Cuando mi marido tuvo que hacer un largo viaje de tres meses por asuntos de negocios, descubrí las dificultades que afrontan muchas familias monoparentales. Me costó una barbaridad adaptarme a las circunstancias, mantener la casa ordenada y cuidar de los niños por mi cuenta, además de cumplir con mi trabajo. Otros factores también me afectaron emocionalmente, con lo que se me hacía cada vez más cuesta arriba. De día en día la situación parecía empeorar. Aquello me tenía extenuada física y mentalmente. Entonces cayó la gota que hizo rebasar el vaso.
Tenía la cena casi lista y faltaban diez minutos para que los niños terminaran sus tareas. Había puesto mi ordenador portátil en la mesada de la cocina para escuchar música mientras preparaba la comida y decidí aprovechar esos diez minutos para revisar mi correo electrónico. Tomé la computadora y me dirigí a la sala; pero en mi frenesí olvidé desconectar el cable de la corriente. Apenas había avanzado unos pasos cuando la tirantez del cable me arrebató el portátil de las manos. Aún ahora puedo revivir la escena como en cámara lenta: el ordenador se cayó, se dio la vuelta, rebotó, y la pantalla se apagó.
Me quedé en estado de shock el resto de la noche. No lograba conciliar el sueño. Finalmente, cuando conseguí calmarme me puse a reflexionar sobre lo estresada —y por ende infeliz— que me sentía. Estoy convencida de que Dios quería ayudarme a salir del lío en que me había metido. Y lo hizo.
Como estaba destrozada, logró hacerme ver algunos aspectos de mi conducta que dejaban bastante que desear, por ejemplo mi actitud hacia mis hijos mayores y hacia algunos de mis compañeros de trabajo. En aquel rato de quietud y reflexión busqué y hallé el perdón de Dios y recobré la fe y la esperanza.
Luego recordé el estado en que había quedado mi computadora. Pero en lugar de la desesperación que había sentido al principio, tuve la corazonada de que el daño no era irremediable. «Si Dios puede componerme a mí —razoné—, sin duda hay esperanzas para mi portátil».
A la mañana siguiente lo prendí y se inició bien. Solo se iluminó una pequeña porción de la pantalla, pero el ordenador funcionaba. Apenas se había dañado la pantalla, que no era tan cara de sustituir.
Ahora, cada vez que abro el equipo y se enciende la pantalla recuerdo el amor y el perdón infalibles de Dios, la paz que nos ofrece, la transformación que obra en nosotros cuando le encomendamos nuestros problemas.
—
Proverbios 17:22 Gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos.
Salmos 69:16 Respóndeme, Señor, por tu bondad y tu amor; por tu gran compasión, vuélvete a mí.
Lamentaciones 3:49-51 Se inundarán en llanto mis ojos, sin cesar y sin consuelo, hasta que desde el cielo el Señor se digne mirarnos. Me duele en lo más profundo del alma ver sufrir a las mujeres de mi ciudad.
0 comentarios:
Publicar un comentario