lunes, 8 de enero de 2018



EL BANQUETE DEL REY

Los domingos mi madre solía preparar algo especial. Todavía recuerdo el ventanal abierto de la sala, la mesa desplegada en el centro, la comida deliciosa y la alegre conversación familiar.
Normalmente íbamos a la misa para niños de las 10 de la mañana mientras ella se quedaba a cocinar y mi padre hacía reparaciones en la casa. El relato que más recuerdo de aquellos sermones infantiles es uno que contó Jesús sobre un rey que invitó a sus nobles a un banquete, pero todos esgrimieron alguna excusa para no asistir. En vista de ello mandó llamar a todos los mendigos y pobres campesinos, que acudieron gustosos. Aunque en aquel entonces no entendía todo el significado de esa parábola, produjo una honda impresión en mí.
La comida suele asociarse a la unidad, los buenos momentos y las celebraciones. Cuando me hice un poco mayor, había una canción popular que decía: «Aramos el campo, plantamos la simiente, pero es de Dios la mano que cuida este vergel. […] Todos esos dones que nos envías, Señor, del Cielo son, […] llenos de amor». Si bien en aquella época yo no era creyente, esa canción me henchía el alma de alegría.
Poco después volví a crecer en la fe y a la larga me dediqué a servir a Dios. Hace unos años, en una temporada en la que pasé por múltiples apuros, llegué a pensar que Él me había abandonado. Sin embargo, no tardé en cambiar de opinión cuando leí: «El Señor siempre está conmigo», «Con amor eterno te he amado» y «No te desampararé, ni te dejaré».
A lo largo de mi vida, la Palabra de Dios me ha ayudado incontables veces a crecer y a entender mejor al Creador y a los demás. En ocasiones, Sus palabras son como una merienda; otras veces, como una comida completa, del estilo de los almuerzos especiales que preparaba mi madre los domingos. Me siento muy agradecida de que el Rey me haya invitado a Su banquete y de haber aceptado Su invitación.
Venid y comed
«Venid y comed», dijiste a Tus seguidores después de Tu resurrección. Hoy haces la misma invitación a todos. Yo la acepto. Quiero conocerte y recibirte. Deseo sentarme a Tu mesa y comer contigo en el paraíso.
Señor, siéntate a nuestra mesa,
sea adorada Tu grandeza,
y cúmpleme un día este anhelo:
celebrar contigo en el Cielo.
John Cennick (1718–1755)

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