martes, 25 de octubre de 2016

Relaja la mandíbula




Mientras preparaba el desayuno me puse a pensar en la jornada que me esperaba. Tenía que asistir a unas reuniones, terminar unos trabajos que tenía a medias, enviar mensajes, hacer llamadas y varias cosas más. Se me ocurrió que la siguiente vez que imprimiera mi lista de tareas pendientes debía hacerlo con una letra más chica para que cupiera en dos páginas. Me serví el café y salí disparada a prepararme.
Eché mano de una publicación que estaba leyendo y se abrió por un apartado titulado Consejos prácticos para reposar en Jesús.
Entre otras cosas decía: «Esfuérzate a lo largo del día por relajar la mandíbula, por no apretar los dientes, por no fruncir el ceño, por distender los hombros». No pude evitar soltar una carcajada al imaginármelo.
En un abrir y cerrar de ojos estaba otra vez acelerada. ¡Tenía tanto que hacer!
Mi primera tarea consistía en leer un relato de la Biblia y hacer unas actividades con Aisha, una niña de dos años, a fin de liberar un rato a su mamá, que es compañera mía.
Entretanto que le leía el relato de Daniel en el foso de los leones —uno de sus preferidos—, Aisha estuvo coloreando un dibujo. Le pintó a Daniel la cara verde y la ropa azul. Entonces me puse a pensar que tenía mucho que aprender de ella: la nena no parecía preocupada por todo el trabajo que tiene por delante ni por nada que le hubiera quedado pendiente del día anterior.
Procuré hacer un repaso de todo lo que hay de positivo en mi vida. Lo primero que me vino es que no tengo que inquietarme por que me vayan a echar a los leones.
Aisha, que estaba concentrada en su dibujo, levantó la mirada y  me sonrió. Aquello me recordó lo de relajar la mandíbula, y me hice el firme propósito de no dejar que la presión me afectara ese día. Decidí poner mi confianza en Jesús y reposar en Él, aunque no lograra nada más.
Dejé a Aisha en el jardín infantil e inicié mi verdadera jornada de trabajo. No paraban de llegarme cosas, pero por increíble que parezca, no me estresé. Al final del día caí rendida en la cama, lista para dormir. Pero me sentí contenta. No estaba preocupada por el trabajo que me esperaba a la mañana siguiente, ni tenía ganas de evadirme de todo, como me pasa muchas veces. Me sentía feliz, amada y en paz.
He resuelto que me gusta esta nueva forma de vida, en la que confío en el Señor y disfruto de mi trabajo y de todas las dificultades que conlleva. Como es natural, no siempre atino, pero estoy decidida a seguir progresando. Además, tengo mucho más relajada la mandíbula.
Filipenses 4:6 No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.
Proverbios 12:25 La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra.
Eclesiastés 11:10 Aleja de tu corazón el enojo, y echa fuera de tu ser la maldad, porque confiar en la juventud y en la flor de la vida es un absurdo.

domingo, 9 de octubre de 2016

Corre la Carrera



Dos horas, cinco minutos y diez segundos. Ese fue el tiempo con que el keniata Samuel Wanjiru ganó la maratón de Londres (42,195 km) de abril de 2009.
Trece días. Ese fue el tiempo que tardó en llegar a la meta el último de los 36.000 competidores, el mayor Phil Packer del ejército británico, que está parapléjico a raíz de una lesión en la columna vertebral. Con semejante demostración de perseverancia logró recaudar más de 600.000 libras (aproximadamente un millón de dólares) para obras de caridad.
Wanjiru hizo noticia por su velocidad. Packer cobró notoriedad no por su velocidad, sino por su valor y determinación. Un millar de personas se reunió para vitorear su llegada a la meta, porque tuvo la osadía de inscribirse en la carrera, y no sólo de inscribirse, sino de terminarla. Después de la lesión que sufrió el año anterior, el pronóstico había sido lapidario: nunca volvería a caminar. Es más, apenas si aprendió a desplazarse con muletas un mes antes de la maratón.
Si bien ambos hombres son respetados por sus logros, el triunfo de Packer tiene una singularidad. Nunca estuvo solo durante las extenuantes y dolorosas seis horas que tardaba en cubrir tres kilómetros cada día. Muchas personas —tanto amigos como desconocidos— lo acompañaron desde el inicio hasta el final del recorrido para expresarle sus buenos deseos y darle aliento. Entre los mensajes de felicitación enviados a su portal de Internet hasta hubo uno del príncipe Carlos.
El camino de la vida no es siempre fácil. A veces nos enfrentamos a lo que nos parecen obstáculos imposibles. Pero no transitamos solos por ese camino. Hay personas —nuestros familiares y amigos— que nos expresan sus buenos deseos y nos infunden aliento. También contamos con el apoyo de un Príncipe —aunque no de este mundo—: Jesús, el Príncipe de Paz, que nos promete Su ayuda para remontar las circunstancias adversas, persistir contra viento y marea y superar los obstáculos que se nos presenten. «Bástate Mi gracia —nos dice—; porque Mi poder se perfecciona en [tu] debilidad» (2 Corintios 12:9). Por tanto, «corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe»
2 Corintios 12:9 (NVI) pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad.» Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo.
Hebreos 12:1-2 (NVI) Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y *perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la *derecha del trono de Dios.
Mateo 28:20 (NVI) enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo.

