domingo, 23 de abril de 2017

El Prisonero


El prisionero dictó una carta a algunos de sus amigos más queridos, que se encontraban a cientos de kilómetros, en otro país. Les contó que estaba encadenado, probablemente a su carcelero, pues eso era lo habitual en aquella época. Paradójicamente, ya había estado en prisión en la ciudad donde vivían ellos1. En aquella ocasión lo habían azotado y encarcelado —injustamente, como luego se demostró— en la celda más segura de la ciudad. Lo consideraban un ateo2 y un alborotador, y en todo el imperio era bien conocido por las autoridades, que se alegraban de sacarlo de las calles cada vez que se les presentaba la oportunidad.
No siempre había sido así. Antes de eso se había dedicado a hacer cumplir la ley. Hasta había llegado a ser una suerte de funcionario parapolicial empeñado en depurar brutalmente su zona de indeseables, ya fueran hombres, mujeres o niños3. Fue una tarea que en su momento disfrutó. Pero había pasado mucho tiempo desde entonces. Se había cambiado de bando, y sus antiguos colegas habían pasado a ser cómplices en su censura y encarcelación.
El apóstol Pablo sabía que estaba en juego su vida. Para él la alternativa era la muerte o la libertad; ni siquiera se consideraban otras opciones. Durante un tiempo lo habían tenido bajo una especie de arresto domiciliario, pero ya no. Sus nuevos carceleros, reclutados de entre las filas de la Guardia Pretoriana4 eran particularmente rígidos. En todo caso, los engranajes de la justicia romana giraban muy lentamente. Sus amigos de Filipos estaban preocupados por él y habían enviado dinero para su sustento. Algunos eran antiguos legionarios que conocían los mecanismos del sistema romano, lo duro y en muchos casos lo injusto que era. De ahí que Pablo les escribiera para tranquilizarlos y asegurarles que Dios lo tenía todo controlado.
Según parece, sentía cierta predilección por los filipenses. Les escribió con ternura, procurando levantarles el ánimo y diciéndoles que vieran el lado positivo de las cosas. Pasara lo que pasara, estaba todo bien. Si había llegado su hora, se iría con el Señor; y si lo liberaban, estupendo, ya que así podría volver a visitarlos. Les comentó que no lograba decidir cuál de los dos desenlaces era mejor5. Se lo había encomendado todo a Dios, y a cambio Él le había imbuido una paz inexplicable. Las palabras de Pablo son inmortales y resuenan en el corazón de todo creyente.
Estén siempre llenos de alegría en el Señor. Lo repito, ¡alégrense! Que todo el mundo vea que son considerados en todo lo que hacen. Recuerden que el Señor vuelve pronto.
No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que Él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús.
Y ahora, amados hermanos, una cosa más para terminar. Concéntrense en todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo bello y todo lo admirable. Piensen en cosas excelentes y dignas de alabanza. No dejen de poner en práctica todo lo que aprendieron y recibieron de mí, todo lo que oyeron de mis labios y vieron que hice. Entonces el Dios de paz estará con ustedes.
Hechos 9:1-2 (NVI) Mientras tanto, Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres.
Filipenses 1:13-14 (NVI) Es más, se ha hecho evidente a toda la guardia del palacio y a todos los demás que estoy encadenado por causa de Cristo. Gracias a mis cadenas, ahora más que nunca la mayoría de los hermanos, confiados en el Señor, se han atrevido a anunciar sin temor la palabra de Dios.
Filipenses 1:22 (NVI) Ahora bien, si seguir viviendo en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No lo sé!

