martes, 31 de enero de 2017

Escritura


31 De Enero

ESCRITURA:
Salmos 119:34: “Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón.”

TESORO BÍBLICO:
¿Es Dios justo? ¡Sí! Entonces, ¿cómo se revela la justicia de Dios? De fe en fe. Dios le da una verdad. Usted cree en esa verdad, por lo tanto Dios le da más verdad. Entre más obedece la luz, más luz usted recibirá. La razón por la que algunos de nosotros no entendemos más la Biblia, es porque no hemos estado viviendo conforme a la luz que Dios ya nos ha dado. Si usted desea entender esa parte de la Biblia que no entiende, empiece a obedecer la parte que sí entiende y entonces entenderá aquello que no entendía. ¿Entendió?

PUNTO DE ACCIÓN:
Pídale a Dios que le dé una fe que le revele las verdades ocultas de su Palabra y que le son difíciles de comprender en este momento.

sábado, 28 de enero de 2017

Cuando nos aprietan las clavijas


Pregunta: Si Dios me ama, ¿por qué permite que me sucedan desgracias?
Respuesta: Las tribulaciones presentan sus ventajas: nos acercan a Jesús, nuestro Salvador y Amigo, y en consecuencia nos unen también a Dios. A raíz de los desasosiegos buscamos seguridad y cobijo en Sus brazos, y hallamos eso y mucho más. Él nos ama con un amor eterno e inalterable. Es mucho lo que nos ofrece; quiere prestarnos Su ayuda de mil maneras. Anhela pasar ratos con nosotros. Desea que vivamos muy unidos a Él, siempre a Su lado, para instruirnos y hacernos más semejantes a Él.
Desgraciadamente, la naturaleza humana es tal que cuando todo marcha bien no sentimos el apremio de acudir a Dios para pedirle fuerzas y auxilio. Cuando las cosas salen a pedir de boca nos convencemos erróneamente de que somos fuertes y autosuficientes y de que no necesitamos a Dios. Vivimos contentos y nos va bien; por ende, no precisamos ayuda, que a veces incluso catalogamos de injerencia.
No nos damos cuenta de lo que nos perdemos. Pero Él sí. Sabe bien que lo necesitamos y que nos podría ofrecer una vida mucho más rica si dependiéramos más de Él.
Quiere enseñarnos a apoyarnos en Él y echar mano de Sus fuerzas, infinitamente superiores a las nuestras. Pero, ¿cómo puede suceder eso si lo desestimamos o lo marginamos de nuestra vida?
Si nuestra vida estuviera exenta de pruebas y tribulaciones, no sentiríamos la necesidad de refugiarnos en Sus brazos ni aprenderíamos que comulgando con Él y con Su Palabra obtenemos fuerzas y consuelo.
Puede que la siguiente afirmación no te parezca muy auspiciosa, pero en el fondo lo es: Dios no solo permite que tengamos dificultades, sino que en muchas ocasiones es Él mismo quien nos las envía. Las concibe a la medida de cada uno, y ello con el expreso propósito de acercarnos a Él. Nos aprieta las clavijas para que le pidamos ayuda; no con la intención de hacernos daño ni castigarnos, sino para fortalecernos. Sabe que si depositamos nuestra confianza en Él aumentará nuestra fortaleza espiritual y nuestra resistencia y capacidad de recuperación ante las dificultades de la vida; y que si nos acercamos a Él y nos hacemos más como Él, a la larga nos sentiremos más felices y satisfechos.
Si nos volvemos a Jesús en la hora de la adversidad, en medio mismo de la prueba nos demostrará cuánto nos quiere. Tal vez lo que nos perjudica no desaparezca instantáneamente; no obstante, nos dará «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento», y nos ayudará a apreciar el bien que está obrando en nuestra vida.
Colosenses 1:16 (NVI) porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él.
1 Crónicas 29:11 (NVI) Tuyos son, Señor, la grandeza y el poder, la gloria, la victoria y la majestad. Tuyo es todo cuanto hay en el cielo y en la tierra. Tuyo también es el reino, y tú estás por encima de todo.
Salmos 28:7 (NVI) El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias.