¿Hay que merecer el amor?



Una persona no necesita ser perfecta para merecer nuestro amor. No necesita ser intachable ni de trato fácil. Menos mal, pues no creo que nadie sea así en todo momento, ya que nadie es perfecto. Dios no nos exige perfección, pero sí espera que nos tratemos unos a otros con amor y comprensión. «Toda la ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”» (Gálatas 5:14).
Es fácil que personas que conviven o trabajan en un mismo entorno se critiquen o piensen mal unas de otras. Eso naturalmente no ayuda en nada. Conduce a un círculo vicioso de enjuiciamiento, reproches y fiscalizaciones que socava la amistad y los nexos entre compañeros de trabajo.
Pero no tenemos por qué caer en eso. La alternativa es crear un círculo virtuoso de ser amables unos con otros en esos días malos que todos tenemos, de perdonarnos los errores, de compensar los puntos flacos de los demás con los fuertes de uno mismo, de procurar que salgan a la luz las buenas cualidades de los otros. El amor engendra amor y anima a los demás a dar lo mejor de sí. Nos hace a todos felices, y además Dios lo bendice.
En vez de medir lo generosos que son los demás con nosotros o tratar de evaluar cuánto se merecen nuestro amor y sacrificios, conviene pedir a Dios que nos infunda más amor. Su amor es incondicional, tan fuerte y tan puro que soporta nuestras faltas y embarradas, que son muchas por el simple hecho de que somos humanos. Debemos pedirle un amor que no dependa de si congeniamos o no con una persona; un amor que aprecie a todos por lo que son; un amor que se manifieste aun cuando la otra persona sea impuntual, egoísta, maleducada, desarreglada, desorganizada o se equivoque de plano.
La falta de amor puede tener muchas causas. Una actitud criticona es una de ellas. Otra es el egocentrismo: cuando nos obsesionamos con nuestras propias necesidades y deseos no logramos ver las necesidades ajenas. Otra es el egoísmo, pensar que dedicar tiempo y atención a los demás nos costará demasiado o no nos traerá los beneficios esperados. Otro factor que deriva en falta de amor es el excesivo atareamiento: nos concentramos tanto en alcanzar nuestros objetivos que no nos damos cuenta del efecto que eso tiene en los demás. El estrés también nos impide amar, pues en el momento nada nos parece más importante que la presión que sentimos. El orgullo es otra de las causas, ya que expresar amor por medio de palabras y hechos concretos requiere humildad, mientras que el orgullo nos dice que debemos esperar a que la otra persona dé el primer paso. Los resentimientos y los agravios no perdonados también pueden incapacitarnos durante mucho tiempo para manifestar amor.
Es posible que esas personas a las que tanto nos cuesta amar sean bastante conflictivas. A lo mejor no se conducen como es debido. Tal vez tienen muchísimos defectos.
Uno siempre puede echar mano de alguna excusa para no amar a una persona. Si solo estamos dispuestos a amar cuando nos resulta fácil, las justificaciones para no hacerlo estarán siempre a la orden del día. Sin embargo, si nos ponemos en el lugar de los demás, nos daremos cuenta de la diferencia que hace un poco de cariño. Se hace evidente entonces que todas esas excusas carecen de validez.
El apóstol Pablo escribió que sin amor la vida no tiene mayor valor ni sentido. De nuestros talentos y éxitos, y aun de nuestros sacrificios, afirmó: «Sin amor, nada son» (1 Corintios 13:1-3).
Amar incondicionalmente y sin hacer acepción de personas no es una cualidad innata. Es algo sobrenatural, celestial. Pero eso no significa que esté fuera de nuestro alcance. «Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces» (Santiago 1:17). «Pedid [a Dios], y se os dará» (Mateo 7:7). Aunque es un don, uno no lo domina de un día para otro. Lo que vale cuesta. Tal como sucede cuando se pretende sustituir un mal hábito por uno bueno, aprender a amar como lo hace Dios toma tiempo, reflexión, oración y esfuerzo. Si queremos crecer en amor es preciso que nos hagamos tiempo para ello.
Si te parece que algo de esto se te aplica, haz una pausa y revalúa tu situación. Examina tu vida y tus metas y reserva más tiempo para el amor. Dedica más tiempo a tus seres queridos. Busca tiempo para cultivar la amistad, y no solo con las personas con las que ya tienes una relación estrecha o con las que te llevas bien por naturaleza. Hazte tiempo para manifestar amor con abnegación, y sobre todo tómate tiempo para disfrutar de una comunión íntima con Jesús, al que la Biblia llama «la imagen misma del Dios invisible» (Hebreos 1:3; Colosenses 1:15), para que Él te llene y te transforme con Su amor, y para expresarle tu agradecimiento.
Dios quiere darnos el amor que necesitamos para sentirnos satisfechos y felices. Quiere valerse de nosotros para manifestar amor a otras personas. Desea aumentar nuestra capacidad de amar mucho más de lo que creemos posible.
El amor es un milagro. Pide a Dios ese milagro. Pídele que te vuelva más como Él es, y luego actúa como si tuvieras todo el amor que te hace falta para decidir con acierto, generosidad, amor y humildad, aunque te cueste. Dios no te defraudará. Llenará tu corazón hasta rebosar.
Gálatas 5:14 (NVI) En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: Ama a tu prójimo como a ti mismo.
1. Corintios 13:1-3 (NVI) Si hablo en *lenguas *humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los *misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso.
Santiago 1:17 (NVI) Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes, y que no cambia como los astros ni se mueve como las sombras.

