Tan pronto como me conecté a Internet un aluvión de mensajes inundó mi bandeja de entrada. Se habían ido acumulando mientras viajaba del Medio Oriente a Europa. Empecé a mirarlos desganadamente, separando el correo basura de los mensajes que sí valían. En esto, me sorprendió encontrar una nota de una persona de la que no había tenido noticias en mucho tiempo. La carta decía:
Hace veinte días, unos análisis revelaron que tengo cáncer. Gracias a Dios, aún no se ha extendido. Me van a operar muy pronto. ¡Ojalá pudieras venir a verme al hospital! Estaré ingresada una semana. No me da miedo operarme, pero estoy un poco preocupada.
Cuando me enteré, me sentí traicionada. Confiaba en mi salud, y de pronto resulta que tengo cáncer. ¡Qué tristeza, qué desilusión! Luego oré. La bondad y misericordia de Dios siempre me han acompañado y protegido. Él me dio señales que contribuyeron a que la enfermedad se descubriera en una fase temprana. Creo que me pondré bien.
Muy conmovida por el hecho de que aquella buena mujer me pidiera ayuda en un momento de necesidad, envié una nota a una compañera. Como yo no iba a regresar hasta pasadas varias semanas, le pedí que en lo posible la fuera a visitar y orara por ella. Asimismo, le envié a la señora un mensaje en que le explicaba que yo estaba ausente y que había pedido a una amiga, también conocida de ella, que la llamara. Le prometí que la tendría muy presente en mis oraciones.
Casi un mes después volví a casa y me enteré de que mi compañera había visitado a aquella señora en el hospital poco después de la operación. La señora había pasado por una experiencia cercana a la muerte por complicaciones postoperatorias. Mientras se encontraba entre dos mundos, tuvo la clara sensación de que aún no había llegado su momento de morir, de que Dios todavía tenía para ella algunas tareas pendientes en esta vida. Agradecía que la hubieran revivido, pero paradójicamente la experiencia la había dejado preocupada y deprimida. En ese estado la encontró mi amiga; sin embargo, después de conversar un rato, la señora cobró ánimo y asió con firmeza la mano de mi amiga mientras oraban juntas por su pronta recuperación y sus fuerzas anímicas.
Telefoneé a la señora y me explicó cuánto la había conmovido la visita. Que mi colega fuera a acompañarla significó mucho para ella.
—Fue como si me hubiera visitado un ángel —me aseguró.
Aunque la batalla por su salud no ha terminado, nos dio sinceramente las gracias a las dos por nuestras oraciones y nos pidió que la fuéramos a ver a su casa.
Antes de ir le preparé una tarjeta con algunos pasajes de la Escritura sobre cómo Jesús, el Gran Médico, en Su paso por la Tierra «anduvo haciendo bienes y sanando a todos». Le expliqué también que según la Biblia Él «es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Mientras reflexionaba sobre qué otra cosa decirle, de mi lapicero brotaron sin esfuerzo palabras llenas de amor. Jesús mismo le quiso expresar Su amor y Su interés por ella. El mensaje terminaba con una breve plegaria que ella misma podía hacer.
En su casa conversamos y le expliqué que mientras oraba había recibido un mensaje de ánimo para ella de parte de Jesús y que esperaba que no le resultara ofensivo.
Respondió categóricamente:
—Aunque no soy cristiana, amo mucho a Jesús. Cuando estoy preocupada o intranquila, escucho un cassette de un cantante famoso que grabó dos oraciones, una para Semana Santa y otra para Navidad. La que habla de la crucifixión y resurrección de Jesús me infunde mucha paz.
Abrió el sobre que contenía la tarjeta y se puso a leer el mensaje de Jesús. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Un poco avergonzada, preguntó si podía leer el resto más tarde.
La siguiente vez que hablé con ella, me dijo que había vuelto a leer todo el mensaje y que había hecho la oración.
—Me llena de paz interior —añadió—. He aceptado lo que Dios me ha deparado y estoy segura de que todo se resolverá.
Luego de conversar un rato, las dos llegamos a la conclusión de que lo que en realidad importa en la vida es creer en Dios, amarlo y aceptar Sus palabras. Este atribulado mundo nuestro en el que cada vez se levantan más barreras entre los pueblos y las religiones podría ser muy distinto si saliéramos al encuentro de los demás, tendiéramos puentes y nos concentráramos en lo que de verdad importa: amar a Dios y comunicar Su amor al prójimo. Dios envió a Jesús al mundo para manifestar Su amor a toda la humanidad. El eterno amor de Dios no ha variado; y Jesucristo, que sanó corazones y cuerpos, es el mismo ayer, hoy y siempre.