Hay males que no son tales

En El caballo y el muchacho, una de las siete novelas de la saga Las crónicas de Narnia, de C. S. Lewis, un niño llamado Shasta sueña con viajar al desconocido norte, en el que se encuentra la mágica tierra de Narnia. Una noche Shasta se entera de que el pescador que se ha hecho pasar por su padre se propone venderlo a un noble de un reino vecino. (Más adelante nos enteramos de que Shasta sufrió un naufragio cuando era pequeño y fue recogido por el pescador.) Mientras aguarda a su nuevo amo en un establo, descubre que el caballo del noble, Bri, es un corcel parlante de Narnia. Bri le explica que fue secuestrado de potrillo y vendido como caballo de guerra, y le propone escaparse juntos. El viaje hacia el norte es largo y azaroso, y en el trayecto se cruzan varias veces con leones. La primera vez Shasta y Bri se encuentran con otros dos personajes que también huyen hacia Narnia: Aravis, una joven aristócrata a quien pretendían obligar a casarse con un individuo de lo más desagradable, y su yegua parlante, Juin, que también fue secuestrada de Narnia. Los cuatro deciden hacer el viaje juntos. Shasta se separa de los demás y llega antes que ellos al sitio en el que habían acordado encontrarse, por lo que debe pasar la noche solo junto a unas tumbas tenebrosas. De golpe lo despierta un ruido procedente de unos matorrales, pero no es sino un gato que se acomoda junto a él. Al rato vuelve a despertarse con chillidos de chacales, seguidos por el rugido aterrador de un león. Pero al abrir los ojos descubre con alivio que no hay otro animal que el gato.
Tras reunirse con Aravis y Juin y enterarse de un plan urdido por hombres perversos para invadir Archenland —un pequeño reino que limita con Narnia— y luego conquistar Narnia, los cuatro parten para advertir al rey Lune, de Archenland. En ese momento se les aparece otro león, que asusta a los caballos y los hace galopar todavía más rápido. Con todo y con eso, el león los alcanza y ataca a Aravis; pero Shasta logra repelerlo. Dado que los caballos están exhaustos, Shasta los deja con Aravis al cuidado de un ermitaño de buen corazón y sigue a pie para advertir al rey.
Shasta se encuentra al fin con el rey Lune y su partida de caza, le entrega el mensaje y se marcha con ellos en un caballo prestado. Sin embargo, a causa de la espesa bruma se separa de los demás. Perdido y abatido, percibe la presencia de alguien que se desplaza junto a él entre las sombras. A la larga entablan conversación, y Shasta le relata sus muchos infortunios, entre ellos, sus últimos enfrentamientos con leones. Su interlocutor resulta ser Aslan, el «gran León» de los otros libros de Narnia, quien le revela que él fue el único león con que se topó a lo largo de su viaje:
—Yo era el león que te obligó a juntarte con Aravis —dice Aslan a Shasta—. Yo era el gato que te consoló entre las casas de los muertos. Yo era el león que ahuyentó a los chacales mientras dormías. Yo era el león que dio a los caballos las renovadas fuerzas del miedo para los últimos dos kilómetros, a fin de que pudieras alcanzar al rey Lune a tiempo. Y yo fui el león, que tú no recuerdas, que empujó el bote en que yacías —una criatura al borde de la muerte— para que llegase a la playa donde estaba sentado un hombre, desvelado a medianoche, que debía recibirte.
Una luz dorada se abre paso a través de la bruma, y Shasta se vuelve para ver «paseándose a su lado, más alto que el caballo, a un León. Era del León que provenía la luz. Jamás nadie ha visto nada tan terrible o tan hermoso».
Aslan se desvanece, Shasta llega a Archenland, y el rey Lune entonces descubre que el muchacho es su propio hijo Cor, que se perdió de niño; y por haber nacido unos minutos antes que su hermano mellizo —el príncipe Corin—, Cor es el heredero del trono. A la larga Cor y Aravis se casan. «Y después que murió el rey Lune fueron un buen rey y una buena reina de Archenland».
Esta fantasía infantil encierra algunas verdades perennes: las dificultades de la vida no son casualidades ni frutos del azar. Dios permite que pasemos por cada una de ellas con un propósito bien definido. Todas pueden redundar en nuestro bien y ninguna de ellas es imposible de superar con la ayuda de Él. Los leones que abominamos son en realidad nuestra salvación. Sin ellos no alcanzaríamos nuestro destino; nunca llegaríamos a tener el relieve que Dios desea que tengamos. Aunque desde nuestra perspectiva las contrariedades difícilmente se ven ventajosas, Dios sabe muy bien lo que hace. Comprende exactamente qué grado de entereza y madurez debemos alcanzar en cada esfera de nuestra vida y nos ayuda en nuestro crecimiento personal si nosotros cumplimos con la parte que nos corresponde; y el primer paso es confiar en que, cualesquiera que sean los escollos que se nos presenten, Él los regula con suma benevolencia.
Muchas veces Dios nos deja llegar a un punto en que nuestros recursos resultan insuficientes; lo que no hace nunca es ponernos en una situación en que no nos queda más remedio que claudicar. Siempre tenemos la posibilidad de acudir a Él y echar mano de Sus recursos para sortear el obstáculo, reconociendo nuestra dependencia de Él. Cuando tomamos esa opción, Él nos saca adelante sí o sí.
Romanos 12:21 (NVI) No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.
Santiago 1:19-20 (NVI) Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la
ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.
1 Pedro 5:7 (NVI) Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes.