Vivir bien con menos



Muchas son las ventajas de aprender a vivir con arreglo a la premisa de que menos es más. La vida moderna y los hábitos que forja nos impiden de algún modo ver esos beneficios. Parte del problema radica en que vivimos tan ocupados que rara vez nos tomamos el tiempo para considerar detenidamente lo que hacemos. Nos dejamos llevar por la corriente, nos movemos por inercia; sin embargo, el ritmo que llevamos ocasiona muchas veces una merma de valiosos recursos, salud y felicidad. He aquí unos consejos para cambiar de ritmo.
Autopropulsión. Muchas personas están tan acostumbradas a subirse al auto para ir a cualquier parte que no se dan cuenta de lo entretenido, ecológico y saludable que es caminar unas cuadras hasta el gimnasio —lo cual además puede servir de precalentamiento, con lo que se ahorra tiempo— o hasta cualquier otro sitio al que sea factible llegar a pie. También se puede salir en bicicleta. Además de hacer ejercicio y respirar aire fresco, puedes reducir de manera importante tu huella de carbono, disfrutar del recorrido y ahorrar dinero. Además el ejercicio es un saludable estimulante natural que aumenta nuestro nivel de energía. Otras opciones relativamente económicas y ecológicas son usar los medios de transporte público o trasladarse al lugar de trabajo en el mismo vehículo que otros compañeros.
Productos naturales. Beber bastante agua y comer abundantes frutas y verduras —incluidas las de estación, que suelen contener muchos nutrientes y, sin embargo, no son costosas— aumenta nuestra resistencia y por ende reduce los gastos médicos.
Las frutas y verduras del país en muchos casos tienen tanto valor nutritivo como los costosos suplementos del extranjero como la espirulina o las cápsulas de aceite de Shaji. Según lo que se consiga a precios asequibles en la zona en que resides, bien podría ser que algunos de los mejores productos cosméticos y de salud sean de los menos costosos; hasta puede que ya los tengas en la cocina.
Refregarse el cuerpo con jabón, sal y una esponja de luffa puede tener el mismo efecto suavizante que un producto cosmético caro a base de ingredientes exóticos. Un puré de papaya puede hacer las veces de exfoliador y es mucho más barato que un tratamiento con ácido glicólico. (Eso sí, no te lo dejes por más de 10 minutos.) El aceite de oliva es estupendo para dar brillo a los labios y es inocuo si se ingiere sin querer o se besa a alguien. De todas maneras, antes de probar cualquier suplemento dietético o producto cosmético elaborado en casa conviene averiguar cuáles son sus beneficios y posibles efectos adversos. Normalmente se aconseja proceder con moderación.
Quizá no tengas mucho tiempo para preparar tus propias lociones y pócimas. Sin embargo, es posible —y de hecho bastante sencillo— comer sano y vivir bien aun con un presupuesto limitado. Si cultivas buenos hábitos, puedes darte algún lujo de cuando en cuando, como un tratamiento para los pies o una comida especial.
Recicla. Busca en tu armario un atuendo nuevo entre la ropa que no has usado desde hace un tiempo. Esas prendas, con unos arreglos o combinándolas con algo nuevo, pueden lucir estupendas. Otra opción es organizar una reunión con tus amigos y amigas para intercambiar ropa y artículos que tengan poco uso, antes de donar lo demás a obras de caridad. Arregla los artículos desgastados o reparables, o dáselos a alguien que sepa hacerlo. En la medida de lo posible, evita la acumulación de papel y los desechos que eso genera. Es preferible guardar archivos computacionales y comunicarse por correo electrónico.
Hazlo tú mismo. Aprende a hacer tú mismo algunas de las tareas que hasta ahora pagabas a otros para que te las hicieran. Te ahorrarás dinero, adquirirás más habilidades y hasta puede que te aficiones a algo nuevo.
Guíate por tus principios. La obsesión por no ser menos que los demás resulta costosa en muchos sentidos. Jesús enseñó que «la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15). También nos indicó la formula para obtener la bendición de Dios, ser felices y sentirnos realizados: «Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas —las que de veras sean necesarias— os serán añadidas» (Mateo 6:33).
Vivir en régimen cooperativo. Vivir o realizar actividades en cooperación con familiares o amigos de ideas afines es más eficiente en términos de costos y trabajo que llevar una vida muy independiente. Además, genera un sentido de comunidad y constituye un paso más para aprender a amar al prójimo como a nosotros mismos, que precisamente es otra de las claves para obtener la bendición divina y disfrutar de auténtica felicidad. Dios es un guía y un instructor fenomenal, el mejor coach de vida. Cuando seguimos Sus preceptos espirituales descubrimos que en realidad puede resultar más fácil y más entretenido vivir con menos.
1 Corintios 6:12 (NVI) Todo me está permitido», pero no todo es para mi bien. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine.
Romanos 5:8 (NVI) Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
Hechos 4:12 (NVI) De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos.

