martes, 26 de julio de 2016

El principio de la acerola



Si vas de visita a alguna región tropical, te recomiendo que te tomes un vigorizante jugo de acerola, una frutita de color rojo que es una maravilla de la naturaleza. Aunque relativamente desconocida en el resto del mundo, la acerola tiene 32 veces más vitamina C que los cítricos, además de abundantes propiedades antioxidantes. Cierta vez vivimos en una casa que tenía un arbusto de acerola en el jardín, solo uno; pero ese arbolito daba tanta fruta que casi siempre había una jarra de jugo en la mesa a la hora de cenar.
Recuerdo ratos ociosos en las tardes en que me dedicaba a comer acerolas directamente del árbol, bien dulces por la acción del sol. Además descubrí una importante similitud entre mi espiritualidad y aquel árbol. Al igual que muchas frutas tropicales, la acerola no tiene una temporada particular de cosecha. Al principio me parecía que el árbol daba fruto cuando quería. A veces tenía cientos de puntos rojos; otras, había que buscar bastante para encontrarlos. No sabía por qué.
Al cabo de un tiempo un vecino me reveló el secreto de la acerola: da fruto en proporción directa al agua que recibe. Después de una temporada de lluvias, los arbustos de acerola se ven cargados de fruto; en cambio, en los períodos de sequía la fruta escasea.
Así, pues, empezamos a regar nuestro arbolito dos o tres veces al día. Como consecuencia, no dábamos abasto con todo lo que producía. Cuando estábamos muy ocupados y nos olvidábamos de regarlo, la producción se detenía.
Extrapolando ese principio, está claro que una vida espiritual fructífera no tiene ningún misterio. El árbol es como nuestra alma; y el agua, como la Palabra de Dios. El fruto son los resultados, los efectos patentes que tiene esa agua en nosotros. La cantidad de fruto que demos será directamente proporcional al volumen de agua que suministremos a nuestro árbol.
«El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (Gálatas 5:22,23). ¿Todas esas virtudes te parecen inalcanzables? Prueba a invertir un poco más de tiempo en el árbol de tu vida. Procura regarlo con más frecuencia y verás que empezará a producir esos estupendos frutos, que transformarán tu vida y el mundo que te rodea. Tal como sucede con el arbusto de la acerola, cuyas ramas se llenan de deliciosos frutos cuando uno lo riega, es imposible vivir cerca del corazón de Dios y no experimentar una transformación.
Salmos 119:25 Postrado estoy en el polvo; dame vida conforme a tu palabra.
Juan 6:63 El Espíritu da vida; la carne no vale para nada. Las palabras que les he hablado son espíritu y son vida.
Juan 5:26 Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha concedido al Hijo el tener vida en sí mismo.

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