lunes, 16 de enero de 2017

Cuidar la fe



Pregunta: Mi familia y la mayoría de las personas con las que me relaciono diariamente no tienen inquietudes de tipo espiritual. ¿Cómo puedo conservar la fe en un mundo que se muestra cada vez más escéptico?
Respuesta: La fe es la médulade nuestra vida espiritual; de ahí que valga la pena luchar por ella. A continuación te damos unos consejos para que tu fe no solo resista, sino que cobre más fuerza:
Nútrete de la Palabra de Dios. La fe se edifica estudiando fielmente la Palabra de Dios. Léela todos los días, procura asimilarla, reflexiona sobre las verdades que contiene y sobre cómo se aplican a tu realidad, y tu fe crecerá. «La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios». Jesús promete: «Si vosotros permaneciereis en Mi Palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Ora y medita. Dios desea establecer contigo una relación personal por intermedio de Su Hijo Jesús. «Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». Comulgar espiritualmente con Jesús —es decir, abrirle el corazón y recibir Su amor, ánimo y soluciones— refuerza y estrecha tu vínculo y tu relación con Él.
Vive tu fe. «La fe sin obras está muerta»; en cambio, al ponerla en acción cobra vida. En la medida en que apliques la Palabra de Dios a tu vida cotidiana, te convencerás una y otra vez de la autenticidad de sus principios y promesas, y crecerá tu fe en ella y en su Autor.
Busca el aspecto positivo. Nada apaga la fe como las circunstancias adversas, pero la Biblia promete: «A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a Su propósito son llamados». Si aprendes a encontrarle el lado positivo a todo y mantenerte en esa tesitura, tu fe saldrá a flote hasta en las aguas más tempestuosas.
Aprovecha las experiencias ajenas. Leerlo que Dios ha hecho por otras personas incrementará tu fe. Eso mismo también lo puede hacer por ti.
Agradécele a Dios todo lo bueno. Alabar a Dios por Su bondad nos lleva ante Su presencia. «Entrad por Sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid Su nombre». Cuanto más le agradezcas a Dios Su bondad, más motivos encontrarás para dar gracias y más te bendecirá Él a cambio. Entrarás en una especie de espiral ascendente que te acercará a Dios y a la dimensión espiritual. Eso fortalecerá tu fe.
Santiago 2:26 (NVI) Pues como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.
Romanos 8:28 (NVI) Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han
sido llamados de acuerdo con su propósito.
Salmos 100:4 (NVI) Entren por sus puertas con acción de gracias; vengan a sus atrios con himnos de alabanza; denle
gracias, alaben su nombre.