domingo, 16 de abril de 2017

Cuando Se Va Un Ser Querido



Steve era un niñito alegre de ojazos marrones, cabello rubio rizado y un hoyuelo que aparecía en su mejilla derecha cada vez que sonreía. Tenía una mirada distraída y con frecuencia se sentaba junto a la ventana para contemplar la lluvia, las nubes o los pájaros.
—Lo ha besado un ángel —me dijo con una sonrisa la partera japonesa cuando puso por primera vez a aquella cálida criatura en mis brazos, señalando en la parte posterior de la cabeza un mechón de pelo blanco como la nieve—. Tiene un llamado especial en la vida.
A lo largo de los años recordé muchas veces sus palabras, deseosa de saber qué significado tenían.
Quince años más tarde, Steve —para entonces un joven apuesto con físico de atleta— de repente se puso muy enfermo. Yo estaba segura de que era un ataque de malaria, puesto que habíamos viajado con regularidad a la costa en el curso de nuestra labor misionera en África Oriental. La expresión grave del rostro del médico me indicó lo contrario, incluso antes que nos comunicara los resultados de los exámenes que había pedido. «Leucemia linfoblástica aguda». De pronto me asaltaron mil preguntas: «¿Qué significaba aquello? ¿Era curable? ¿Cómo afectaría su futuro?»
Debido a la gravedad del mal que padecía Steve, estábamos en una carrera contra el tiempo. En apenas pocas horas fue trasladado de Kenia a Europa, donde tendría acceso a mejores tratamientos. Fue hospitalizado y sometido a quimioterapia.
Los dos años siguientes fueron largos y agónicos. Las sucesivas sesiones de quimioterapia nos regalaron momentos esperanzadores seguidos de reveses.
Finalmente llegó el día en que se hizo patente que nuestro amado Steve no se recuperaría. Los médicos declararon infructuosos los tratamientos y le dieron seis semanas de vida. Steve quiso retornar a Mombasa (Kenia), donde se había criado. Allí, rodeado de sus amigos y familiares, llegó a cumplir algunos de sus últimos deseos, como pasar un día navegando por la bahía y contemplar al atardecer los brillantes reflejos del sol en el Océano Índico.
Cuando una mañana temprano exhaló su último aliento en una pequeña habitación de un hospital con vista al mar, mi mundo se detuvo. Una mariposa amarilla bien grande entró por la ventana abierta. Sentí que Dios me estaba confirmando que se había llevado a Steve apaciblemente a Su mundo invisible. Aun así, el impacto de perder a mi hijo me dejó maltrecha bastante tiempo, después que los demás ya habían hecho su duelo.
El consejo reiterado que todos me daban era: «Déjalo estar y sigue adelante». Pero seguir adelante ¿hacia dónde? Y ¿cómo? En el fondo, estaba resentida y enojada con Dios por despojarme de mi joven hijo tan lleno de vida. Me sentí burlada y vacía. Los meses pasaron lentamente. Yo cavilaba una y otra vez sobre mi pérdida, y seguía con el dolor clavado en mi corazón.
Finalmente decidí encontrarme con Dios cada mañana temprano, en la terraza, para contarle mis desdichas. Los días se convirtieron en semanas mientras yo descargaba en Él todo mi dolor, mi remordimiento y mi rabia por lo sucedido. «Si el amor es la esencia de Tu naturaleza, como dice la Biblia, ¿cómo me has tratado tan duramente, a mí y a mi hijo?», cuestioné una y otra vez.
Con cuanta paciencia y longanimidad me escuchó.
Lloré, rogué y argumenté hasta que por fin una mañana sentí que había dicho todo lo que quería y ya me había desahogado. Fue entonces —cuando estuve dispuesta a hacer las paces con Dios—, que la serenidad me embargó el alma. Con voz suave y tranquilizadora, Él me empezó a hablar. A partir de ese momento, mis encuentros solitarios con Dios cada mañana en la terraza tomaron otro cariz. Aprendí a prestarle atención y permitirle que me consolara y sanara mi dolor.
Soy libre
No lloren mi muerte; ahora soy libre.
Sigo el sendero como Dios me pide.
Tomé Su mano al oír Su llamada.
Me fui con celeridad inusitada.
No podía estar un día más aquí
para amar, trabajar, jugar y reír.
Más de una tarea quedó inconclusa;
pero al fin hallé la paz absoluta.
Si mi partida dejó un vacío,
llénenlo con gratos recuerdos míos:
nuestra amistad, nuestras risas, un beso.
Yo también extrañaré todo eso.
No anden con sombríos semblantes;
les deseo un mañana radiante.
Mi vida fue plena: buenos compañeros,
ratos agradables, cariño sincero.
Quizá muy efímera les pareció.
No la alarguen con tanta consternación.
Cobren fuerza; la paz sea con ustedes.
Dios me libró; a Su lado me quiere.
Anónimo
2 Corintios 1:3-4 (NVI)
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
Mateo 5:1-48 (NVI) Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de una montaña y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y tomando él la palabra, comenzó a enseñarles diciendo:
«Dichosos los pobres en espíritu,
porque el reino de los cielos les pertenece.
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los humildes,
porque recibirán la tierra como herencia.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,….
Mateo 11:28-30 (NVI) »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.»

