor sea con todos ustedes.
Isaías 26:3 Al de carácter firme lo guardarás en perfecta paz, porque en ti confía.
1 Pedro 5:7 Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.

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