El ofertazo



Jesús vino para hacernos la salvación lo más fácil posible. Por eso los dirigentes religiosos de Su época se empeñaron en que lo crucificaran. Según la religión imperante era poco menos que imposible salvarse a menos que se cumpliese con una serie de complicadas leyes y enrevesados rituales. Jesús, en cambio, enseñó que lo único que tenemos que hacer para salvarnos es creer en Él —el Cristo, el Salvador—, confesar que somos pecadores, que necesitamos salvación, y pedirle que nos la conceda.
Es imposible entender cabalmente la salvación; es tan inaprensible como la amplitud del amor de Dios. Por eso dijo Jesús que aceptar la salvación requiere una fe infantil. «Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los Cielos». Ambos conceptos están fuera de nuestro alcance. No se puede hacer otra cosa que aceptarlos.
¿Acaso entiende un bebé el amor de su padre o de su madre? No; únicamente lo percibe, lo recibe y lo acepta. Aun antes de entender el lenguaje hablado, antes de aprender a hablar, el nene ya capta y percibe el amor. Confía en sus padres, porque sabe que lo aman. Del mismo modo, tampoco es preciso entender plenamente a Dios para conocer Su amor y salvación. Basta con aceptar que Jesús, Su Hijo, es nuestro Salvador y pedirle que entre en nuestro corazón.
Puedes hacerlo ahora mismo. ¿No quieres la solución divina a todos tus problemas? ¿No quieres que Su amor y felicidad te llenen de alegría y te den un nuevo plan y objetivo en la vida? Él satisfará todas tus necesidades y resolverá todas tus dificultades. Así de maravilloso es, y así de fácil es todo.
Jesús dijo: «Yo soy la puerta —la puerta de acceso a la casa de Su Padre, el reino de Dios—; el que por Mí entrare, será salvo». Si quieres ir al Cielo, te basta con creer que esa es la puerta y cruzarla por fe.
Salvado y perdonado
El perdón es parte integral de la salvación. ¿Por qué? Porque el pecado nos aparta de Dios, y nadie es perfecto: somos todos pecadores. La Biblia dice: «Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios», y: «La paga del pecado es muerte, mas la dádiva [regalo] de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro».
Las personas buenas se enorgullecen de ser mejores que los demás: «No hago esto, no hago eso otro, no hago lo de más allá». Pero es imposible ganarse el Cielo merced a la propia bondad, pues nadie puede llegar a ser tan bueno. Todos tenemos que admitir sinceramente que somos pecadores: «Cometo errores como los demás. Necesito un Salvador».
Por eso murió Jesús por nosotros, porque todos somos pecadores y nos resulta imposible ganarnos o merecernos la salvación. En cambio, Jesús sí fue perfecto; gracias a ello pudo expiar nuestros pecados y obtener para nosotros el perdón divino. Todos necesitamos el amor y la misericordia de Dios para salvarnos, y ese amor y esa misericordia los encontramos en Jesucristo.
La salvación es como un indulto: Dios se ha ofrecido a indultar a los culpables. Por muy malo que seas y por muy malas acciones que hayas hecho, Dios te otorga Su perdón. Si crees que Jesús murió para comprar tu salvación, la obtendrás y serás perdonado. «La sangre de Jesucristo Su Hijo nos limpia de todo pecado», independientemente de lo que hayamos hecho. «Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos. Si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana».
No hay maldad imperdonable; pero tampoco hay bondad que sea suficiente. No te puedes salvar tú solo, por muy bueno que procures ser, porque tu bondad siempre se quedará corta. Es imposible merecerse la salvación o hacerse acreedor a ella. «Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».
