Jesús dice: «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»1. El amor de Dios es infinitamente poderoso, pero Él no te lo impone. Más bien envía a Jesús a tocar a la puerta de tu corazón, y espera que tú le abras y lo invites a entrar.
Él te ofrece vida eterna, pero al mismo tiempo quiere hacerse muy presente en tu realidad cotidiana. Sin embargo, no puede a menos que tú lo quieras. Espera mansa y pacientemente a la puerta de tu corazón. Tal vez lleva años aguardando a que oigas Su llamada y le abras. Quiere ser tu Salvador y entrará en cuanto se lo pidas; pero ha dejado en tus manos la decisión.
¿Aceptas a Jesucristo como tu Salvador? Si aún no lo has hecho o no estás seguro de estar salvado, haz sinceramente esta sencilla oración:
Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Gracias por morir por mí. Te abro la puerta de mi corazón y te invito a formar parte de mi vida. Lléname de Tu amor, ayúdame a conocerte y condúceme por la senda de la verdad. Amén.
Si hiciste en serio esta oración, Jesús ya está en ti. Tienes vida eterna y acabas de embarcarte en la aventura más emocionante que pueda haber: la de descubrir el amor de Dios por intermedio de Jesús, explorar Sus caminos y llenarte de Su sabiduría.
La certeza que da la promesa
A veces la gente ora para recibir a Jesús y se decepciona al no experimentar enseguida alguna sensación sobrenatural o física distinta a consecuencia de ello. Pero en realidad no importa cómo te sientas. En el momento en que pides a Dios que te regale la salvación, la obtienes. A partir de ese instante sabes que eres salvo porque Él lo prometió, por lo que dice en Su Palabra. Tu convicción se basa en una promesa divina, no en sensaciones.
¡Vive!
¡Vive, aún vive!
¡Cristo está vivo hoy!
Siempre me habla
y me acompaña
dondequiera que voy.
¡Vive, aún vive!
Y ofrece salvación.
Te contaré
por qué lo sé:
¡Vive en mi corazón!
Alfred Ackley
Santiago 1:6 – Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento.
Santiago 2:14 – Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?
Él te ofrece vida eterna, pero al mismo tiempo quiere hacerse muy presente en tu realidad cotidiana. Sin embargo, no puede a menos que tú lo quieras. Espera mansa y pacientemente a la puerta de tu corazón. Tal vez lleva años aguardando a que oigas Su llamada y le abras. Quiere ser tu Salvador y entrará en cuanto se lo pidas; pero ha dejado en tus manos la decisión.
¿Aceptas a Jesucristo como tu Salvador? Si aún no lo has hecho o no estás seguro de estar salvado, haz sinceramente esta sencilla oración:
Jesús, te ruego que me perdones todos mis pecados. Gracias por morir por mí. Te abro la puerta de mi corazón y te invito a formar parte de mi vida. Lléname de Tu amor, ayúdame a conocerte y condúceme por la senda de la verdad. Amén.
Si hiciste en serio esta oración, Jesús ya está en ti. Tienes vida eterna y acabas de embarcarte en la aventura más emocionante que pueda haber: la de descubrir el amor de Dios por intermedio de Jesús, explorar Sus caminos y llenarte de Su sabiduría.
La certeza que da la promesa
A veces la gente ora para recibir a Jesús y se decepciona al no experimentar enseguida alguna sensación sobrenatural o física distinta a consecuencia de ello. Pero en realidad no importa cómo te sientas. En el momento en que pides a Dios que te regale la salvación, la obtienes. A partir de ese instante sabes que eres salvo porque Él lo prometió, por lo que dice en Su Palabra. Tu convicción se basa en una promesa divina, no en sensaciones.
¡Vive!
¡Vive, aún vive!
¡Cristo está vivo hoy!
Siempre me habla
y me acompaña
dondequiera que voy.
¡Vive, aún vive!
Y ofrece salvación.
Te contaré
por qué lo sé:
¡Vive en mi corazón!
Alfred Ackley
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Hebreos 11:1 – Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.Santiago 1:6 – Pero que pida con fe, sin dudar, porque quien duda es como las olas del mar, agitadas y llevadas de un lado a otro por el viento.
Santiago 2:14 – Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe?
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