El efecto de la perspectiva


Pregunta: Sé que los problemas son parte de la vida, pero me da la impresión de que los míos se suceden incesantemente, y nunca logro darme un respiro. ¿Cómo puedo sobreponerme a ellos y evitar que me abrumen?
Respuesta: Una sensación parecida debía de tener el rey David cuando exclamó: «¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría» (Salmo 55:6). Ese deseo de desembarazarnos de nuestras dificultades y preocupaciones y sentirnos libres es algo que nos embarga a todos en un momento u otro.
Lamentablemente, no existe ninguna panacea ni fórmula mágica de fácil aplicación que haga desaparecer los problemas. Pero sí podemos aprender a contener el efecto que los inconvenientes y contrariedades —tanto reales como imaginarios— tienen en nosotros.
Una receta infalible para fortalecer nuestro espíritu es adoptar una actitud de alabanza y gratitud a Dios, aun cuando estemos pasando por una época turbulenta. Por muy mal que marchen las cosas o por imposible que se vea la situación, si uno hace un esfuerzo siempre encuentra algo por lo que puede sentirse agradecido; por ejemplo, el hecho de que Dios está presto a ayudarnos y demostrar que es «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Salmo 46:1).
Esa actitud positiva y de alabanza aligera nuestras cargas y nos ayuda a sobrellevarlas. Nos levanta la moral y renueva nuestra esperanza. Nos da alas para remontar las situaciones de apuro y la incertidumbre, los miedos y la inquietud que provocan. Eleva nuestro espíritu por encima del plano terrenal y lo transporta a las alturas celestes. Aunque no necesariamente elimine los contratiempos, nos ofrece una mejor perspectiva de los mismos, un enfoque celestial, y nos infunde fe en que todo tendrá el desenlace positivo que Dios ha prometido a quienes lo aman.
Salmos 55:6 (NVI) ¡Cómo quisiera tener las alas de una paloma y volar hasta encontrar reposo!
Salmos 46:1 (NVI) Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia.
Romanos 8:28 (NVI) Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.

Cambio de mentalidad



A veces, por falta de fe, ponemos límites a lo que Dios puede obrar en nuestra vida. Miramos mucho las cosas desde nuestra propia óptica en lugar de verlas desde la óptica del Señor. Nuestra mirada se queda empantanada en el plano terrenal. Cuando nos encontramos en esa situación, es hora de cambiar de mentalidad.
Mentalidad se define así: Ideología o modo de pensar que determina el comportamiento y los puntos de vista de una persona. En otras palabras, el enfoque que tenemos de la realidad, las actitudes que asumimos, nuestros pensamientos y creencias, todo eso incide en nuestro proceder.
Un factor importante para avanzar es desprendernos de toda mentalidad que nos frene, adoptar perspectivas y enfoques nuevos y positivos que influyan favorablemente en nuestro comportamiento. Dando por descontado que todos tenemos actitudes erróneas, necesitamos descubrir cuáles son y luchar para transformarlas en actitudes positivas.
Recordemos la anécdota de los dos vendedores de zapatos que fueron destinados al África. El primero escribió a la casa matriz: «Aquí nadie usa zapatos», y presentó su renuncia. El segundo, fascinado con el potencial de ventas, escribió: «¡Aquí todos necesitan zapatos!»
La mentalidad del primero, su actitud negativa, lo llevó a renunciar. Su modo de abordar la situación, su mentalidad, determinó su conducta, que en ese caso consistió en desesperarse, darse por vencido y presentar su renuncia. Ahora comparemos esa reacción con la del otro vendedor, que abordó positivamente el escenario con que se encontró: «¡Todos necesitan zapatos!» ¡Vaya diferencia! Su estado positivo de ánimo le inspiró fe. Una situación que para uno era imposible, para el otro presentaba infinitas posibilidades. A todas luces, la mentalidad que adoptamos afecta nuestro punto de vista y, lo que es más importante, nuestro comportamiento.
Es aconsejable que nos despojemos de toda mentalidad negativa que nos impida avanzar y que adoptemos una nueva mentalidad, una mentalidad positiva que modifique nuestro comportamiento y nuestro desempeño para mejor. Para sacarle el máximo partido a la vida y a la vez contribuir lo más posible a la sociedad debemos fijar nuestra atención en el poder de Dios, que es ilimitado y que Él ha puesto a nuestra disposición. Al hacer eso, descubrimos las posibilidades en vez de quedarnos trabados en los impedimentos. Una mentalidad positiva nos lleva a echar p’ alante con fe; y con fe todo es possible.
Romanos 12:1-2 (NVI) Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, *santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta.
Santiago 1:5 (NVI) Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie.
1 Juan 1:9 (NVI) Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad.

