11 de junio de 2010: Inauguración del decimonoveno Campeonato Mundial de Fútbol en Sudáfrica. Generalmente considerado, junto con las olimpíadas, uno de los acontecimientos deportivos más importantes del mundo. esta es la primera vez que se realiza en el continente africano. Cientos de afortunados aficionados podrán presenciar los partidos en los estadios construidos o remodelados con ese fin, y se espera que miles de millones más sigan a sus equipos por TV, radio e Internet durante el mes que durará la competencia. Se trata de una celebración mundial de lo que Pelé —tres veces ganador del certamen— denominó o jogo bonito.
Aunque muchos disfrutamos pateando una pelota con nuestros amigos, hay un mundo de diferencia entre eso y jugar fútbol profesional. ¿Qué se les exigió a esos hombres para llegar al Campeonato Mundial de Sudáfrica? Sin duda, un talento y unas aptitudes físicas extraordinarias; así y todo, eso no bastó para garantizar su presencia en la cita. A ningún jugador se lo elige para representar a su país en el Mundial sin que se haya esforzado mucho para merecerlo. Cada uno de ellos ha soportado años de incesantes y rigurosos entrenamientos, ha sufrido lesiones y dolores y ha tenido que superar otros obstáculos para ganarse un puesto en la selección de su país y contender por el máximo galardón: el Campeonato del Mundo. Quienes llegan a las instancias finales han alcanzado la cima de un deporte muy competitivo de enorme popularidad. Independientemente de que ganen o pierdan, haber llegado hasta allí ya es un gran triunfo.
La mayoría no somos deportistas de talla mundial; pero eso no nos impide poner en práctica los principios que han llevado al éxito a estos jugadores. Así lo recomiendan muchos gurús y libros de autoayuda. Y no son los primeros en hacerlo. Aun el apóstol Pablo se refirió a ello. Comparando la vida cristiana con los logros atléticos escribió: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que disciplino mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre» (1 Corintios 9:24-27). Pablo era coherente con lo que predicaba. Por eso, ya en las postrimerías de su vida pudo afirmar: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia» (2 Timoteo 4:7,8).
Quizá nadie ejemplifica mejor esa mezcla de talento y tenacidad que distingue a los mejores deportistas del mundo que el propio Pelé. Edson Arantes se crió en la pobreza en Três Corações, Minas Gerais, Brasil. De pequeño aportaba a la economía de su familia lustrando zapatos y cultivaba su don empleando como balón un calcetín relleno con papel de diario. Considerado uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, fue el jugador predominante durante dos décadas y fue elegido el mejor atleta del siglo XX por el Comité Olímpico Internacional, aunque nunca participó en una olimpíada.
Quisiera hacer una última reflexión antes de ir a revisar los resultados de los últimos partidos: Si bien es natural apoyar a nuestro equipo, debemos reconocer el esfuerzo de todos los jugadores, sean del país que sean. En este tipo de competencia huelga decir que hay muchos más perdedores que ganadores. Después de la fase inicial, 16 equipos deben hacer sus maletas, y en cada etapa subsiguiente la mitad va quedando eliminada hasta que un equipo se corona campeón. Lógicamente, los jugadores que no ganan sufren una decepción, pero pueden enorgullecerse de lo lejos que llegaron y de todo lo que lograron.
En la vida cada uno de nosotros tiene oportunidad de hacer lo mismo. Durante la entrega de galardones en el Cielo, Jesús no dirá a Sus seguidores: «¡Estupendo, ganaste a los demás competidores!», sino: «Bien, buen siervo y fiel» (Mateo 25:21). Nos elogiará por haber hecho lo que correspondía, por jugar con entereza y dedicación, por sacar el máximo provecho de los dones que nos concedió, por desempeñar bien las tareas que nos encomendó y por amar a quienes Él dispuso que se cruzaran en nuestro camino. Ese, creo yo, es el juego bonito por excelencia.
Aunque muchos disfrutamos pateando una pelota con nuestros amigos, hay un mundo de diferencia entre eso y jugar fútbol profesional. ¿Qué se les exigió a esos hombres para llegar al Campeonato Mundial de Sudáfrica? Sin duda, un talento y unas aptitudes físicas extraordinarias; así y todo, eso no bastó para garantizar su presencia en la cita. A ningún jugador se lo elige para representar a su país en el Mundial sin que se haya esforzado mucho para merecerlo. Cada uno de ellos ha soportado años de incesantes y rigurosos entrenamientos, ha sufrido lesiones y dolores y ha tenido que superar otros obstáculos para ganarse un puesto en la selección de su país y contender por el máximo galardón: el Campeonato del Mundo. Quienes llegan a las instancias finales han alcanzado la cima de un deporte muy competitivo de enorme popularidad. Independientemente de que ganen o pierdan, haber llegado hasta allí ya es un gran triunfo.
La mayoría no somos deportistas de talla mundial; pero eso no nos impide poner en práctica los principios que han llevado al éxito a estos jugadores. Así lo recomiendan muchos gurús y libros de autoayuda. Y no son los primeros en hacerlo. Aun el apóstol Pablo se refirió a ello. Comparando la vida cristiana con los logros atléticos escribió: «¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que disciplino mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre» (1 Corintios 9:24-27). Pablo era coherente con lo que predicaba. Por eso, ya en las postrimerías de su vida pudo afirmar: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia» (2 Timoteo 4:7,8).
Quizá nadie ejemplifica mejor esa mezcla de talento y tenacidad que distingue a los mejores deportistas del mundo que el propio Pelé. Edson Arantes se crió en la pobreza en Três Corações, Minas Gerais, Brasil. De pequeño aportaba a la economía de su familia lustrando zapatos y cultivaba su don empleando como balón un calcetín relleno con papel de diario. Considerado uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, fue el jugador predominante durante dos décadas y fue elegido el mejor atleta del siglo XX por el Comité Olímpico Internacional, aunque nunca participó en una olimpíada.
Quisiera hacer una última reflexión antes de ir a revisar los resultados de los últimos partidos: Si bien es natural apoyar a nuestro equipo, debemos reconocer el esfuerzo de todos los jugadores, sean del país que sean. En este tipo de competencia huelga decir que hay muchos más perdedores que ganadores. Después de la fase inicial, 16 equipos deben hacer sus maletas, y en cada etapa subsiguiente la mitad va quedando eliminada hasta que un equipo se corona campeón. Lógicamente, los jugadores que no ganan sufren una decepción, pero pueden enorgullecerse de lo lejos que llegaron y de todo lo que lograron.
En la vida cada uno de nosotros tiene oportunidad de hacer lo mismo. Durante la entrega de galardones en el Cielo, Jesús no dirá a Sus seguidores: «¡Estupendo, ganaste a los demás competidores!», sino: «Bien, buen siervo y fiel» (Mateo 25:21). Nos elogiará por haber hecho lo que correspondía, por jugar con entereza y dedicación, por sacar el máximo provecho de los dones que nos concedió, por desempeñar bien las tareas que nos encomendó y por amar a quienes Él dispuso que se cruzaran en nuestro camino. Ese, creo yo, es el juego bonito por excelencia.
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Hebreos 12:2 (NVI) Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y *perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la *derecha del trono de Dios.
2 Timoteo 4:7-8 (NVI) He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida.
Hebreos 12:3 (NVI) Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo.
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