domingo, 19 de marzo de 2017

Paso a Paso Pesa a Pesa



Un día Joe se fracturó un brazo. Era de esperarse, pues Joe era traceur o practicante de parkour. Para él el mundo era una gran pista de obstáculos. Todo era escalar y saltar, escaparse y estirarse, sobrepasar y rodar por el abarrotado paisaje urbano. Joe se exigía al correr, pasando unas veces sobre autos o muros, y otras por encima de tejados. Había ocasiones en que se excedía. El destino lo observaba de lejos, pendiente de su frágil brazo, a la espera de su oportunidad.
La mañana en que se fracturó el brazo, Joe había salido con dos amigos a ensayar un recorrido que querían filmar para un video casero. Unos cuantos ejercicios de calentamiento le dieron al destino su oportunidad.
Joe tomó carrerilla para subirse a un pequeño muro. Tras unos instantes encima, saltó al vacío. Sus dedos se agarraron a una barra metálica horizontal que tenía delante y que debía detener su caída. Pero la barra descansaba sobre madera podrida.
La madera cedió, y Joe cayó para atrás.
Algo pasó cuando golpeó el suelo polvoriento. Joe se puso en pie con dificultad, agarrándose el brazo izquierdo. Tenía la muñeca doblada hacia abajo y luego bruscamente hacia arriba. Alguien llamó a los paramédicos.
Despertó en el hospital. Sentía los párpados pesados por efecto de los sedantes. Tenía el brazo enfundado en yeso blanco desde la muñeca hasta el codo, para proteger sus dos fracturas en el radio y su muñeca dislocada.
Durante cuatro semanas Joe bregó con su discapacidad. Aprendió a mecanografiar con una mano, a vivir sin su ducha diaria, a dejar que otros le abotonaran la camisa, le ataran los cordones de los zapatos y le lavaran el plato.
Al cabo de un mes, le quitaron el yeso. Por fin se sintió libre. Pasó diez minutos rascándose y una hora y media en la bañera.
Pero no todo había vuelto a la normalidad. Después de 29 días de desuso, los músculos de su brazo izquierdo se habían encogido y atrofiado. El brazo se le había reducido a la mitad de su grosor, y la piel le colgaba como si fuera una envoltura de plástico sobre el hueso recién soldado. El menor intento de girar o enderezar ese miembro le causaba un dolor agudo que le recorría todo el cuerpo.
La terapia de calor contribuyó a soltar los músculos acartonados. Cada día lograba mover la muñeca un poco más. Por fin llegó el momento de empezar la terapia de fortalecimiento. Luego de pasar un mes debajo de la cama acumulando telarañas en las sombras, la mancuerna de 16 kilos ocupó de nuevo el centro del cuarto, casi deslumbrada por la luz. Joe agarró entusiastamente la barra con la mano izquierda y trató de levantarla. Nada. Se esforzó. Sudó. Apretó los dientes y se mordió la lengua. Bufó amenazante contra la obcecada masa de hierro. La pesa ni se inmutó. Tendría que recurrir a otra táctica.
Joe pidió a su hermana que le prestara una mancuerna pequeña ajustable —le dijo que la necesitaba como pisapapeles—. Era minúscula y estaba forrada en plástico verde. Joe se percató de que nadie lo viera y entró a hurtadillas en su cuarto.
Mientras se esforzaba por levantar aquel pequeño pisapapeles verde, se imaginaba a sus amigos resoplando bajo unas pesas gigantescas, bregando hasta el agotamiento por elevarlas; pero no hizo caso de aquellas imágenes de hombría.
Al principio le costaba mucho, a pesar de ser un juguete ridículamente pequeño; cada vez que levantaba la mancuerna, era un suplicio. Sin embargo, procuró no pensar en el dolor de la muñeca, y con el transcurso de los días este empezó a disminuir. Al poco tiempo, Joe ya dominaba el juguetito verde.
Se sintió orgulloso cuando añadió dos disquitos verdes. Todavía no tenía fuerza, pero estaba mejorando. La cosa era no desanimarse con expectativas poco realistas, sino empezar con algo fácil e ir progresando.
A los pocos días ya había añadido todos los disquitos verdes que cabían en la mancuerna y la manejaba con total destreza. A la postre la mancuerna de hierro que tenía debajo de la cama también se dejó vencer, subyugada por su determinación y los pequeños avances que iba haciendo paso a paso.
Todavía falta un largo trecho para que el brazo le vuelva a la normalidad, pero Joe sabe que no gana nada con lloriqueos y lamentos sobre lo diestro que era antes con ese brazo. Más bien piensa en los progresos realizados hasta el momento y en el día en que recobrará plenamente su agilidad.
Cuando llegue ese día, creo que saldré a correr otra vez.
Santiago 1:12 (NVI) Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman.
Romanos 5:3-5 (NVI) Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado.
Gálatas 6:9 (NVI) No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.

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