Posesiones materiales



Siempre me ha molestado el materialismo. Yo diría que algunos tienen demasiadas cosas, hasta el punto de que no les cabe nada más en el trastero o el armario y arriendan un local donde guardar lo que les sobra.
Hace poco me cambié de casa y tuve que decidir qué hacer con tantos trastos como había acumulado desde la última mudanza. ¡Qué barbaridad! Me di cuenta de que me había convertido en uno de tantos coleccionistas de cachivaches.
Creo que en gran parte se debe al consumismo que impera hoy en día. Cada vez que uno ve la televisión, escucha la radio o lee una revista sufre un bombardeo de anuncios de lo último o lo más fabuloso que hay que adquirir para no quedarse atrás. Esa publicidad nos afecta. Hablemos, por ejemplo, de artefactos electrónicos. Tan pronto sale a la venta un televisor, un computador portátil o un teléfono móvil extraplano, todos lo quieren. Sus predecesores más voluminosos, aunque estén en perfectas condiciones, terminan entonces en el cuarto de los trastos o en un armario.
La mentalidad materialista tiene otras desventajas. Por un lado, cuando se tienen demasiadas posesiones es fácil dejar de apreciar debidamente su valor.
Jesús nos hizo tomar conciencia de la relatividad de las cosas materiales cuando dijo: «Guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15).
Por otra parte, mientras algunos tienen un exceso de bienes materiales, otros carecen hasta de lo más elemental. Cosa lamentable.
Si observas en ti síntomas de acumulitis, como me pasó a mí, no te preocupes. Tiene cura, por lo menos a nivel individual. Haz un duro análisis de tus pertenencias y determina qué utilizas y qué necesitas de verdad. El resto se puede donar a obras benéficas o regalar a un vecino o amigo que lo necesite. Jesús le dijo al joven rico: «Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el Cielo» (Lucas 18:22).
Quedarás complacido con los resultados. De repente tu casa te parecerá más espaciosa, todo estará más organizado, y tu vida se simplificará.
Ten presentes estas palabras de Jesús: «Más bienaventurado es dar que recibir» (Hechos 20:35). Regalando generosamente lo que nos sobra acumulamos bendiciones de Dios, tanto en esta vida como de cara a la eternidad.
Lucas 12:15 (NVI) »¡Tengan cuidado! —advirtió a la gente—. Absténganse de toda avaricia; la vida de una persona no depende de la abundancia de sus bienes.
Lucas 18:22 (NVI) Al oír esto, Jesús añadió: —Todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
Hechos 20:35 (NVI) Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: “Hay más *dicha en dar que en recibir.”

