miércoles, 3 de enero de 2018


«Yo soy el pan de vida» es una de las siete declaraciones de Jesús con las palabras «Yo soy». […]
El pan está considerado un alimento básico y suele ser un componente esencial de nuestra dieta. […] Tanto es así que es sinónimo de comida en general. El pan también es parte integral de la cena judía de Pascua. Durante la fiesta de la Pascua y a lo largo de los siguientes siete días los judíos debían comer pan sin levadura, en conmemoración de su éxodo de Egipto. Y cuando estuvieron vagando 40 años por el desierto, Dios les envió «pan del cielo» para sustentarlos.
Lo anterior nos permite entender mejor la escena descrita en Juan 6. Jesús está tratando de alejarse de la multitud, y no lo consigue. Acaba de cruzar el mar de Galilea, y la muchedumbre lo sigue. Después de un rato le pregunta a Felipe cómo van a alimentar a tanta gente. En la respuesta de Felipe se evidencia su escasa fe, pues señala que no disponen de suficiente dinero ni para servir a cada uno una cantidad mínima de comida. A la postre Andrés llega con un niño que trae consigo cinco barras pequeñas de pan y dos pescados. Con tan solo eso Jesús alimenta milagrosamente a la multitud… y hasta sobra comida.
Posteriormente, Jesús y Sus discípulos regresan al otro lado del mar de Galilea. Al ver la multitud que Jesús se ha ido, lo sigue de nuevo. […] Él increpa a los presentes por no dar importancia a las señales milagrosas y seguirlo con el único propósito de obtener una comida gratuita. Les dice en Juan 6:27: «Trabajen, pero no por la comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual les dará el Hijo del hombre. Sobre este ha puesto Dios el Padre Su sello de aprobación». Dicho de otro modo, están tan fascinados con la comida que no se dan cuenta de que están en presencia del Mesías. Entonces los judíos le piden a Jesús que les proporcione una señal de que ha sido enviado por Dios. […] Le recuerdan que Dios les dio el maná cuando deambulaban por el desierto. Jesús les responde que deben pedirle el verdadero pan del Cielo, que da vida.
Cuando le piden dicho pan, Él los deja de una pieza con Su respuesta: «Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás».
Esa es una afirmación extraordinaria. Primero, al compararse con el pan Jesús les dice que Él es esencial para la vida. Segundo, la vida a la que Jesús alude no es física, sino eterna. […] Compara lo que Él les ofrece en calidad de Mesías con el pan que creó milagrosamente el día anterior. Este último era pan físico que perece; Jesús es el pan espiritual que brinda vida eterna. […]
La clave está en otra afirmación que hizo en el Sermón de la montaña. En Mateo 5:6 dice a la multitud: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados». Cuando dice que los que lo sigan jamás tendrán hambre y que los que crean en Él jamás tendrán sed, afirma que va a satisfacer nuestra hambre y sed de alcanzar rectitud a los ojos de Dios. […]
La Biblia enseña que Dios ha puesto en nuestro corazón el ansia de lo eterno. También dice que no hay nada que podamos hacer para merecernos el Cielo, puesto que todos hemos pecado, y que lo único que ganamos con el pecado es la muerte. No hay nadie que sea justo por mérito propio. […] Al morir en la cruz, Cristo tomó sobre Sí los pecados de la humanidad y los expió. Cuando depositamos nuestra fe en Jesús, nuestros pecados se le imputan a Él; y Su justicia, a nosotros. Jesús satisface nuestra hambre y sed de justicia. Es nuestro Pan de Vida.
Cristo compara las necesidades humanas con el hambre y la sed. Ahora bien, sentir hambre no es poca cosa. Quien la ha padecido sabe bien que es una necesidad muy real que trae consigo dolorosas punzadas. De igual modo, la sed no es nada imaginario. Sin duda es una dura prueba. ¿Habrá acaso mayor sufrimiento bajo el cielo que la sed?
El corazón también padece su hambre. Casi sin saberlo clama: «¿No habrá alguien que me ame, a quien yo pueda amar y que me colme hasta rebosar?» Nuestro corazón es un glotón ansioso de amor. Aunque busca ese amor por doquier, sufre amargas decepciones. No obstante, cuando se da cuenta de que Jesucristo lo amó antes que el mundo existiera y que murió por él, sus afectos se sosiegan. ¡El amor de Jesús aplaca todo deseo de otros amores y nos llena el alma! Jesús se convierte en el Esposo de nuestro corazón, el más querido de nuestros amores. Entonces decimos adiós a lo profano. Adaptación de un texto de Charles Spurgeon (1834–1892)

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