Mientras preparaba el desayuno me puse a pensar en la jornada que me esperaba. Tenía que asistir a unas reuniones, terminar unos trabajos que tenía a medias, enviar mensajes, hacer llamadas y varias cosas más. Se me ocurrió que la siguiente vez que imprimiera mi lista de tareas pendientes debía hacerlo con una letra más chica para que cupiera en dos páginas. Me serví el café y salí disparada a prepararme.
Eché mano de una publicación que estaba leyendo y se abrió por un apartado titulado Consejos prácticos para reposar en Jesús.
Entre otras cosas decía: «Esfuérzate a lo largo del día por relajar la mandíbula, por no apretar los dientes, por no fruncir el ceño, por distender los hombros». No pude evitar soltar una carcajada al imaginármelo.
En un abrir y cerrar de ojos estaba otra vez acelerada. ¡Tenía tanto que hacer!
Mi primera tarea consistía en leer un relato de la Biblia y hacer unas actividades con Aisha, una niña de dos años, a fin de liberar un rato a su mamá, que es compañera mía.
Entretanto que le leía el relato de Daniel en el foso de los leones —uno de sus preferidos—, Aisha estuvo coloreando un dibujo. Le pintó a Daniel la cara verde y la ropa azul. Entonces me puse a pensar que tenía mucho que aprender de ella: la nena no parecía preocupada por todo el trabajo que tiene por delante ni por nada que le hubiera quedado pendiente del día anterior.
Procuré hacer un repaso de todo lo que hay de positivo en mi vida. Lo primero que me vino es que no tengo que inquietarme por que me vayan a echar a los leones.
Aisha, que estaba concentrada en su dibujo, levantó la mirada y me sonrió. Aquello me recordó lo de relajar la mandíbula, y me hice el firme propósito de no dejar que la presión me afectara ese día. Decidí poner mi confianza en Jesús y reposar en Él, aunque no lograra nada más.
Dejé a Aisha en el jardín infantil e inicié mi verdadera jornada de trabajo. No paraban de llegarme cosas, pero por increíble que parezca, no me estresé. Al final del día caí rendida en la cama, lista para dormir. Pero me sentí contenta. No estaba preocupada por el trabajo que me esperaba a la mañana siguiente, ni tenía ganas de evadirme de todo, como me pasa muchas veces. Me sentía feliz, amada y en paz.
He resuelto que me gusta esta nueva forma de vida, en la que confío en el Señor y disfruto de mi trabajo y de todas las dificultades que conlleva. Como es natural, no siempre atino, pero estoy decidida a seguir progresando. Además, tengo mucho más relajada la mandíbula.
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Filipenses 4:6 No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.
Proverbios 12:25 La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra.
Eclesiastés 11:10 Aleja de tu corazón el enojo, y echa fuera de tu ser la maldad, porque confiar en la juventud y en la flor de la vida es un absurdo.