sábado, 15 de abril de 2017

jueves, 13 de abril de 2017

domingo, 9 de abril de 2017

11 Consejos Para Superar La Depre



1. Considérate afortunado. Expresar tu gratitud te levantará el ánimo de una forma maravillosa. La alabanza tiene un efecto espiritual capaz de contrarrestar cualquier cosa que te agobie.
2. Conéctate con Jesús. Él te ama, vela por ti y tiene la solución para cada uno de tus problemas. Dile cómo te sientes, lee la Palabra de Dios, fortalece tu fe aferrándote a las promesas contenidas
en ella.
3. Haz algo por los demás. Ayudar a alguien no solo beneficia a esa persona, sino que también te levanta el ánimo a ti.
4. Tómate un descanso. Haz una pausa y sal a pasear, siéntate en un sitio apacible u observa un bello paisaje o un cuadro que te guste. Medita sobre las cosas lindas de la vida.
5. Canta o escucha una canción. Una canción de alabanza a Dios puede acercarte a Él y colmar tu corazón de serenidad y gratitud.
6. Haz ejercicio. El ejercicio físico libera en el organismo endorfinas, sustancias que producen sensación de bienestar y tranquilidad, que apartan los pensamientos de las preocupaciones y afanes y te llevan a emplear tus energías en cosas más positivas.
7. Pégate una carcajada. «El corazón alegre constituye buen remedio»1. No te tomes la vida ni a ti mismo demasiado en serio. Lee o ve algo chistoso, piensa en algo que te cause gracia o conversa con alguien que suela hacerte reír.
8. Pasa ratos con tus hijos. Los niños son muy cariñosos, y su disposición alegre, su resiliencia y su sencillez pueden ayudarte a ver los problemas más objetivamente.
9. Remoza tu cuarto o tu casa. Un cuarto limpio y ordenado, una hermosa vista, pequeños arreglos en la casa e incluso una mejor iluminación contribuyen a mejorar el estado de ánimo.
10. Duerme bien. Es más fácil lidiar con las complicaciones y apuros habiendo descansado bien. Una pérdida importante de sueño puede hacer que los problemas se vean más grandes de lo que son y causarte malestar.
11. Sonríe. Sonreír aun sin ganas tiene un efecto positivo en tu espíritu. Luce una sonrisa y verás el mundo desde un prisma más alegre.
Salmos 118:24 (NVI)
Éste es el día en que el Señor actuó;
regocijémonos y alegrémonos en él.
1 Tesalonicenses 5:18 (NVI) den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús.
Colosenses 3:17 (NVI) Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él.

