Cuando mi padre me hizo escuchar por primera vez la sexta sinfonía de Beethoven —la primera de muchas veces— sin duda su intención era contagiarme su entusiasmo por la música clásica.
Si bien yo era una niña pequeña en aquella época, guardo un vivo recuerdo de esa pieza. La música empezaba quedamente, como describiendo una escena bucólica, mientras yo jugaba feliz a los pies de mi padre. Aparecía luego una pequeña nube que me producía cierta inquietud y me hacía arrimarme más a él. Al rato retumbaba un trueno, brillaba un relámpago. La música seguía in crescendo hasta que la tormenta cobraba tal fuerza y tal magnitud que daba miedo, y yo me lanzaba en los brazos de mi padre.
Él me decía cositas reconfortantes en voz baja:
Él me decía cositas reconfortantes en voz baja:
—No te preocupes, hija. La tormenta amainará. ¿No ves? Ya se está calmando. La música está cambiando.
Cada tanto la volvíamos a escuchar. Con el tiempo era yo la que le pedía que la pusiera. Sonreíamos y nos reíamos juntos cuando la melodía recobraba su tono apacible luego del clímax; cuando volvían la calma y el sosiego después de la tormenta.
Muchos años han pasado desde entonces, la niñita creció y la sexta de Beethoven quedó en el olvido, desplazada por muchas otras bandas sonoras.
A la larga, sin embargo, llegarían las verdaderas tormentas. Durante un periodo particularmente angustioso alguien me dio un CD con aquella sinfonía, y reviví todas esas sensaciones. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando caí en cuenta de que mi padre, en todo momento estaba al tanto lo que me depararía la vida: días apacibles alternados por otros tempestuosos que nuevamente derivarían en periodos de tranquilidad.
Los brazos de mi Padre Celestial siempre han estado presentes para reconfortarme y sosegarme, aun cuando no contaba con la compañía de mi padre terrenal. Me han ayudado a resistir y no perder esperanzas cuando a mi alrededor reinaban el caos y la agitación, porque a la postre toda tormenta amaina, la calma se restablece y con frecuencia todo resulta más hermoso y radiante que antes.
Hasta el día de hoy, cada vez que oigo esa pieza musical, derramo algunas lágrimas. Francamente no me puedo contener. Es el tema musical de mi vida.
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Romanos 6:23 (NVI) Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Efesios 2:8-9 (NVI) Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte.
Mateo 16:25 (NVI) Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la encontrará.