Hay gente muy orgullosa a la que le cuesta aceptar regalos. Quiere ganarse todo por sus propios medios. No obstante, a fuerza de empeño y buenas obras no te vas a salvar. El único capaz de salvarnos es Jesús. «Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre». «En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos».
La salvación no se pierde
Una vez que hayas recibido a Jesús, ya nunca te dejará. «Al que a Mí viene, no le echo fuera». Si tienes a Jesús, tienes vida eterna. Podrás perder la vida física, pero no la eterna.
La salvación es para siempre. Dios no cambia de parecer ni falta a Su Palabra. Una vez que recibes a Jesucristo, tienes garantizada la vida eterna. «El que cree en el Hijo tiene vida eterna». Eso es terminante. No hay peros ni condiciones de por medio.
Jesús dice: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». «No te desampararé, ni te dejaré». «Yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Mi mano».
Esa certeza nos libra de la duda de si iremos o no al Cielo, y nos infunde paz interior. Jesús compró nuestra salvación de una vez para siempre. Es un obsequio que Él nos hace. La salvación es por gracia, por fe, y nada más. No hay que ser bueno ni para salvarse ni para permanecer salvo.
Eso, por supuesto, no quiere decir que de ahí en más puedas vivir a tu antojo. La salvación es eterna —no la puedes perder nunca—; pero si cometes deliberadamente pecados y no te arrepientes de ellos, sufrirás las consecuencias. «El Señor al que ama, disciplina». Al llegar al Cielo, las recompensas que recibas dependerán de cómo hayas vivido en la Tierra. La salvación es un regalo, pero puedes hacerte acreedor a las bendiciones divinas —tanto en este mundo como en el venidero— esmerándote en conducirte como Dios espera que lo hagas. Además, si aprecias ese regalo como debieras, te nacerá amar a Dios y complacerlo en señal de gratitud.
Una nueva versión de ti
Jesús equiparó la salvación con volver a nacer. Así de trascendental es el cambio espiritual que se produce. «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». No te sorprendas, pues, si te llegas a sentir diferente y hasta cambias de manera de pensar y eres más feliz que nunca.
Cuando Jesús pasa a formar parte de tu vida, no sólo te renueva, purifica y regenera el espíritu, sino también el pensamiento. Corta viejas conexiones y poco a poco hace nuevos empalmes que te dan un concepto diferente de la vida y nuevas formas de reaccionar ante prácticamente todo lo que te rodea. Nos resulta imposible efectuar semejante transformación por nosotros mismos. Sin embargo, Dios sí es capaz. Sólo tenemos que pedírselo.
Puedes dar por sentado que cuando Jesús entre en tu corazón habrá cambios. Quizá no suceda todo de golpe, pero en la medida en que ansíes la verdad y te empapes de la Palabra de Dios, esa transformación se producirá. Verás que cambiarán tu espíritu, tus pensamientos y tu rumbo en la vida. Serás feliz y rebosarás amor, pues «Dios es amor».
Romanos 6:23 (NVI) Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús,
nuestro Señor.
Gálatas 2:16 (NVI) Sin embargo, al reconocer que nadie es justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en
Jesucristo, también nosotros hemos puesto nuestra fe en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en él y no por las
obras de la ley; porque por éstas nadie será justificado.
1 Juan 1:7 (NVI) Pero si vivimos en la luz, así como él está en la luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de su
Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado.