La Cultura Maya



Por motivo de nuestra labor voluntaria, viajé de Europa a América Central con mi esposo, Andrew, y nuestra hija Angelina. En Guatemala, Dios nos bendijo con la magnífica oportunidad de sentarnos junto a un apacible lago que en otro tiempo fue un centro de la próspera cultura maya. En aquel ambiente sereno, el mayor acontecimiento del día —tanto para los lugareños como para los turistas— es contemplar el sol ponerse detrás de los tres volcanes que bordean la orilla occidental del lago. Allí los placeres de la vida son sencillos: por ejemplo, nadar en partes del lago donde afloran fuentes termales subterráneas de origen volcánico, creando una curiosa mezcla de agua helada, tibia y muy caliente.
Aunque no tomo café, me fascinó observar cómo se cultiva y cómo se secan, tuestan y muelen los granos con los que finalmente se prepara un delicioso café de intenso color. El aroma me pareció embriagador, y Andrew y Angelina me aseguraron que el sabor era celestial; un brebaje verdaderamente casero, de principio a fin.
Había una curiosa mezcla de turistas liberados transitoriamente de su vida civilizada, su estrés y sus prisas, y mujeres mayas que tejían hermosas telas multicolores, algunas con un niño —hijo, nieto o quizá bisnieto— amarrado a la espalda y dormido plácidamente, o jugando calladito a su lado. ¡Vaya contraste!
Aunque los mayas de hoy se ven obligados a vender sus artículos a extranjeros para subsistir, no permiten que el ajetreo del mundo moderno los contamine. Son un pueblo laborioso; trabajan rítmicamente de sol a sol y producen hermosos trajes típicos. No se dejan arrastrar por la moda, y visten con orgullo sus prendas tradicionales, al igual que sus hijos. No recurren a fármacos, sino que encuentran en árboles y plantas los remedios que necesitan. Las mujeres producen ellas mismas sus cosméticos. (Gracias al champú de hierbas que les compré, mi cabello luce mejor que con cualquier producto comercial que haya probado, ya fuera o no de hierbas.)
Sentada bajo las palmeras que la brisa mecía suavemente, mientras oía el romper de las olas en la orilla del lago y contemplaba la puesta del sol, me sentí en la gloria, como si me hubieran llevado al Cielo para mostrarme una de las razones por las que fui creada: para disfrutar de todo aquello.
La jet set, los ambiciosos y otros por el estilo consideran atrasados a los mayas; pero yo no estoy tan convencida de que sea así. La velocidad y el estrés le restan alegría a la vida, alegría que podemos recuperar yendo más lento y ajustando nuestros objetivos a los de Dios.
2 Timoteo 3:16 (NVI) Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia,
1 Tesalonicenses 2:13 (NVI) Así que no dejamos de dar gracias a Dios, porque al oír ustedes la palabra de Dios que les predicamos, la aceptaron no como palabra humana sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes.
Isaías 40:22 (NVI) Él reina sobre la bóveda de la tierra,
cuyos habitantes son como langostas.
Él extiende los cielos como un toldo,
y los despliega como carpa para ser habitada.

domingo, 2 de abril de 2017

Plenitud de Gozo


Los Evangelios no siempre tuvieron ángel para mí. Representaban una materia más del colegio. Eran sugerentes, pero no lo suficiente como para zambullirme en ellos en busca de brillantes verdades. Eso hasta los 17 años, cuando cayó en mis manos un librito con el Evangelio de Mateo, que me cautivó. Por entonces vivía yo en Nueva York y recuerdo haberme sentado en la ladera de un cerro, junto a una inmensa autopista, a leer el Sermón de la Montaña. En aquella etapa de joven idealista que soñaba con labrar un mundo mejor, las palabras de Jesús fueron lo más revolucionario que había leído yo en la vida. Después de eso ya no me despegué de su lectura. Sucumbí a su encanto.
Cada versículo que leía me impactaba más que el anterior. El Evangelio ejerció tal poder sobre mí que decidí enmendar el rumbo de mi vida. Me lancé por un camino desconocido, casi misterioso. No lo entendía todo, pero anhelaba interiorizarlo. ¿Quién no va a querer ser parte de un mundo en que los milagros son moneda corriente, en que se encaran los males y las injusticias, en que se defiende a los débiles y a los oprimidos y en que el amor tiene la última palabra? Frases como «bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra; bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» despertaron mi sed de más y más verdad.
Al cabo de unas semanas me di cuenta de que esas lecturas me estaban afectando profundamente. Poco a poco se fue renovando mi modo de pensar, mi modo de ver el mundo. Mi espíritu gradualmente se iba transformando. Me topaba con versículos y enseñanzas que me hablaban al alma, me conmovían, suscitaban mi entusiasmo, me llenaban de paz o me infundían ganas de luchar por un buen fin.
Con el tiempo pasé de los Evangelios a otras partes de la Biblia, que se convirtió en mi libro de cabecera. Encontré pasajes que me ayudaron a dilucidar lo que me sucedía interiormente. Fue así como llegué a los Salmos, esas canciones del alma y clamores de angustia o de súplica a un Dios amoroso y comprensivo. Definitivamente me enamoré. Descubrí que en la presencia de Dios «hay plenitud de gozo, delicias […] para siempre». El apóstol Pablo fue más allá y expresó en estos términos la comunión de corazón que había logrado yo con el Creador: «Lo aman a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en Él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso».
Ese mismo gozo les deseo a todos.
Juan 8:31-32 (NVI) Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo:
—Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
Salmos 16:11 (NVI)
Me has dado a conocer la senda de la vida;
me llenarás de alegría en tu presencia,
y de dicha eterna a tu derecha.
1 Pedro 1:8 (NVI) Ustedes lo aman a pesar de no haberlo visto; y aunque no lo ven ahora, creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y glorioso,

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