1 Juan 4:9-12 – Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente.
Romanos 5:8 – Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
Hace veinte días, unos análisis revelaron que tengo cáncer. Gracias a Dios, aún no se ha extendido. Me van a operar muy pronto. ¡Ojalá pudieras venir a verme al hospital! Estaré ingresada una semana. No me da miedo operarme, pero estoy un poco preocupada.
Cuando me enteré, me sentí traicionada. Confiaba en mi salud, y de pronto resulta que tengo cáncer. ¡Qué tristeza, qué desilusión! Luego oré. La bondad y misericordia de Dios siempre me han acompañado y protegido. Él me dio señales que contribuyeron a que la enfermedad se descubriera en una fase temprana. Creo que me pondré bien.
Muy conmovida por el hecho de que aquella buena mujer me pidiera ayuda en un momento de necesidad, envié una nota a una compañera. Como yo no iba a regresar hasta pasadas varias semanas, le pedí que en lo posible la fuera a visitar y orara por ella. Asimismo, le envié a la señora un mensaje en que le explicaba que yo estaba ausente y que había pedido a una amiga, también conocida de ella, que la llamara. Le prometí que la tendría muy presente en mis oraciones.
Casi un mes después volví a casa y me enteré de que mi compañera había visitado a aquella señora en el hospital poco después de la operación. La señora había pasado por una experiencia cercana a la muerte por complicaciones postoperatorias. Mientras se encontraba entre dos mundos, tuvo la clara sensación de que aún no había llegado su momento de morir, de que Dios todavía tenía para ella algunas tareas pendientes en esta vida. Agradecía que la hubieran revivido, pero paradójicamente la experiencia la había dejado preocupada y deprimida. En ese estado la encontró mi amiga; sin embargo, después de conversar un rato, la señora cobró ánimo y asió con firmeza la mano de mi amiga mientras oraban juntas por su pronta recuperación y sus fuerzas anímicas.
Telefoneé a la señora y me explicó cuánto la había conmovido la visita. Que mi colega fuera a acompañarla significó mucho para ella.
—Fue como si me hubiera visitado un ángel —me aseguró.
Aunque la batalla por su salud no ha terminado, nos dio sinceramente las gracias a las dos por nuestras oraciones y nos pidió que la fuéramos a ver a su casa.
Antes de ir le preparé una tarjeta con algunos pasajes de la Escritura sobre cómo Jesús, el Gran Médico, en Su paso por la Tierra «anduvo haciendo bienes y sanando a todos». Le expliqué también que según la Biblia Él «es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Mientras reflexionaba sobre qué otra cosa decirle, de mi lapicero brotaron sin esfuerzo palabras llenas de amor. Jesús mismo le quiso expresar Su amor y Su interés por ella. El mensaje terminaba con una breve plegaria que ella misma podía hacer.
En su casa conversamos y le expliqué que mientras oraba había recibido un mensaje de ánimo para ella de parte de Jesús y que esperaba que no le resultara ofensivo.
Respondió categóricamente:
—Aunque no soy cristiana, amo mucho a Jesús. Cuando estoy preocupada o intranquila, escucho un cassette de un cantante famoso que grabó dos oraciones, una para Semana Santa y otra para Navidad. La que habla de la crucifixión y resurrección de Jesús me infunde mucha paz.
Abrió el sobre que contenía la tarjeta y se puso a leer el mensaje de Jesús. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Un poco avergonzada, preguntó si podía leer el resto más tarde.
La siguiente vez que hablé con ella, me dijo que había vuelto a leer todo el mensaje y que había hecho la oración.
—Me llena de paz interior —añadió—. He aceptado lo que Dios me ha deparado y estoy segura de que todo se resolverá.
Luego de conversar un rato, las dos llegamos a la conclusión de que lo que en realidad importa en la vida es creer en Dios, amarlo y aceptar Sus palabras. Este atribulado mundo nuestro en el que cada vez se levantan más barreras entre los pueblos y las religiones podría ser muy distinto si saliéramos al encuentro de los demás, tendiéramos puentes y nos concentráramos en lo que de verdad importa: amar a Dios y comunicar Su amor al prójimo. Dios envió a Jesús al mundo para manifestar Su amor a toda la humanidad. El eterno amor de Dios no ha variado; y Jesucristo, que sanó corazones y cuerpos, es el mismo ayer, hoy y siempre.
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1 Juan 4:18 – Sino que el amor perfecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor.1 Juan 4:9-12 – Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente.
Romanos 5:8 – Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.
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