lunes, 3 de octubre de 2016

Refugio de meditación




En cierta ocasión visité un monasterio que se construyó sobre las ruinas de una antigua fortaleza romana, emplazada sobre un elevado peñasco del desierto sirio. Tan empinados eran los últimos 300 peldaños de acceso que en ese trecho había que subir las provisiones mediante un sistema de cables y poleas. Al llegar a la cumbre, tres arcadas de piedra nos dieron a entender a mí y a los peregrinos que me acompañaban que nos estábamos aproximando a un santuario.
Finalmente tuvimos que meternos con esfuerzo a través de una pequeña abertura practicada en la roca, que no debía de tener más de sesenta centímetros de lado. Me recordó una frase de Jesús: «Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios» (Marcos 10:25). Una interpretación tradicional de ese pasaje es que Jesús se refería a una puerta muy pequeña que había en el muro de Jerusalén, denominada el Ojo de Aguja. Para que un camello se introdujera por ella era preciso descargar todos los bártulos que llevara y luego empujarlo, tirar de él e inducirlo a entrar como fuera. Para meterme por aquel hueco, yo tuve que quitarme la mochila, y aun así no me resultó fácil.
Justo en ese momento pasó un avión a gran altura; solo se podía reconocer como tal por la estela de vapor que dejaba tras sí en el cielo azul. Aquello fue un recordatorio silencioso pero elocuente de lo alejados que estábamos del mundanal ruido y ajetreo.
Sin embargo, no se trata de un monasterio de clausura, sino de un lugar de retiro para quienes quieren apartarse del mundo por un tiempo a fin de renovarse espiritualmente, ordenar sus pensamientos y así poder aportar más en sus respectivas profesiones o actividades una vez que regresan. Un fraile que vivía allí acababa de regresar del Foro Económico Mundial, al que había asistido en calidad de líder espiritual.
El monasterio acoge a cualquiera que busque solaz espiritual. En el grupo que me acompañaba había unas 30 personas de diversas confesiones y tal vez de una docena de nacionalidades. El alojamiento y la comida son gratuitos. Solo se le pide al visitante que dé una mano con los quehaceres y respete los ratos de meditación de los demás.
Una vez dentro nos sirvieron una taza de té y nos invitaron a sentarnos a charlar y disfrutar de la vista. A medida que nos fuimos conociendo, pese a nuestra diversidad cultural, se generó un sentido de hermandad entre todos.
En la mesa me puse a conversar con uno de los voluntarios del monasterio, que era francés. Tendría entre veinte y veinticinco años. Me intrigó por qué motivo una persona como él se habría ido a vivir a aquel sitio tan apartado de la civilización.
—Llevo dos años aquí —me dijo con su encantador acento—. Antes era jefe de contadores de una destacada firma francesa y gozaba de todos los beneficios de un puesto muy bien remunerado.
—¿Qué fue lo que te llevó a renunciar a todo eso? —le pregunté.
—Me sentía insatisfecho. Un día estaba sentado en una capilla y tuve una visión que me hizo comprender que tenía las prioridades trastocadas y que debía vivir para servir a los demás. Por eso estoy aquí.
Un viajero alemán se incorporó a la conversación, y enseguida nos pusimos a hablar de los males que aquejan al mundo y de nuestras experiencias. Luego intercambiamos ideas sobre cómo podían resolverse. Pasaron horas.
Aquella noche nos invitaron a asistir a una misa bajo los fragmentos de una pintura del Cielo y el infierno, de santos y pecadores; después hubo unas viandas sencillas y un rato de meditación a solas.
Al día siguiente, mientras regresábamos al valle, me fijé en los cerros circundantes, que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El paisaje me resultó mucho más sugestivo que el día anterior, cuando me dirigía al monasterio aún obsesionado con andar, descubrir, llegar.
Me imaginé cómo sería si corriera agua por los lechos secos de los ríos y cayera por los precipicios formando magníficas cascadas. Si las lluvias regaran aquellos parajes sería espectacular. No había llovido en cuatro años.
El terreno parecía carente de toda vida; pero al examinarlo más de cerca se alcanzaban a ver toda suerte de formas de vida en aquellas escarpadas laderas: líquenes, exquisitas florecitas silvestres y un esporádico morador del desierto, todos luchando por sobrevivir. A veces nuestra vida también presenta un aspecto árido y estéril como aquellos montes. Superficialmente no parece que pase gran cosa. No obstante, Dios está obrando.
Una vez terminado el descenso, me propuse tomarme unos minutos cada día para hacer de mi corazón un templo. Me di cuenta de que el arte de la meditación no tiene mucho que ver con el lugar físico en que uno se encuentre. Lo importante es la paz interior que se obtiene en comunión con el Creador, independientemente del entorno.
Gálatas 6:6-7 (NVI) El que recibe instrucción en la palabra de Dios, comparta todo lo bueno con quien le enseña. No se engañen: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra.
1 Corintios 10:13 (NVI) Ustedes no han sufrido ninguna *tentación que no sea común al género *humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que puedan aguantar. Más bien, cuando llegue la tentación, él les dará también una salida a fin de que puedan resistir.
Romanos 8:28 (NVI) Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito.

domingo, 2 de octubre de 2016

Bem-aventurado



"Bem-aventurado o que espera..." Daniel 12:12a

Pensamento: Abraão foi provado por longo tempo, mas foi abundantemente recompensado. O Senhor o provou através de uma demora em cumprir a promessa. Satanás o provou pela tentação, Sara o provou por sua impertinência; os homens o provaram pelo ciúme, desconfiança e oposição. Ele, porém, suportou tudo pacientemente. Não discutiu a veracidade da promessa, não limitou o poder de Deus, não duvidou da sua fidelidade, nem magoou o seu amor. Antes, curvou-se à soberania de Deus, submetendo-se à sua infinita sabedoria e ficou em silêncio, apesar das demoras, esperando a ocasião determinada pelo Senhor. E assim, tendo esperado com paciência, alcançou a promessa. As promessas de Deus não podem deixar de ser cumpridas. Os que pacientemente esperam não serão decepcionados. A expectação da fé será recompensada. Ei, psiu! A conduta de Abraão condena um espírito apressado, reprova a murmuração, recomenda o espírito paciente e encoraja uma quieta submissão á vontade e aos caminhos de Deus. Lembre-se de que Abraão foi provado, de que ele esperou pacientemente; recebeu a promessa e foi satisfeito. Imite seu exemplo, e receberá a mesma bênção. Texto: Livro "Manaciais no Deserto"