sábado, 14 de enero de 2017

Mi aguacatito





El aguacate o paltaes una de mis frutas favoritas. Es delicioso y nutritivo. En el alféizar de la ventana de la cocina tengo varias macetas. Como me quedaba un espacio, decidí tratar de cultivar un aguacate.
Siguiendo los consejos que encontré en un sitio web, tomé la semilla con la punta hacia arriba y le inserté cuatro escarbadientes en la parte intermedia y a intervalos regulares, para que quedara sumergida hasta la mitad al apoyar los palillos sobre el borde de un frasco lleno de agua. La dejé ahí y esperé. Pasaron varias semanas, pero no dio señal de vida. Bien podría haber sido una piedra en vez de una semilla. Al cabo de un mes estaba por darme por vencida. Tal vez aquella deslucida pepa marrón no tenía vida dentro.
Entonces apareció una pequeña grieta en la base. Pensé que a esas alturas la semilla se estaba pudriendo, pero me propuse esperar un poco más. Le cambié el agua, y pasaron unas semanas más. Finalmente emergió por la grieta una raicita. Para entonces apareció otra grieta, esta vez en la parte superior de la pepa. Poco a poco salió por ahí un brotecito que me llenó de esperanza.
Trasladada a una maceta con tierra, aquella semilla que parecía inerte se ha transformado ya en una planta menuda pero saludable. Día a día le salen hojas, que llegan a tener varias veces el tamaño de la semilla original. Ese arbolito demuestra que la semilla sí estaba viva a pesar de que por fuera no lo revelaba.
Al acercarse la Pascua de Resurrección, me acuerdo de mi experiencia con el aguacate. Los discípulos de Jesús debieron de descorazonarse al verlo morir en la cruz. Observaron cómo se llevaban Su cuerpo sin vida y lo depositaban en una fría tumba de piedra, que después fue sellada. Seguramente creyeron que con Él quedaban sepultados también sus sueños y esperanzas. Me los imagino sumidos en la pesadumbre, sintiéndose abandonados. Sin embargo, ¡la esperanza no había muerto! Tres días después Jesús resucitó triunfante, venciendo a la muerte y al sepulcro.
Huelga decir que el milagro de la resurrección de Cristo es mucho más portentoso que la germinación de mi pepa de aguacate. Con todo y con eso, se puede establecer un paralelo. Aun cuando el panorama se presente sombrío, espera en el Señor, y Él obrará milagros: nueva vida, nueva esperanza, nuevos comienzos.
Vida después de la vida
¿Qué argumento esgrimen los ateos para decir que no se puede resucitar? ¿Qué es más difícil, nacer o resucitar? ¿Que exista lo que nunca ha existido, o que lo que fue, sea todavía? —Blaise Pascal
Juan 11:25 (NVI) Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera;
1 Tesalonicenses 4:14 (NVI) ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también Dios resucitará con Jesús a los
que han muerto en unión con él.
Juan 6:40 (NVI) Porque la voluntad de mi Padre es que todo el que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y yo
lo resucitaré en el día final.

Renovación interior



«Si alguno está en Cristo—dice la Biblia—, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas». Esa transformación comienza en el momento en que invitamos a Jesús a entrar en nuestro corazón y formar parte de nuestra vida. Sin embargo, toma bastante más tiempo entrar en Jesús, es decir, sumirse completamente en Él y cimentar bien la fe. Cuanto más lo hacemos, más vamos dejando atrás nuestros viejos hábitos y formas de pensar, con lo que en efecto todas las cosas «son hechas nuevas».
¿Qué mejor momento que la Pascua, la celebración de la resurrección, para renovarse espiritualmente?
Pide a Dios que te indique uno o dos aspectos en los que te vendría bien cambiar o madurar como individuo. Por ejemplo: ¿Sueles tener una actitud positiva y agradecida, o tienes más bien tendencia a quejarte de las dificultades de la vida? ¿Te haces tiempo para leer la Palabra de Dios y reflexionar sobre cómo se te aplica, o dedicas tus ratos libres a ver la televisión y a otros pasatiempos? ¿Oras por las personas que están en apuros, o sólo te inspiran lástima pero no te mueven a actuar? ¿Te ofreces a ayudar con alegría y abnegación, o resientes los sacrificios que a veces tienes que hacer por los demás? ¿Hay algún otro aspecto en que debas cambiar?
Tómate unos minutos para rezar y encomendarle a Jesús esas cuestiones. «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí».
Superar viejos hábitos requiere tiempo y un esfuerzo sostenido; pero una vez que reconoces la necesidad de cambiar y pides ayuda a Jesús, puedes invocar esta promesa: «El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará». Tú haz lo que puedas, y Él hará el resto.
Colosenses 2:6-7 (NVI) Por eso, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en él, arraigados y
edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud.
Salmos 51:10 (NVI) Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu.
Filipenses 1:6 (NVI) Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el
día de Cristo Jesús.

viernes, 6 de enero de 2017

Devocional Diário

Devocionais Amor Em Cristo

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