Oração: Deus, sei que o Seu tempo não é o meu. Embora às vezes murmere me indago "Quando será minha vez?" Sei também que as dúvidas e as incertezas tentam me afastar de Ti, mas eu, sei em quem tenho crido. Tu és Deus de milagres, és o Deus do impossível e TODAS as suas promessas se cumprirão. Ainda que eu não veja nada, o Senhor está pintando o arco-iris, e por isso te peço Senhor, me ensine a descansar e a confiar em Ti. Que eu creia que toda promessa passa pelo teste do tempo. E eu estou sendo moldada, cuidada e, principalmente, preparada. Eu te louvo oh Deus por todas as lutas, porque sei que a vitória é certa. Eu permito oh Deus, que o Senhor seja Deus em minha vida! Permito que tudo se realize no tempo que Você tem para mim! Eu sou especial sim, e a minha hora vai chegar! Conceda-me um dia cheio da unção do Espírito Santo. Amém. Texto: Lidiane Oliveira

El juego bonito



11 de junio de 2010: Inauguración del decimonoveno Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica. Generalmente considerado, junto con las olimpíadas, uno de los acontecimientos deportivos más importantes del mundo. esta es la primera vez que se realiza en el continente africano. Cientos de afortunados aficionados podrán presenciar los partidos en los estadios construidos o remodelados con ese fin, y se espera que miles de millones más sigan a sus equipos por TV, radio e Internet durante el mes que durará la competencia. Se trata de una celebración mundial de lo que Pelé —tres veces ganador del certamen— denominó o jogo bonito.
Aunque muchos disfrutamos pateando una pelota con nuestros amigos, hay un mundo de diferencia entre eso y jugar fútbol profesional. ¿Qué se les exigió a esos hombres para llegar al Campeonato Mundial de Sudáfrica? Sin duda, un talento y unas aptitudes físicas extraordinarias; así y todo, eso no bastó para garantizar su presencia en la cita. A ningún jugador se lo elige para representar a su país en el Mundial sin que se haya esforzado mucho para merecerlo. Cada uno de ellos ha soportado años de incesantes y rigurosos entrenamientos, ha sufrido lesiones y dolores y ha tenido que superar otros obstáculos para ganarse un puesto en la selección de su país y contender por el máximo galardón: el Campeonato del Mundo. Quienes llegan a las instancias finales han alcanzado la cima de un deporte muy competitivo de enorme popularidad. Independientemente de que ganen o pierdan, haber llegado hasta allí ya es un gran triunfo.
La mayoría no somos deportistas de talla mundial; pero eso no nos impide poner en práctica los principios que han llevado al éxito a estos jugadores. Así lo recomiendan muchos gurús y libros de autoayuda. Y no son los primeros en hacerlo. Aun el apóstol Pablo se refirió a ello. Comparando la vida cristiana con los logros atléticos escribió: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que disciplino mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre» (1 Corintios 9:24-27). Pablo era coherente con lo que predicaba. Por eso, ya en las postrimerías de su vida pudo afirmar: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia» (2 Timoteo 4:7,8).
Quizá nadie ejemplifica mejor esa mezcla de talento y tenacidad que distingue a los mejores deportistas del mundo que el propio Pelé. Edson Arantes se crió en la pobreza en Três Corações, Minas Gerais, Brasil. De pequeño aportaba a la economía de su familia lustrando zapatos y cultivaba su don empleando como balón un calcetín relleno con papel de diario. Considerado uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, fue el jugador predominante durante dos décadas y fue elegido el mejor atleta del siglo XX por el Comité Olímpico Internacional, aunque nunca participó en una olimpíada.
Quisiera hacer una última reflexión antes de ir a revisar los resultados de los últimos partidos: Si bien es natural apoyar a nuestro equipo, debemos reconocer el esfuerzo de todos los jugadores, sean del país que sean. En este tipo de competencia huelga decir que hay muchos más perdedores que ganadores. Después de la fase inicial, 16 equipos deben hacer sus maletas, y en cada etapa subsiguiente la mitad va quedando eliminada hasta que un equipo se corona campeón. Lógicamente, los jugadores que no ganan sufren una decepción, pero pueden enorgullecerse de lo lejos que llegaron y de todo lo que lograron.
En la vida cada uno de nosotros tiene oportunidad de hacer lo mismo. Durante la entrega de galardones en el Cielo, Jesús no dirá a Sus seguidores: «¡Estupendo, ganaste a los demás competidores!», sino: «Bien, buen siervo y fiel» (Mateo 25:21). Nos elogiará por haber hecho lo que correspondía, por jugar con entereza y dedicación, por sacar el máximo provecho de los dones que nos concedió, por desempeñar bien las tareas que nos encomendó y por amar a quienes Él dispuso que se cruzaran en nuestro camino. Ese, creo yo, es el juego bonito por excelencia.
Hebreos 12:2 (NVI) Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y *perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la *derecha del trono de Dios.
2 Timoteo 4:7-8 (NVI) He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida.
Hebreos 12:3 (NVI) Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo.

¿Por qué cualidad queremos que se nos recuerde?




Pocos acontecimientos captan la atención de gente de todas las latitudes como el Campeonato Mundial de Fútbol cada cuatro años. La final de 2006 atrajo una audiencia televisiva de 715 millones, y la totalidad del campeonato, incluidas las rondas de clasificación y las eliminatorias, unos 26.000 millones. Es como decir que cada habitante del planeta vio 4 transmisiones en promedio. Cuando los resultados de la máxima cita del deporte rey llenan las primeras planas, ni los más desinteresados logran sustraerse de la pasión generada.
Para nosotros los espectadores, según el grado de afición que sintamos por el fútbol y el desempeño que tenga el equipo de nuestros amores en las etapas clasificatorias, la expectación puede extenderse por uno y hasta dos años; la final, por un par de horas; y la celebración, por varios días. Luego retornamos a la normalidad. En cambio, para los jugadores, entrenadores y otras personas que participan al más alto nivel, el Campeonato Mundial es una instancia definitoria, la culminación de años de sueños, planes, sacrificios y mucho esfuerzo.
Pero tampoco es el non plus ultra o el único objeto de su existencia. Quizá lo percibían así mientras estaban enteramente consagrados a clasificarse al Mundial y hacer un buen papel en él. Pero en realidad no es sino un hito, un nuevo punto de partida. Después comienzan las verdaderas pruebas. ¿Cómo sobrellevarán los perdedores la derrota? ¿Se darán por vencidos o redoblarán esfuerzos con miras a campeonar la próxima vez? ¿Qué oportunidades se les presentarán a los ganadores y cómo reaccionarán ante el éxito? ¿Lo aprovecharán para engrosar sus fortunas futbolísticas, para asegurar su futuro cuando se retiren o para apoyar causas que consideren nobles? En los meses y años venideros conoceremos la verdadera valía de esas grandes figuras.
Nosotros no somos ajenos a todo eso: el cuento se nos aplica también. Puede que no seamos futbolistas que acaparan la atención del mundo por sus logros deportivos —grandes como Maradona, Pelé, Di Stéfano y Cruyff—; sin embargo, cada día constituye una nueva oportunidad de examinar quiénes somos y decidir por qué cualidad queremos que se nos conozca y se nos recuerde. Cada día puede ser una instancia definitoria si nos lo proponemos. De nosotros depende.
1 Timoteo 6:12 (NVI) Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos.
1 Corintios 16:13 (NVI) Manténganse alerta; permanezcan firmes en la fe; sean valientes y fuertes.
Hebreos 11:1 (NVI) Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.

sábado, 1 de octubre de 2016

Não digas, pois, no teu coração



"Não digas, pois, no teu coração: a minha força e o poder do meu braço me adquiriram estas riquezas. Antes, te lembrarás do Senhor, teu Deus, porque ele que te dá força para adquirires riquezas" Deuteronômio 8:17-18

Pensamento: Quanto sabedoria há nesse versiculo, pois ele não somente nos traz uma recomendação muito importante que é dar honras e glórias a Deus, como também nos ensina que o Senhor é quem nos sustenta com vida, pois se Ele assim não quizesse não teríamos nem sequer vindo ao mundo. Só mesmo pessoas arrogantes e soberbas, tomadas pelo orgulho, para não reconhecer que o fruto do seu trabalho é resultado da graça de Deus. Vamos agradecer mais ao Senhor, pois ele nos dá em justa medida e vamos começar a ser mais generosos com aqueles que necessitam.

Oração: Pai querido, obrigado mesmo por tudo que o Senhor colocou nas minhas mãos, entendo que sou apenas um administrador pois tudo te pertence, e deve ser usado conforme sua vontade. Livra-me da ganância sem limites, que faz com que eu coloque meu coração nas coisas deste mundo. Não permita que eu coloque o Senhor em segundo plano, pois quero sempre te adorar, louvar, dar glórias ao Senhor e testemunhar como o Senhor é bom.


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